Diario de León
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León

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Con frecuencia, las piezas esqueléticas son las únicas supervivientes con el paso del tiempo y los marcadores óseos impresos en ellas son normalmente los únicos medios para la reconstrucción de las fuerzas o factores ambientales que actuaron sobre ellas.

No hay necesidad de subrayar que el estudio antropológico retrospectivo de los restos biológicos humanos de poblaciones extintas puede permitir desentrañar múltiples incógnitas históricas, constituyendo estos restos un documento de excepción de su forma de vida, de sus recursos alimenticios, de sus enfermedades y, en general, de las actividades a través de las cuales la población aseguró su existencia y manifestó su cultura. De modo que, el análisis de los restos esqueléticos puede contribuir a trazar el complejo itinerario biológico, ecológico y cultural desarrollado por estas poblaciones del pasado, independientemente de que exista documentación histórica o no sobre ellas, ya que el material esquelético es sumamente moldeable y es el único documento humano que, como entidad biológica, interacciona dentro de un contexto cultural y ambiental. Es pues, el estudio biológico de restos humanos el que proporciona las bases para la interpretación de la forma de vida de una población desaparecida.

Si relacionamos esta información con la obtenida a partir de datos históricos, con el conocimiento de las costumbres y formas de actuación de los pueblos actuales que se encuentran en situaciones ambientales similares y con un desarrollo tecnológico parecido, se puede conseguir un acercamiento a la forma de vida de los habitantes de un pueblo antiguo.

Si los datos históricos nos informan de una división del trabajo según el sexo, los esqueletos de hombres y de mujeres deberían presentar diferencias en el desarrollo de los marcadores de actividad física. Igualmente, las poblaciones asentadas en zonas de montaña deberían de mostrar un mayor desarrollo de los marcadores músculo-esqueléticos de las extremidades inferiores en comparación con las poblaciones que viven en zonas llanas, donde la locomoción se realizaría de una forma menos estresante.

El factor mecánico funcional implicado en los quehaceres habituales se puede comportar como estrés cuando se trata de movimientos muy repetitivos o de esfuerzos intensos, especialmente si se mantienen durante largos períodos de tiempo a diario y durante una parte más o menos importante de la vida del individuo.

Esos hábitos cotidianos, desempeñados a diario en la vida laboral, entrañaban un gran esfuerzo físico para la persona que los realizaba, provocando en ella una respuesta adaptativa del hueso en forma de remodelaciones o modificaciones en el sistema músculo-esquelético. Todo ello como resultado de los movimientos repetitivos que constituían estas actividades, ya que el hueso es un material elástico o que se deforma fácilmente.

Se sabe que el tejido óseo no es un tejido inerte, sino que está en constante renovación, ya que se forma y se destruye hueso sin cesar y su desarrollo se halla bajo la influencia directa de las presiones y contrapresiones, es decir, de las fuerzas y tensiones que actúen sobre él. Por lo tanto, los cambios que se producen en la función biomecánica de un hueso van seguidos de cambios en su arquitectura interna (hueso esponjoso) y de alteraciones en su conformación externa, dando lugar a la destrucción de tejido óseo o a la aparición de exóstosis y rebordes óseos cuyo fin es aumentar la superficie de inserción del hueso y distribuir la carga que llega a un área ósea determinada. A estas modificaciones en la morfología del hueso en las zonas de inserción tendinosas, ligamentarias y capsulares se las denomina marcadores óseos de actividad.

En este estudio, el mayor problema s es la dificultad para concretar la relación causa-efecto entre un determinado factor ambiental y su respuesta ósea, debido a las múltiples interacciones que existen, lo que hace que en la actualidad solo se puedan aventurar diagnósticos de probabilidad. Hay que tener en cuenta que no siempre las actividades físicas repetitivas son la causa directa que determina la aparición de los marcadores óseos, que, además de derivar de una actividad física cotidiana, pueden ser el resultado de factores fortuitos o de otra enfermedad, ya que actividades diferentes pueden provocar la misma señal o respuesta en el hueso, y que incluso individuos de una misma cultura pueden realizar la misma tarea con métodos ampliamente dispares y, sin embargo, presentar diferentes respuestas óseas ante un mismo factor de estrés.

Los restos óseos humanos estudiados, adscritos a los periodos cronológicos medieval y moderno, preceden de las actuaciones arqueológicas llevadas a cabo entre los años 1986 y 1988 por el director de la excavación Fernando Miguel Hernández en la iglesia de San Salvador, más conocido como Palat de Rey, situado en la actual calle Conde Luna, en pleno casco histórico de la ciudad de León. El estudio comprende el esqueleto postcraneal de un total de 310 individuos ya adultos, de los cuales 175 son varones y 135 mujeres.

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