Diario de León

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Brindis por los barrios húmedos del mundo

Emilio Gancedo aborda en doce relatos la vida de los cascos viejos y las andanzas de sus personajes

Emilio Gancedo, coordinador de actividades del ILC, esta semana en el Barrio Húmedo. FERNANDO OTERO

Emilio Gancedo, coordinador de actividades del ILC, esta semana en el Barrio Húmedo. FERNANDO OTERO

León

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Como la mayoría de los leoneses de su generación, Emilio Gancedo se pateó el Barrio Húmedo como si no hubiera mañana. Porque de aquella, de lo único que se estaba seguro era de la noche. Y hubiera hecho lo mismo, por ejemplo, por el casco viejo de Santiago si hubiera sido compostelano. Ese corazón de las ciudades, maltrecho y marchito, pero siempre vivo, le emociona. Y le ha llevado a un libro: Barrio Húmedo. Son relatos de ficción en el popular territorio leonés ambientados en diferentes siglos y sus consiguientes personajes. Edita Pepitas de Calabaza en la colección Los aciertos & Pepitas y Kilómetro 9, toda una empresa/aventura que apuesta sólo por publicar aquello que lleva intrínseco el valor literario. Podría decirse que, a día de hoy, a Emilio Gancedo le viene de entonces, de aquella juventud, la certeza de que detrás de muchos de los paisanos que poblaron el barrio había una historia.

Periodista de Diario de León hasta hace unos cuatro años, Gancedo ha combinado ese relato instantáneo del periodismo con el trabajo de investigación y posterior escritura, sobre todo, en temas leoneses. Y la ficción, lejos de ser el descarte, es ahora su terreno. Gancedo es en la actualidad coordinador de actividades del ILC.

Barrio Húmedo se presenta este 11 de mayo en Botines a las 19.30 horas, y en Madrid, junto a Luis Mateo Díez, el 25 de mayo.

«Yo pienso que en cualquier casco histórico todo se intensifica. Hay algo en el ambiente que hace que ocurran cosas singulares», reflexiona Gancedo, quien también indica que las generaciones a partir de 1980 son las que comienzan a llenar las calles de estos barrios. «Las generaciones de ahora hemos salido mucho más que las de antes. Salíamos todos los fines de semana. Y pasaban cosas que te calaban. Pasaban cosas buenas y malas, maravillosas y terribles. Se han engendrado vidas y se han acabado con ellas», afirma sobre lo que como germen le llevó a ficcionar este territorio.

FERNANDO OTERO

FERNANDO OTERO

El resultado es un espectacular rosario de relatos, en donde Gancedo encuentra sitio y gracia para que por sus páginas pase un astur en uno de ellos pero escriba también de la movida musical, en otro. Doce cuentos como doce épocas en las que los personajes cobran vida en una manera de escribir directa en donde Gancedo logra marcar su ritmo, ameno, y su calidad en el estilo.

Como dueño del tiempo de estos relatos, Emilio Gancedo podría ya planear un futuro para estos barrios y contar cómo serán. «Pues vete tú a saber. Cambiarán, claro que cambiarán, como no han dejado de cambiar el barrio, la ciudad y todas las habitaciones humanas desde su misma fundación, allá lejos en el tiempo. Yo no sé si sus futuros parroquianos se emborracharán virtualmente o cómo diablos lo harán, pero lo que tengo claro es que las personas seguirán teniendo necesidad unas de otras, necesidad de verse, de encontrarse, de celebrar, de discutir, de amarse, de pelearse… y para eso hay lugares casi especializados en la mayoría de las ciudades. Son como los corazones, los núcleos de cada lugar, y han recibido los paseos y los afanes de tanta, tanta gente a lo largo de los siglos, que han acabado por adquirir con todo ese trasiego como un aura, como un lustre que les hace funcionar a modo de imán irresistible para el encuentro y para la fiesta. Desde mi punto de vista, les ha pasado tanto ya por encima que me parecen, de verdad, indestructibles», relata, y demuestra Gancedo que el filón literario de este libro no quedó agotado.

