Diario de León

GENTE INVISIBLE QUE SE DEJA MARCAR LA PIEL

Era el retrato de criminales y prostitutas, su DNI, cada uno tenía el suyo propio, la marca en la piel que los identificaba mucho antes de que se convirtiera en icono de modernidad. Tatú, de ‘tátau’, significa marcar o golpear dos veces. Llegó a los bajos fondos traído por los marineros que surcaban el Pacífico. En Samoa, Tahití y Tonga encontraron en la piel de los isleños marcas grabadas siguiendo una tradición milenaria. Quedaron fascinados por los tatuajes. Ahora, otros hombres se dejan grabar su cuerpo. A la fuerza. Son gente invisible. Hombres que ejercen la prostitución y son víctimas de prácticas degradantes, aunque les paguen o den su consentimiento. Lo ha dejado al descubierto la denuncia falsa de un chico

IAN LANGSDON

IAN LANGSDON

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León

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Tienen entre 20 y 30 años, consideran su actividad como algo temporal, la mitad lo compagina con trabajo o estudios y la casi totalidad lo hace voluntariamente y menos del 2% de los beneficiarios de programas como el de ‘Atención integral de víctimas de trata de seres humanos’ de Sicar, fueron hombres.

Al contrario que la mayoría de mujeres, no tienen proxenetas, según el estudio ‘Trabajadores masculinos del sexo: aproximación a la prostitución masculina en Madrid’, de María Peláez e Iván Zaro, el primer estudio, y casi el único, sobre los hombres que se prostituyen. Ese perfil encaja con el del joven de 20 años que hizo una denuncia falsa de agresión homófoba, al ser herido con arma blanca durante un acto sexual, que él se negó a denunciar aduciendo que había sido un acto consentido, aunque acabó en el hospital.

Esas agresiones «y otras peores todavía» que pueden también constituir trato vejatorio y degradante son parte de un menú salvaje que se ofrece en las mazmorras de la contratación de seres humanos. Comer excrementos, llamado ‘caviar activo y pasivo’ (según quién defeca sobre la otra persona), recibir la eyaculación en la cara, a veces en grupo, conocido como ‘bukkake’, o el ‘puño anal’, práctica para la que en la prostitución masculina —según esta investigación— se suelen utilizar ‘poppers’, una droga basada en el nitrato de amilo que relaja los genitales. «Dura cinco minutos, pero no cambia mucho la personalidad», relata uno de ellos.

«El porno ha puesto en el mercado incluso pagar por penetrar a una mujer en parto, embarazadas adrede por los proxenetas», indica un mensaje de Traductoras para la Abolición de la Prostitución. La práctica de tatuar o marcar a las víctimas de explotación sexual, por parte de sus proxenetas podría haber sido imitada en el caso de Malasaña, que trascendió debido a la denuncia falsa que hizo el herido. Pero suelen quedar ocultas.

¿El hecho de que a estas personas les paguen por consentir, o decir que consienten, las hace menos humillantes? «No, al revés», responde Concha Hurtado, portavoz de esta asociación que aboga por abolir la prostitución como se hizo en Suecia o Canadá.

«Es demoledor que se considere normal que la gente no las vea como seres humanos, y se trate de esa manera a otra persona, aparte de la práctica en sí misma. Son cosas brutales. Desde insultar hasta juegos de sangre, que sería parecido al de este chico (el de la falsa denuncia)».

En casos extremos, termina con la muerte. En España, en la última década ha habido 39 personas prostituidas asesinadas, según los datos de Feminicidio.net. Los datos oficiales muestran la desigualdad en cuanto a género de las víctimas de delitos sexuales relativos a la prostitución: el 92% son mujeres.

«Además el rédito económico no es para ellas, es para los proxenetas. Ellas salen igual de pobres que entran pero psicológicamente destruidas», dice Hurtado. «Son traumas que se acumulan y la mujer nunca se acostumbra. En el caso de los hombres, no sé si lo sufren con la misma intensidad».

Los trabajadores sexuales masculinos son «una minoría», sostiene Zaro, en otro informe titulado ‘La prostitución masculina. Un colectivo oculto y vulnerable’. Se trata de un «grupo marcado por la exclusión social y un bajo nivel cultural», añade la ‘Memoria de actividades 2013’ de la Dirección General de Igualdad de Oportunidades de la Comunidad de Madrid, donde se presentaba el ‘II plan contra la explotación sexual y la atención a la prostitución masculina’, que atendió a casi 4.000 personas entre prostituidos y clientes.

No hay evidencia de su continuidad, ni ningún gobierno regional replicó la idea. Ya sea que se declaren heterosexuales (31%), homosexuales (46%) o bisexuales (22%), su «principal característica es su invisibilidad», confirma Zaro. No hay investigaciones recientes sobre el colectivo. Ninguna asociación les representa.

Por los pocos estudios que existen del fenómeno en España, se sabe que los ‘chaperos’ han dejado las calles a aquellos de menores recursos, sin ninguna ropa distintiva y «pasan desapercibidos». Tienen «gran movilidad» de un sitio a otro, para evitar el ‘efecto cara quemada’: los clientes buscan novedades, indican Zaro y Peláez. También han migrado al espacio digital, donde «la imagen corporal cobra un papel fundamental».

La más conocida en España es Telechapero. Allí estos días se anuncian Sebastián «súper morboso y versátil», Nico que promociona su «garganta profunda» dispuesto para «tus caprichos», y un «latino muy cerdo»...

Con internet, su invisibilidad y vulnerabilidad es aún mayor.

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