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Una cita con las cargas de mujer

La Plataforma Feminista de León abre la agenda de reivindicaciones del 8-M con una representación sobre el rol impuesto que aleja a la sociedad de la igualdad real

Imagen del recinto en el que el colectivo feminista representó la performance reivindicativa. FERNANDO OTERO

Imagen del recinto en el que el colectivo feminista representó la performance reivindicativa. FERNANDO OTERO

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Detrás de cada mujer hay una voluntad de hierro para solventar las tareas que se le asignaron por un convencionalismo social impropio de la civilización que se atreve a llamarse avanzada. Con ese rol asumido hasta la médula, parecen pocas las medidas que se adopten para tratar de reposicionar prejuicios, desempeños, tareas; derechos y obligaciones, al final parte de la misma cadena. El concepto de igualdad se queda lejos de saltar de los papeles a la vida real, donde se baten a diario posiciones antagónicas, facilidades y zancadillas con la única diferencia de la intervención del género. Todo ese concepto se resumió ayer en una performance con la que la Plataforma Feminista de León ofreció un aperitivo de los actos reivindicativos que va a sacar a la calle este 8-M, limitado por la pandemia en la presencia, no en el contenido; en la exposición, no en la justificación. Una representación de las cargas que se echa a la espalda a la mujer, y que desde la espalda hunde sus hombros, limita sus aspiraciones, coarta sus horizontes. Morado sobre fondo gris y verjas; hasta el frontal de la fachada de Botines prestó su presencia para facilitar la metáfora que al final no necesita de hipérboles para hacerse entender: no son fregonas, ni planchas, ni su uniforme oficial es un delantal, a juego con la batería de cocina y la empuñadura de la espumadera; ni su entretenimiento preferido son las tareas que recoge el vademecum de las labores de señora de la casa, con el que se empeñaron en condenar al género femenino al llegar a este mundo; mujeres, que dedican un día al año a dar visibilidad a su intento de huir de las cadenas y los 364 restantes a trabajar para soltarlas, definitivamente. En eso están, mientras saltan barreras y rompen techos que hace tan solo unos años parecían infranqueables. Las valientes que gritan ni una menos, las que se quieren vivas, las que se enfrentan al miedo con las lazadas moradas que dejan entrever. Para la lucha feminista que no cejará hasta que el 8-M deje de resultar un día necesario.

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