Diario de León

¿Qué harías tú por defender tus principios?

l Diego Carcedo presenta ‘Los dos cónsules’, dos diplomáticos convertidos en héroes en el París de 1940

diego gómez / JAVIER

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«Es terrible. A mí, viéndolos en la carretera caminando sin saber a dónde, escapando, eso sí, de una muerte probable, me entraban ganas de llorar. Uno siente la incapacidad de ayudarles».

-Esa es mi preocupación. Me atormenta la conciencia de ver que no puedo hacer nada y me indigno con mi Gobierno por la insensibilidad que demuestra. Ya sé que no tenemos capacidad para acogerlos, pero sí deberíamos ponerles a salvo de la amenaza que sufren.

El periodista Diego Carcedo, premio Espasa de Ensayo por Entre Bestias y Héroes, ahonda en la heroica peripecia de dos diplomáticos, el español Eduardo Propper de Callejón y el portugués Aristides de Sousa Mendes, ambos cónsules en Burdeos durante la II Guerra Mundial. Este libro es una auténtica encrucijada en la que se dan cita el ritmo de una interesante novela, la mejor divulgación histórica y una necesaria investigación periodística. De la mano de un periodista español anónimo, al que su periódico de Madrid envía como corresponsal a Burdeos a principios del verano de 1940, el lector se sumerge en una ciudad tomada por miles de personas huyendo caóticamente del avance nazi. En esa turbamulta, los judíos encontraron dos inesperados aliados en los cónsules de España y Portugal quienes, anteponiendo sus principios a los dictados de sus respectivos gobiernos, el de Franco en Madrid y el de Salazar en Lisboa, se dedicaron incansablemente a facilitar la huida de miles de judíos. En ese momento, su actuación les acarreó duras consecuencias personales. La posteridad, sin embargo, honra su memoria.

junio de 1940

Los alemanes habían ocupado París el 14 de ese mes tras arrollar a las tropas francesas, provocando a la vez un éxodo de miedo y turbación en toda Europa. Las carreteras galas que apuntaban al sur se llenaron de desesperados que trataban de huir del terror nazi. En Burdeos confluyeron miles de desplazados en busca de una salida a la ratonera mortal en la que se estaba convirtiendo esa parte del mundo.

Desde la ventana del consulado portugués en Burdeos, Aristides de Sousa Mendes contemplaba horrorizado cómo las calles de la ciudad se atestaban de refugiados sumidos en la más absoluta desesperación por huir de la cruda suerte que se cernía sobre ellos tras la invasión nazi a Francia. Desde Portugal, posicionada en una interesada neutralidad, la dictadura de Salazar emitía una orden clara: prohibido expedir visados, salvo casos excepcionales. Ser tan próximo testigo de aquella catástrofe humanitaria y sentirse tan limitado en su voluntad natural sumió a Aristides en un profundo estado depresivo que lo condujo incluso a pasar varios días en cama, sin fuerzas para levantarse. Además, había entablado una estrecha relación con la comunidad judía, hecho que le enfrentaba aún más al dilema moral que le generaba esta tesitura. Finalmente, decidió incorporarse una mañana y desoír las premisas del gobierno portugués para guiarse por su condición humana: en adelante, autorizaría hasta donde le fuese posible los visados de todo aquel que pidiese su ayuda para escapar de aquel infierno, sin importar nada más (raza, condición, ideología, etc).

eduardo propper

Sin importar, tampoco, las posibles consecuencias de tan osada decisión. En esta misión encontró la mano amiga y aliada de Eduardo Propper de Callejón, primer secretario en la embajada española de París que, recién llegado a Burdeos y tras ver que el consulado español había cerrado sus puertas tras el abandono de todo el cuerpo diplomático, decidió reabrir la institución y atender a los miles de refugiados que aguardaban desesperados en los alrededores del edificio esperando un visado para poder cruzar España.

salvador dalí

Entre ambos ayudaron a que más de 30.000 personas (muchas de ellas, de gran popularidad, como es el caso de Salvador Dalí) consiguieran salir de allí y salvar sus vidas gracias a los visados que, en un inaudito y solidario acto de colaboración, facilitaron entre los dos durante días sin conocer ningún tipo de descanso en su actividad, que solo cesó de vuelta ya en sus respectivos países de origen, tras ser apartados de sus funciones y obligados a regresar para hacer frente a las represalias fruto de su desobediencia. Incluso hicieron paradas en los trayectos de vuelta para continuar firmando visados a los refugiados, judíos y no, que salían a su paso.

