Diario de León

Filandón

Literatura para eliminar el tiempo

Avelino Fierro ofrece las claves para ganar vida con las horas de los grandes

León

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Contra el tiempo -porque eso es precisamente lo que consigue la cultura, la literatura, en el caso de Avelino Fierro- es el cuarto diario del fiscal de menores. Porque leer es ir en contra del tiempo, robarle tiempo al tiempo, poner en pausa nuestra vida para obtener crédito en las horas literarias de todos aquellos cuyo tiempo terminó. Citas a Samuel Johnson para recordarme que los libros nos permiten soportar mejor los días y sobre todo nos hacen más resistentes a la estupidez: la de las redes sociales y la vocinglería de los políticos. «Y en la soledad de la lectura, el tiempo nos pertenece», me recuerdas.

Te recuerdo que el arte, la música y la literatura pueden convivir en la misma persona con las esferas más tenebrosas del crimen. Y te cito a Burguess y su héroe macabro. Y lo relaciono contigo. ¿Cómo puedes presenciar cada día la calamidad, la brutalidad, la sinrazón, todas las vidas perdidas «hay más, muchas más, más vidas abruptas y nítidas que pasan después desteñidas y diluidas a nuestros papeles» y, después, refugiarte en Gil de Biedma, o en Passolini, o en Steiner, o en Marcos Ordóñez que, como sabes, es leonés de recuerdos. «No me aparto, ni me evado de mi vida laboral cuando llego a casa y leo o escucho a Glenn Gould interpretando a Bach. No me evado de un trabajo que me gusta. Soy un yonki de la rutina laboral que, trabajando con menores, tiene de todo menos de rutinaria. Si se le pone un electrocardiograma a mis jornadas de trabajo aparecería un trazado marcando todas las sorpresas y «picos». Y un yonki de la cultura. Puede que de la alta cultura, no digo que no; porque la cultura es elitista, está en contra de la nivelación, es en cierto modo antidemocrática».

‘Contra el tiempo’ es el último diario de Avelino Fierro. publicado por Eolas, la obra es un ejercicio literario brillante en el que el autor trenza reflexiones, viajes y lecturas con el «hilo de seda» de la nostalgia

Pero no siempre es así. Avelino, eres un lector promiscuo, pero entre todos hay algunos que para ti son más iguales que otros. Stefan Zweig es un ejemplo que, además, me permite cambiar el cauce de tu contestación anterior porque precisamente fue su clarividencia y capacidad de sentir la cultura lo que le llevó a dejar de lado la vida ante un mundo convertido en «polvo y ceniza, un pasado petrificado en sal amarga».

«No me aparto, ni me evado de mi vida laboral cuando llego a casa y leo o escucho a Glenn Gould interpretando a Bach»

No te importa que te entiendan ¿verdad, Avelino? Cuando leo tus diarios percibo a un aristócrata displicente con todos cuantos no se preocupan de lo que te interesa. Eres como un cofre de terciopelo que atesora joyas literarias envueltas en cordeles de nostalgia y expiras todo lo que has ido acumulando para que no se te olvide el mundo al que perteneces. En los tiempos del Covid-19 nos ofreces un billete para viajar a través del mundo con la única condición de que, al hacerlo, nos aventuremos a conocer nuestro propio mundo interior. Y citas a Lassels: «Sólo quien haya llevado a cabo el grand tour por Francia y el viaje a Italia estará capacitado para entender a César y Livio». Pero, ¿qué hay del Noroeste, del Poniente de Pereira, como te molestas en recordarme? Me hablas de Ortega, de su reflexión sobre la afinidad entre lo más íntimo del escritor y una porción de universo, de la razón topográfica. «La mía anda por esos parajes y luego se traslada más hacia el centro, a las calles de la ciudad. Pero da igual qué ciudad sea; lo importante es crear un espacio simbólico que sirva para trascender lo concreto o lo temporal» me recuerdas y añades que, en realidad cuando se ama una ciudad es porque se ama a alguno de sus habitantes. Pero yo creo que amamos una ciudad por el recuerdo en ellas de un ‘yo que se fue’. Puede que sea por esa razón que intentas zanjar una de mis preguntas con un acertijo «no me reconozco en mis palabras ni en mis emociones. A veces, sí, en la tristeza» a la pregunta sobre el eco de los escritores en las ciudades vacías. Ahora, que ya no puedes pasear por el barrio romántico ni por Saint Sulpice, me preguntas por los versos de Julio Llamazares: «Vendrá el silencio, y cruzaré la noche. Y encontraré la muerte flotando sobre el heno» y me propones un concurso en el que seguro perderé. ¿Cómo explicar esta plaga, Avelino? ¿O es que no hay poesía en el confinamiento? Para viajar en tiempos del coronavirus9 seguro que me propondrías a Camus, y yo te contestaría con que esto me recuerda más a A puerta cerrada. Tres personas encerradas frente al espejo de los demás. Siempre nos quedará París.

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