Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Libro singular y editorialmente exquisito es La ciudad constelada; en él se asocian palabra e imagen, versos de Francisco Acuyo y fotografías de Alejandro Martínez; y sugerente desde la misma introducción, trazada por el poeta granadino, con gran densidad de ideas (ciencia, filosofía y estética), de las que acaso nos interesen las referentes a la belleza, entendiendo que «no sólo es pensamiento, conocimiento, experiencia o convención, sino sobre todo espíritu creativo», algo que nos empuja más allá de la palabra, «hacia el desistimiento de lo sabido para dejar abierto el camino a lo que no puede pensarse, porque aspira libremente a lo nuevo», de modo que en el vacío que supone desistir de lo conocido «será de donde surge la verdad del ser en la belleza y de la creatividad genuina», un ejemplo de la cual lo tenemos en La ciudad constelada, en la que los autores, a través del verso y la imagen, «muestran al lector el cielo nocturno, la vida humana, la naturaleza viva, en sus infinitas insignias estelares, humanas y terrenales».

En la poesía de Acuyo hay indagación y pensamiento, pero también intuición y trascendencia por medio de una palabra que no es obvia, sino que injerta un pensamiento complejo en una expresión que huye de la palabra arrítmica comerciada en mucha de la poesía contemporánea. Se puede apreciar en L ciudad constelada», título que sugiere el de otros poemarios suscitados por el «vasto dominio» de la noche, como los Himnos a la noche de Novalis o, sin ir más lejos, Noche más allá de la noche, de Colinas; de igual modo, la expresión semeja ser, en parte al menos, heredera de tradiciones como la de la escuela antequerano-granadina que precedió a la explosión gongorina, a lo que hay que sumar los estímulos provenientes de la contemplación del «jardín sideral», de la noche estelar, pero también del ámbito natural y urbano.

Termina el poemario con un romance cuyo eje es la torre de la catedral granadina, lugar desde el que contemplar –siguiendo la diferente orientación de sus vanos- los signos estelares, las grandes constelaciones (Altair, Pegaso, Tauro, Casiopea…) y la propia urbe, en armónica consonancia con la cúpula celeste, sin olvidar la concorde y luisiana «música celeste». Si abre el romance la imagen del ángel que «en un mapa traza urbano…/ estelar itinerario», el ángel mismo lo concluye con el cierre del portulario-guía en la estrofa última, cierre también del poemario.

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