el schindler portugués

Aristides de Sousa Mendes, El Schindler portugués nació en julio de 1885 en Cabanas de Viriato, un pequeño pueblo del centro del país, en el seno de una acomodada familia católica de la aristocracia portuguesa. Junto a su hermano gemelo, César (que llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores), estudió Derecho y se enroló en la carrera diplomática. Fue cónsul en Tanzania, San Francisco y Vigo, entre otros destinos, antes de llegar a Burdeos. Se casó en 1908 con una prima, representante también de las buenas familias lusas de la época, y tuvo con ella 14 hijos. Hasta junio de 1940, todo en la vida de Sousa Mendes discurrió como estaba previsto en un miembro de su clase social.

Tras su hazaña en Burdeos, relatada en esta novela, fue obligado a volver a Lisboa a toda prisa, defenestrado inmediatamente de su cargo, de su profesión y de su correspondiente pensión, llevando una vida de penurias hasta que se produjo su muerte en el año 1954.

EDUARDO PROPPER DE CALLEJÓN, EL ÁNGEL DE BURDEOS

Eduardo Propper de Callejón, El ángel de Burdeos (Madrid, 9 de abril de 1895 - Londres, 1972) era hijo de Max Propper, banquero judío de Bohemia y Juana Callejón, hija de un diplomático español, realizó sus estudios en la Universidad de Madrid. Su esposa fue Hélène Fould-Springer, socialité y pintora, también de ascendencia judía. Fue suegro del banquero Raymond Bonham Carter (dueño de una colección de arte que Propper protegió frente al saqueo nazi) y una de sus nietas es la actriz británica Helena Bonham Carter, quien a menudo le recuerda en sus declaraciones públicas. Pasada la amenaza constante que sufrió por parte del ministro Ramón Serrano Súñer, tuvo más suerte que Aristides tras lo acontecido en Francia en 1940: su valía profesional facilitó su reincorporación a la actividad diplomática y que pudiera seguir escalando puestos de responsabilidad en diversos países importantes. Tras culminar su carrera en EE UU, falleció en Londres en 1972.

La voz de un periodista español anónimo a quien su diario en Madrid destina a Burdeos como corresponsal durante los primeros días de la ocupación alemana sirve para narrarnos en primera persona lo que sucede en la ciudad, como también para aportarnos otra perspectiva más lejana del quehacer de los dos cónsules protagonistas de la novela, que conocemos al detalle también con el narrador omnisciente que predomina en el relato. De igual manera, esta figura nos permite hacernos una idea del sesgo ideológico que se imponía en algunos medios de comunicación durante los primeros años de la dictadura franquista, con una dirección y, por ende, una línea editorial, totalmente adherida, en este caso, a los principios del régimen -y, pese a la neutralidad española en la Segunda Guerra Mundial, a la afinidad política de éste con Alemania e Italia-. Todo lo que no sirviera a su enaltecimiento y al de sus valores era menospreciado y descartado, incluido por supuesto el drama humano que acaparaba por antonomasia las noticias de dicha actualidad. «Márchate de inmediato a Burdeos, sin perder tiempo, que el tiempo en este oficio es oro. Esperamos una crónica pasado mañana por la noche. Y ya sabes, vas a encontrar a muchos judíos mendigando que escapan de los nazis. Son mala gente, así que cuando escribas, a los judíos ni agua».

admiración por francia

En la novela, este periodista, que fue educado desde la admiración a Francia por su familia, que tenía raíces en el país vecino, se las ve y se las desea para intentar evitar problemas al llegar a una ciudad, Burdeos, en la que solo por su aspecto (ya que incluso le creen judío en varias ocasiones) ya es un blanco fácil. Allí se encuentra también con serias dificultades para entablar cualquier tipo de relación sin levantar sospechas. y, por supuesto, para escribir algo acorde a lo que le exigen desde la redacción española.

Tras tratar de salvar la papeleta como puede con crónicas que se salen por la tangente de lo que es verdaderamente importante, es reclamado en Madrid, acusado en su propio periódico de simpatizar con judíos y prostitutas, y es despedido inmediatamente.

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