Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Resulta conmovedor el encuentro con una voz nueva, joven y aguda, con una mirada sobre el mundo diferente a la de sus predecesores. Es el caso de Rocío Acebal (Oviedo, 1997), una de los Hijos de la bonanza, es decir, de los que tienen la certeza de que van a vivir peor que sus padres. Con esa convicción y la palabra afilada en la piedra de la ironía, se enfrenta a la vida, al amor y a la poesía. No habla solo de sí misma la poeta asturiana, sino de los jóvenes como ella «náufraga del progreso». Su poesía es, en cierto modo, una radiografía de la juventud actual resumida en el yo de una mujer. De los jóvenes habla su palabra sencilla, sin fárrago ni artificios, pero sí lúcida y perspicaz. Léase por ejemplo Los revolucionarios, sobre el afán juvenil de cambiar el mundo, concluyendo que «nuestra revolución» fue una «estupidez con buenas intenciones».

Sabe la poeta lo que es la realidad y el futuro esperable; y sabe también cuál es su verdadera y única riqueza: «No tengo nada más: la inútil vocación / de pensar y explicar lo que he pensado». Para ello no pretende ser brillante, verbosa o, contrariamente, espesa. El curso de la expresión es fluido y transitivo y, como consecuencia, la lectura resulta agradable y sugestiva, como lo es también cuando se sobrepone lo emotivo, como en Raíces, que alude a tres generaciones, la de los padres que nacieron en el pueblo, la suya, nacida en la ciudad de provincias y la de los propios hijos, que se criarán en la gran ciudad y a los que un día deberá explicar lo que es un pueblo y cuáles son sus raíces. Lo dicho corresponde a la primera parte del poemario, donde creo ver ecos de un Gil de Biedma que a tantos jóvenes ha seducido.

En la segunda parte, en cambio, la onda irónica e ingeniosa de Víctor Botas parece reflejarse en algunos poemas. Un solo ejemplo, «Lo que el poeta quiere»: no es fama ni éxito, sino «la reseña amable / de García Martín», que como se sabe es un crítico asturiano caracterizado por decir sin ambages lo que piensa, casi siempre negativo, cuando no mordaz; de ahí que la poeta anote a pie de página: «no pide ya el elogio -un imposible-».

En la parte última se poetizan asuntos amorosos, más bien falsedades, «un amor en constante despedida», el recuerdo que compense sinsabores, conformismos desolados en otras mujeres o desengaños como este: «No te has marchado aún, sólo has salido / un rato, unas horas, una vida». En suma, la corrupción de los sueños.

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