Diario de León

La carta de amor a los libros de Irene...

l Su ensayo ‘El infinito en un junco’ ha seguido su escalada de éxito, con diez ediciones

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miguel lorenci

Raro es que un ensayo sobre la historia del libro se convierta en un gran éxito. Y más que mantenga su tirón en pleno confinamiento. Pero es lo que ha ocurrido con El infinito en un junco (Siruela), la cautivadora carta de amor al libro de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), un inesperado fenómeno editorial. Va por su décima edición, se ha traducido a veinte idiomas y no deja de vender derechos. El Nobel Vargas Llosa fue pionero en elogiar una «obra maestra» que se leerá como un clásico «cuando ya no estemos», y las redes rebosan de alabanzas. «El libro fue la primera revolución tecnológica de la Historia, y todas las demás son hijas de ese extraordinario invento», afirma Vallejo. Filóloga y escritora, se remonta cinco mil años para indagar en el origen de los alfabetos, las bibliotecas y los libros, e inventariar sus avatares, sus miles de formas y soportes: de humo, de piedra, de juncos, de seda, de piel, de harapos o de madera, hasta llegar a los libros «de luz». Las pantallas que son hoy como ambulantes bibliotecas de Alejandría.

Dice Vallejo que los lectores somos una «familia joven» de apenas cinco milenios, cuando pasamos de la oralidad a la escritura, de modo que hay «más épocas de la humanidad «sin libros que con libros». Pero su poder es portentoso. «Sin libros cada generación debería empezar de cero», apunta la autora, que sucumbió a su mágico poder cuando, de niña, su padre le contó un noche el encuentro de Ulises con las sirenas.

Tan entretenido como erudito, concebido como un «tapiz de anécdotas», el primer ensayo de Vallejo se lee con la pasión de una novela sobre la historia de un ingenio crucial para el saber y «de enorme fragilidad hasta la aparición de la imprenta». Las copias manuscritas exigían un titánico esfuerzo y su destino era sucumbir en incendios, pudrirse o perderse. Desde la caída del Imperio romano hasta el siglo XII «los libros vivieron un peligro máximo, y su supervivencia exigió un esfuerzo constante». Con todo, «pocos objetos han sido capaces de sobrevivir tanto», se felicita Vallejo. Cuenta lo bueno y lo malo. Que hay libros «que matan», como Las penas del joven Werther’, la novela de Goethe que causó una ola de suicidios tras su publicación en 1774, o que encierran la semilla del mal, como Mein Kampf (Mi lucha) de Adolf Hitler, un superventas que alentó la quema de libros. También constata cómo la fobia del poder hacia el libro «es tan antigua como la del libro en sí mismo». Lo demuestran episodios como la quema de la biblioteca de Sarajevo en la guerra de Yugoslavia. «Fue un acto de agresión deliberada, para borrar la memoria de un pueblo y su identidad; un genocidio intelectual», dice Vallejo, para quien los libros «tiene aura, son nuestra identidad y filtran nuestra forma de entender el mundo».

Su ensayo empieza con los ‘cazadores’ de libros del antiguo Egipto, que querían acumular todo el saber, y acaba con la enternecedora peripecia de las más de mil bibliotecarias a caballo de Kentucky, unas amazonas que galoparon para llevar libros a los lugares más recónditos tras el crac del 29. «Es un círculo que empieza con el afán de acaparar libros y acaba con el de difundirlos», resume Vallejo, una libresca Sherezade del siglo XXI. Con las librerías reabiertas, muchos lectores demandan este emotivo homenaje «a todos esos salvadores de libros que conectan ahora con los editores, los traductores los libreros los bibliotecarios; con ese mundo al que todavía pertenecemos», según Vallejo. Desde que empezó el estado de alarma su Twitter (@irenevalmore) no deja de recibir mensajes de lectores confortados.

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