Diario de León

EL ESPLENDOR DE LETIZIA

Sacó de su joyero su tiara favorita, la más cara, la gran joya del tesoro real, la más preciada, el emblema de la dinastía de los Borbones, la más valiosa de las joyas de pasar, la más exquista de la Casa Real, que vale tres veces su peso en oro y tiene 450 diamantes y 10 perlas montadas sobre platino formando tres flores de lis rodeadas de enredaderas. Y con la tiara Flor de Lis, el regalo de boda de Alfonso XIII a la reina Victoria Eugenia, y con un vestido de 300 euros de H&M, la reina Letizia deslumbró en Suecia

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Estocolmo fue la cita y la gran excusa para que dos familias reales desplegaran todo el boato y esplendor de dos de las monarquías más antiguas de Europa.

El salón Mar Blanco fue el escenario de la cena de gala, en la que participaron un centenar de invitados, entre ellos, la princesa heredera Victoria, su hermano, Carlos Felipe, y sus respectivas parejas, Daniel y Sofía, en un gesto de la buena relación que une a los Bernardotte y a los Borbones.

Las dos reinas y la que será en su día la primera jefa de Estado de la actual dinastía sueca lucieron las mejores tiaras de sus joyeros.

La reina Letizia optó por la Flor de Lis, el emblema de los Borbones, considerada la más preciada de su colección por su diseño y sus brillantes, que fue el regalo de boda de Alfonso XIII a la reina Victoria Eugenia en 1906.

La reina española deslumbró en Suecia con la tiara, la elección de sus joyas, entre ellas las dos pulseras gemelas de Cartier, y un vestido ‘low cost’ de 300 euros de la marca sueca H&M, un conjunto azul noche, largo sin mangas, que permitió mostrar el esplendor de Letizia.

Felipe VI exhibió el Collar de la Orden de los Serafines, la más prestigiosa de Suecia, mientras que Carlos Gustavo, también con frac, lo hizo con el Toisón de Oro que le concedió Juan Carlos I en 1983, en su único viaje de alto nivel a España con la reina Silvia.

Desde 2008, cuando estuvieron en Estocolmo los grandes duques de Luxemburgo Enrique y María Teresa, el Palacio Real de Estocolmo, uno de los más grandes de Europa, no albergaba una cena de gala de dos monarquías con motivo de una visita de Estado. El banquete, por tanto, cobró una especial relevancia por su suntuosidad. Antes del convite, el salón Lovisa Ulrika acogió el besamanos con los invitados, con los reyes en el centro y el resto de la familia real sueca en un lado.

Ninguno de los asistentes portó mascarilla porque no es obligatoria en el país nórdico y los reyes de España, que siempre la llevan, prescindieron de ella durante todas la visita oficial para ir en consonancia con sus anfitriones.

Esta vez no hubo mesa imperial, que se redujo a una presidencia de 19 comensales, con los dos soberanos y sus consortes, la princesa Victoria y su marido. También estuvo en ella el primer ministro en funciones sueco, Stefan Löfven, el presidente del Parlamento Sueco, Andreas Norlén, el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, y la de Ciencia e Innovación, Diana Morant.

El resto de los invitados, con representantes del científico, cultural y empresarial, se repartió por el comedor distribuidos en mesas de cinco con el fin de mantener una mayor distancia física por la pandemia de covid.

El ágape tuvo como platos principales trucha ártica asada, rodaballo salvaje asado con pulpo sueco y montura de reno ahumada con enebro, aderezados con dos tipos de caviar, salsa de ciervo o croquetas de setas. De postre, manzanas de otoño escalfadas cubiertas con caramelo salado, romero y almendras, brioche de hojaldre y helado de vainilla de Tahití.

El viaje de máximo nivel de don Felipe y doña Letizia tuvo un carácter histórico, puesto que el precedente fue el que protagonizaron los reyes Juan Carlos y Sofía en 1979.

Y es que a pesar de la buena sintonía entre las dos familias, desde la proclamación de Felipe VI no había habido ninguna visita oficial de uno y otro lado.

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