Diario de León
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León

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josé enrique martínez

El premio González de Lama, convocado por el Ayuntamiento de León, recayó en su última edición en el poemario Nuestro sitio en el mundo, del poeta albaceteño Antonio Rodríguez Jiménez, curtido en el oficio y ganador de algunos premios más. De expresión sencilla, fluida y transparente, de ritmo bien asentado en la tradición, suele expresar preocupaciones habituales de la vida, como el amor, la muerte, la rememoración... El recuerdo torna a la infancia, no con nostalgia, sino para conocer cuál es «nuestro sitio en el mundo»; otras veces la memoria evoca escenas familiares de hondo significado, como el poema que comienza: «De final de la guerra / mi abuelo recordaba las naranjas»; algún otro poema deja constancia de las nebulosidades de la memoria: «la niebla y la memoria tienen el mismo tacto». Los elementos naturales (una sencilla planta, una abeja, el brillo de unas hojas...) propician el brote del poema; no los grandes espectáculos naturales, sino «el pulso de las cosas pequeñas», algo acorde con la mirada clara del poeta, que no evita la alusión a la muerte, esa «que infunde el pánico y te empuja / como un perro furioso contra el mundo». El poema último fusiona amor y muerte, de suerte que aquel vence a la muerte «con su fuego tan vivo». En un año de tantas angustias no podía faltar el miedo en relación con el coronavirus y el confinamiento, que va dejando abundantes huellas en la poesía del presente. El poeta escribe sobre el miedo sin aspavientos, sin diferir del tono melodioso de los demás poemas. El confinamiento nos hizo ver que la epidemia no es solo asunto de novela y de que vivir antes de la misma se resumía en las cosas habituales «antes de que las vidas corrientes se cerrasen».

El poemario denota la sensibilidad del poeta en su relación con artes como la pintura o la música, a las que envidia por su capacidad para «verter en armonía / todo el temblor del mundo», y con la poesía de otros: del soneto 18 de Shakespeare, por ejemplo, toma versos que hace suyos para reflejar deseos permanentes del hombre, como la belleza o la felicidad del instante que quisiéramos preservar. Unido a tal empeño el poeta reflexiona también sobre la poesía, por ejemplo cuando revela que los asuntos de la poesía son los mismos desde siempre: «el deseo, la lluvia, los paisajes...»; el secreto está en la forma, en la «gracia»: «una delgada cinta moviéndose en el aire / separa lo vulgar de la elegancia».

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