Diario de León

Olveira se pasa a la poesía

«La cultura y el arte son mi lugar en el mundo»

El exdirector del Musac Manuel Olveira publica el poemario ‘Muero todos los días (2013-2021)’

jesús f. salvadores

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León

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Muero todos los días (2013-2021), publicado por Ediciones Eolas, son los sentimientos y sensaciones de este artista, escritor, crítico de arte y comisario de exposiciones durante los años que estuvo al frente del Musac. Este diario poético lo fue publicando por entregas en Manual de Ultramarinos. Escrituras que coinciden en el tiempo con su gestión al frente de un museo que también ha tenido una agitada historia. El título lo ha tomado de la primera epístola de san Pablo a los corintios, sobre la fuerza del amor y la resurrección de los muertos.

Las cuatro entregas —ahora reunidas en un libro, aunque con algunos cambios— comparten título. Lo que cambia, lógicamente, es el contenido y las fechas. Un poemario que habla de envejecer y avanzar hacia la muerte, pero también de la creación, del arte, la memoria, los deseos... Y mientras el protagonista muere todos los días, en su lugar de trabajo brotaba la vida. Olveira colocaba en su mesa flores, compradas o silvestres, que reponía semanalmente.

—¿Cómo surge la idea de ‘Muero todos los días’?

— Escribir Muero todos los días partió de anécdotas y azares. A principios de 2013 un virus destruyó el contenido de mi ordenador y solo se salvó la novela Todo el tiempo del mundo —que luego publicó Libros de Rocamadour en 2014— y el proyecto presentado al concurso de dirección del Musac —adonde finalmente llegué en medio de una tempestad—. Habiendo perdido todo, empecé a escribir nuevos proyectos partiendo de cero, justo en León, donde el ambiente literario es muy estimulante. Conocí por casualidad al grupo de Manual de Ultramarinos, autodefinido como Sociedad secreta de los traperos del tiempo, y así surgió la idea de publicar un libro cada dos años a lo largo de mi estancia aquí.

—¿Son un diario emocional?

— Sí y no. En todo caso, son más que eso. Los cuatro libros que ahora reúne Eolas tienen un tiempo y un lugar concretos y en ellos está la realidad emocional, personal, profesional... Pero la escritura impugna esa realidad y la convierte en otra cosa; precisamente, en escritura, que es otra manera de vivir, de experimentar o hasta de transformar esas realidades. Como ya dije en una entrevista hace años, se cuenta todo pero no se explica nada.

—Muchas personas han asistido a su ‘airada’ despedida del Musac y ahora van a ver ‘la cara be’, la sensible, de Manuel Olveira, ¿no?

— A pesar de las turbulencias, llegué en 2013 muy contento a León y me fui en 2021 satisfecho y agradecido por haber podido desarrollar una buena parte de ese proyecto teórico que se salvó en mi ordenador. Mientras lo fui haciendo real muchas personas habéis apreciado que era un proyecto intelectual y también sensible, basado en la manera responsable y profesional de entender el arte que siempre ha guiado todas mis manifestaciones. He hablado claro, nunca airado. En todo caso, hablé cuando tenía responsabilidad, dije lo que tenía que decir; pero como comprenderás, ya no procede hablar más.

—¿Qué le da la literatura que no le da el arte?

—Más allá de que son disciplinas distintas y que mi rol ante ellas puede ser diferente, no veo distancias, porque forman parte de lo mismo. La cultura y el arte son mi lugar en el mundo, aunque en cada faceta asuma una dimensión diferente. Creo poder decir que mi dirección artística tiene algo poética y políticamente comprometido con el presente, pero también algo autoral, como mi escritura.

La memoria, quizá, es lo único que ayuda a dar sentido a esa derrota que es la vida

—Había algunos rituales a la hora de escribir, como colocar cada semana flores en su mesa...

—La vida está llena de pequeños ritos. Aunque tenía una mesa para trabajar, al vivir solo acabé utilizando la de comer para todo, incluso para dejar papeles y cartas, gorros y guantes, dinero o gafas de sol. También ponía en ella hierbas que recogía de la orilla del Bernesga o brozas de las podas. A veces los jardineros cortaban ramas de saúco, forsitia, magnolio o lavanda justo antes de florecer y yo las recogía. Poner esas flores que no eran mías tiene un paralelismo con las frases o palabras que he recogido de otros, escuchadas en la calle, en la televisión o en el cine. Son ritos personales que acaban por tener una dimensión poética y política que traspasa lo individual.

—¿La escritura es una forma de ‘no olvido’"

—Es una forma de darle forma. La memoria está en toda mi producción como algo en constante construcción o revisión. Quizá es lo único que ayuda a dar sentido a esa derrota que es la vida. La escritura recoge lo real y lo pone a vivir de otra manera.

—En el libro planean muchas sombras...

— Tiene luces y sombras, pero es verdad que está muy presente el lado umbrío, silencioso y oscuro de la existencia, algo que acecha o nos sigue, algo que nos espera, algo que tira de las palabras hacia abajo o, mejor aún, algo que trabaja como las semillas o la tierra en invierno.

—¿Qué opina de su sucesor en el Musac?

— Tenía una excelente idea de él cuando en 2017 llevamos al C3A la exposición Constelaciones o cuando en 2020 hicimos juntos el proyecto de Ana Prada, y la sigo teniendo. Seguro que hará un gran trabajo y él sabe que le deseo lo mejor.

Con la pandemia urge aún más pensar en las condiciones en las que quiero vivir y trabajar

—Defina poéticamente al consejero de Cultura y al director de la Fundación Siglo.

— En el libro hay textos que son como definiciones. En concreto, en las páginas 22 y 23 hay algunas, como la de ‘Compañeros’, que se refiere a las personas que trabajábamos en Musac, pero no hago definiciones de personas concretas.

—¿Cómo afronta el futuro?

— Por edad, estoy construyendo otra fase; pero con la pandemia urge aún más pensar en las condiciones en las que quiero vivir y trabajar. Por de pronto, además de algunos textos sobre arte, próximamente publicaré en Brumaria el ensayo Habla del cuerpo social. Tengo el material base para otro poemario y he empezado lo que ojalá sea mi segunda novela. Todo está abierto, pero, si Todo el tiempo del mundo me costó nueve años y Muero todos los días, ocho, espero que lo de ahora no me lleve tanto tiempo.

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