Diario de León

El escritor de la mirada profunda

l Paul Auster cumple 75 años sin dejar de crear universos únicos

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amalia gonzález

Paul Auster es uno de los escritores norteamericanos más brillantes de su generación y todo un símbolo del «ser» neoyorquino, una ciudad que adora, en la que vive desde hace más de cuatro décadas, y por las que transcurren muchas de sus narraciones como «Trilogía de Nueva York», «Brooklyn Follies» o «Sunset Park». Auster construye, como pocos, tramas laberínticas, historias actuales donde mezcla ficción, azar, realidad y misterio, repartidas a partes iguales entre grandes porciones de autobiografía, ingredientes ‘austerianos’ con los que ha atrapado a millones de lectores de todo el mundo.

Este hombre de mirada profunda e inteligente, tan intensa como la de sus novelas, este «incansable explorador de la identidad humana» con todos sus horrores y esplendores, figura, año tras año, en todas las listas de favoritos al Nobel de Literatura. Pero mientras eso llega, su larga lista de títulos se ha traducido ya a más de cuarenta idiomas. En España fue reconocido en 2006 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, galardón que también recibió en 2019 su esposa, la escritora Siri Hustvedt.

Auster lleva trabajando toda su vida sin PC ni smartphone: «Soy una de las pocas personas del mundo alejada de todo eso. Escribo a mano y en la máquina de escribir de siempre, es indestructible», reconoce el escritor de 75 años para quien «escribir es un acto de libertad y una cuestión de supervivencia».

Hijo de inmigrantes judíos, Paul Auster nació en Newark, Nueva Jersey, el 3 de febrero de 1947 y durante su juventud trabajó de cuanto le salía para ganarse la vida hasta que, a la muerte de su padre, cobró una pequeña herencia que le permitiría vivir y dedicarse a escribir.

Auster consiguió cierta fama a raíz de su primer ensayo autobiográfico «La invención de la soledad» (1982), pero el éxito internacional le llegó más entrados los ochenta con «Trilogía de Nueva York» (1985-1986) compuesta por tres novelas independientes –«Ciudad de cristal», «Fantasmas» y «La habitación cerrada»-, pero articuladas entre sí, que comparten personajes, situaciones similares, envueltas en esa atmósfera detectivesca y a la vez cotidiana, tan propias de Auster, toda una suerte de intrincadas cadenas de asociaciones que atrapan al lector desde sus primeras páginas junto a sus temas recurrentes: la soledad, los misterios de la realidad, el azar y la escritura.

Y ante todo esto, Auster escribe con una prosa ágil que liga con personajes complejos. Ese es el caso de «Leviatán» (1992), a juicio de sus seguidores, su novela más hermosa. Relata la vida de un misterioso hombre contada por su mejor amigo, donde se entrelazan destinos, -común en las historias de Auster-, la percepción de la vida americana, así como todo lo complejo de las relaciones humanas, una inteligente novela policíaca llena de tramas e intriga dentro de historias encadenadas.

Le siguen novelas como «Mr. Vértigo», sobre la Gran Depresión del 29, «El palacio de la Luna», «Tombuctú», «El libro de las ilusiones», «La noche del Oráculo», «Brooklyn Follies», «Sunset Park», «4 3 2 1», guiones cinematográficos («Smoke», «Blue in the Face» o «Lulu on the Bridge») y libros de memorias como «El cuaderno rojo», «Diario de invierno», «Informe del interior».

Pero fue su novela «4 3 2 1», publicada en 2017, su obra más monumental, que le llevó más de siete años, una novela de más de 900 páginas donde ofrece cuatro versiones alternativas de la vida de su protagonista, Archibald Isaac Ferguson, nacido, como el autor, en 1947 en un hospital de Newark. De ahí que algunos señalen que se trata de una novela autobiográfica: «Cada hombre contiene varios hombres en su interior, y la mayoría de nosotros saltamos de uno a otro sin saber jamás quiénes somos», dice Auster.

Desde la bulliciosa perspectiva neoyorquina, Auster crea entrelazadas cadenas de asociaciones, historias llenas de cambios, de giros impactantes, pero donde no faltan las observaciones psicológicas, lo imprevisible del azar y lo casual, elementos donde recae -en exceso para algunos- el peso que lo resuelve todo.

El mismo Auster se defiende de su tendencia a «hilvanar todas las historias en la casualidad, en la concatenación de los hechos azarosos», aludiendo a que «la vida está llena de momentos circunstanciales que marcan el rumbo de nuestras vidas», algo que nadie cuestiona, pero de ahí a que cada narración avance, gire o se resuelva a golpe únicamente de lo fortuito, alterándolo todo, parece como si lo simple y casual sustituyera a la complejidad de hallar las causas. Cuenta Paul Auster que cuando terminó «4 3 2 1» quedó tan agotado tras más de siete años de trabajo y consciente de que le costaría volver a escribir ficción de nuevo, se dedicó a leer todo lo que tenía pendiente. Así llego a Stephen Crane (1871-1900), un joven escritor y periodista, nacido, como él, en Newark, que murió con tan solo 28 años, y que a pesar de su corta existencia «cambió el curso de la literatura en EE. UU., elevó el arte de narrar a otro plano. Liberó la novela norteamericana de las convenciones que la tenían aprisionada más de 150 años», así reivindica Auster la modernidad en la obra de Crane, una joven promesa que escribió diez novelas, la más importante «La roja insignia del coraje» (1895), un relato de guerra distinta, contado desde otro punto de vista, con la voz interior de un poeta, donde «sorprende cómo siendo tan joven puede tratar los aspectos más complicados de la conducta humana».

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