Diario de León
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Todo en Fabero está marcado por el carbón, aunque los mineros ya no tengan la uñas tiznadas de negro ni una línea sobre las pestañas evidencie su profesión. Minero se nace, se suele decir en las cuencas. Y también se muere. Minero se es aunque no haya explotaciones en activo ni las lámparas de los cascos alumbren ya algún camino. La minería se lleva en el corazón y, en el caso de Fabero, el carbón ha marcado hasta el ritmo cardíaco. Ahora, las pulsaciones van a un ritmo más pausado, quizás demasiado para lo que acostumbran sus gentes; pero todavía hay latido. Late fuerte el patrimonio. Sí, eso que ha dejado la mina. Late tanto que esta cuenca minera está a un paso de su declaración definitiva como Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de conjunto etnológico.

En los últimos años, el Ayuntamiento de Fabero se ha afanado en poner en valor la herencia recibida, limpiar el polvo sin desvirtuar la superficie y dar lustre a todo aquello que un día brilló con luz propia. Ha ido recuperando vestigios del patrimonio minero para explotarlos, ahora, con fines turísticos y añadiendo a ese paquete nuevos recursos singulares que recuerdan su pasado, hacen presente y sientan las bases de su futuro. Al menos esa es la pretensión, que haya un futuro y que siga siendo minero.

Si hay un elemento que simboliza ese trabajo de recuperación es el castillete del Pozo Julia. Han pasado más de 17 años desde que dejó de salir carbón de su entrañas, pero Julia sigue viva en Fabero y «es, seguramente, una de las minas con más historia de la cuenca, el pozo más importante de Diego Pérez Campanario que más tarde, en la década de los años 50, pasó a la gran empresa en que se convirtió Antracitas de Fabero», recuerdan fuentes del Ayuntamiento faberense. Un recorrido por sus instalaciones basta para percibir la esencia del carbón y puede hacerse mediante visita guiada de martes a domingo, a las 11.30 y a las 16.30 horas.

Pero Julia no está sola, quedan los vestigios de otras muchas explotaciones mineras y todas están recogidas en la denominada ‘Ruta de la Antracita’ que recorre el municipio. La Mina Negrín, Alicia, Combustibles de Fabero, Valcarreiro, El Fontanal, La Jarrina, la Gran Corta, La Pozaca, Mina Marrón, Mina Lauro y Corradinas son algunas. Y, por supuesto, el Pozo Viejo, el primer castillete del municipio, fechado en 1927. Fue de las primeras explotaciones del empresario Diego Pérez y se comunicaba con el Pozo Julia a través de galerías y también por vía aérea, con las líneas de baldes que transportaban el carbón.

El economato de Lillo del Bierzo ha sido una de las últimas incorporaciones al patrimonio industrial con enfoque turístico. Y lo es gracias a la cesión de la familia de Tomás García, un empresario del sector del transporte, natural de Otero de Naraguantes. Esta instalación, que data de la década de los años 60, formaba parte del complejo de la Mina de Marrón y aún conserva el sistema de almacenaje de la época, con documentación de esos años y hasta el aparato de aceite de cortar el pescado.

El histórico poblado de Diego Pérez, el hospitalillo, los almacenes, talleres y oficinas de las explotaciones mineras... Todo ello forma parte del patrimonio industrial de Fabero. También las escombreras. Y aquí, la reina es la Gran Corta, para la que se ha proyectado un millonario plan de restauración todavía en fase de elaboración. En él se han depositado muchas esperanzas, con la vista puesta en un hipotético parque temático capaz de aprovechar su potencial botánico y paleontológico, así como las posibilidades que abre al ocio y al turismo de aventura.

De hecho, Fabero también ha dado un paso importante para aprovechar su pasado geológico como herramienta dinamizadora. Hace ya más de un año que abrió sus puertas el Aula Paleobotánica, un espacio cultural dedicado a los fósiles y ubicado las antiguas escuelas. La mayoría de las piezas que contiene provienen de la mayor mina a cielo abierto de Europa, la ya citada Gran Corta.

Un municipio que apuesta por su pasado para construir un futuro lo hace a todos los niveles. En Fabero, el patrimonio heredado de la explotación del carbón es crucial, pero también lo es la memoria, la historia y la cultura de sus pobladores. La Escuela del Ayer trata de aglutinarlo todo. Concebido como un espacio de homenaje y de memoria sobre la educación del ayer y su evolución, reproduce un aula tradicional y una antigua biblioteca con material original. Está dividida en dos plantas y la segunda, la que ocupa la biblioteca, también se reserva a la realización de exposiciones temporales, presentaciones de libros y folclore tradicional.

Por lo tanto, Fabero regala su historia en diferentes recorridos. Casi todos siguen el camino marcado por el carbón, pero también los hay que llevan a molinos de pan. Pan y carbón, una mágica combinación para tener los pies en el suelo.

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