Porque, además, esos barrios siguen siendo lugares actuales que a su modo conviven con las nuevas y modernas zonas urbanas. Eso que se llama ‘el centro’. Si se aborda la convivencia en estos, Gancedo aventura que «no creo que se lleven muy bien. Hay que pensar que lo que hoy llamamos cascos viejos equivalían a las propias ciudades: nada, o muy poco, había más allá. Luego, con la revolución industrial, los ensanches y demás, comienzan a crecerles alrededor todo tipo de barrios modernos, y los cascos antiguos quedan reducidos a una especie de reducto rural, un recuerdo de la pobreza y las estrecheces de antaño que había que olvidar a toda costa. Ahí empieza su particular martirio, con el derrumbe de lienzos de muralla, arcos, casonas y monumentos para dejar paso al progreso... Después sucede un poco al revés, se ensalzan e idealizan como lugares pintorescos que aparecen en guías y libros, y se convierten en destino turístico, pero los gobernantes quieren hacer de ellos emblema de lo ‘típico’ y acaban deformándolos, hiriéndolos o caricaturizándolos. Al final se quedan sin la mayor parte de esa vida popular que les fue propia, todas esas tiendas, esos personajes… para pasar a albergar, muchas veces, un monótono monocultivo hostelero. ¡Y aun así, a pesar de todo, persisten en su misión!», remarca y exclama.

A partir de aquí también se debe hablar del Emilio Gancedo que es contador de historias. Porque lo demuestra. Porque sí que las hay en ese Barrio Húmedo y otros lugares, pero también hay más caladeros creativos que seducen al escritor. Y todo ello de algún lugar le tendrá que haber venido. «Es una pregunta muy difícil de responder. En mi caso todo ha sido, desde los primeros Don Mikis que me regalaba mi tía Mari la costurera y que devoraba con avidez, hasta hoy mismo, un puro ensartar libro tras libro, autor tras autor. ¿Qué tiene más peso ahí? ¿Jan y su Superlópez o José Luis Sampedro y El río que nos lleva? ¿Astérix y Obélix o Kazantzakis? ¿Toda la factoría Bruguera o Antón Chéjov? Ha sido una evolución, una pasión incontenible por leer que desde J. R. R. Tolkien te puede llevar a Kadaré o a Calvino, o a Kerouac o a Baroja, mira tú qué mezcla. O a Poe, Saramago, Mateo Díez, Lovecraft, Adichie, Coetzee, Landero, Zúñiga, Kipling y Lorca, por nombrar solo un puñado. De todos modos, volviendo al surco de la pregunta, recuerdo que la lectura de Luces de Bohemia, de Valle, me fascinó y me intrigó sobremanera. Quizá, a partir de ahí…». A partir de ahí, en este ‘hoy’, el ordenador pone el resto. «Y lo más complicado: cogerle el aire al tono de lo que estoy escribiendo. Y eso no es el estilo, no es la trama, no es el lenguaje; es eso pero también algo más: es lo que da sentido al texto, ese tono, ese espíritu que insufla vida a la creación. Es como enhebrar una aguja o como conectar con una onda, con una frecuencia que está ahí, y que, si la sabes escuchar, te va a susurrar al oído toda la historia, punto por punto…».

También hay que hablar con Emilio Gancedo del León literario. ¿Es para tanto?: «Yo creo que no es para tanto pero nos viene muy bien a los escritores: un recurso muy bueno a la hora de las entrevistas; ese de hablar de la tradición del filandón, de la oralidad… algo que, a fin de cuentas, ha venido siendo una constante en todas las culturas campesinas del mundo. Lo que pasa, me parece, es que en las comarcas leonesas eso se quebró muy tarde, mi propia generación aún asistió a los coletazos de esa cultura, convivimos con gente que aún estaba imbuida en ella… Y eso constituye una experiencia muy fuerte, la de asomarse a otro mundo, a un mundo de valores y de percepciones completamente distinto; una experiencia a la que, en muchas ocasiones -y más gente, y esto es así, que en otros territorios-, pues da salida creativa, cauce literario».

Entre tanto, la certeza es este vibrante Barrio Húmedo y sus suculentas historias. El secreto de Emilio Gancedo en este libro es que el alimento del barrio despertó su imaginación. Y aunque todo sea inventado, hay olor a vino real como la vida misma. «Me acuerdo de la primera vez que tomé una limonada, seguro que por algún barín del barrio, y aquello, sin entender yo muy bien por qué, me provocó una risa floja de lo más divertido. El Húmedo para mí, por tanto, ha venido siendo sinónimo de diversión y, de chaval, también una especie de lugar de perdición que nos atraía muchísimo, con todos aquellos pubs de nombres tan curiosos como la Raspa o el Vaticano… Después hubo una época en la que se le dio la espalda y el ambiente estaba en Lancia, pero volvimos». Su otro gran secreto: que recuerda.

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