Diario de León
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León

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La pugna sobre el reparto de fondos europeos y los de promoción de los espacios más desfavorecidos del mundo rural, con la llamada transición justa, devuelve una vez más al epicentro de los debates a un territorio que precisa un trato delicado para no atentar contra su especial espíritu, que ha conservado durante siglos precisamente gracias a su situación de aislamiento.

Si desde Ponferrada se viaja hacia el sur por la mal llamada Carretera de Sanabria —nunca llegó a completarse desde la zona del Campo de las Danzas hacia la provincia de Zamora— se accede al valle del Oza. Un río que, con sus diferentes afluentes, marca los espacios en los que se diseminan pequeñas aldeas, que de algún modo fueron pioneras de la llamada España Vaciada, que se cebó con ellos hace ya varias décadas, aunque algunos intentan ahora volver a la vida. El último pueblo en el ascenso hacia la Aquiana, Santa Lucía, permanece en la absoluta ruina, como estuvo Ferradillo, lugar de gran altitud que da paso desde el Campo de las Danzas hacia la vertiente oeste de los montes que limitan el Bierzo y La Cabrera. O en un valle situado hacia el norte de la Cordillera, con San Adrián, también hoy en proceso de rehabilitación.

La herencia de nobleza la aporta, entre otros, San Esteban de Valdueza, sede de la cabecera del municipio hoy integrado en el Ayuntamiento de Ponferrada, que es el punto de división que marca las dos trayectorias en el posible viaje. Hacia ese sur que lleva a Villanueva de Valdueza, localidad con una gran historia en cuanto a sus relevantes personajes —principalmente de la época del imperio español en América— y para la que ya está en marcha un proyecto de rehabilitación de su vieja casa parroquial con el fin de convertirla en albergue, de la mano de la Fundación del Hospital de la Reina y con financiación de la Junta, gracias al llamado proyecto Genadii.

Ese San Genadio —que junto a San Fructuoso o San Valerio— buscaron en el misterio silencioso del Oza el retiro religioso en tiempos muy distintos —separados literalmente por siglos— para fundar y refundar lo que hoy se conoce como la Tebaida, por ser el origen del monacato en occidente. Un fenómeno cuyos restos se hacen ahora presentes de manera especial en las dos localidades más emblemáticas del valle, en Montes de Valdueza y en Peñalba de Santiago. Ambas custodian un legado patrimonial y cultural de primer orden. Con unas iglesias que sufrieron el peor de los abandonos y que, tras años de ruina, han conseguido un gran avance en forma de puesta en valor para recibir notables inversiones que garantizan su supervivencia y facilitan un mayor conocimiento, y que afloren sus tesoros escondidos en forma, por ejemplo, de pinturas en los muros.

El fotógrafo ponferradino Amalio Fernández fue pionero hace medio siglo en el redescubrimiento de unos pueblos que permanecían en el olvido, sin servicios y con unos habitantes que buscaban mejores alternativas en otros territorios. El turismo fue poco a poco asomándose a unos parajes que son tan delicados que precisan mucho cuidado para no acabar con la esencia de su belleza, su ‘silencio’ que llega a todos y a todo.

La vía por la carretera de San Clemente y Valdefrancos hacia lo más alto del valle presenta serios problema de estabilidad y por ello se ha puesto en marcha una alternativa desde la carretera del Morredero, por el alto de San Cristóbal. Por ella se accede a Peñalba, localidad que muestra los restos de la dura vida en la alta montaña, con algunas casas que no han sido restauradas y que exhiben la singular crudeza que padecieron sus gentes. Desde allí y enfilando hacia Montes de Valdueza se accede al Valle del Silencio. Territorio marcado por el ascenso hacia la cueva que da nombre San Genadio, en la que según la leyenda permaneció como eremita antes de ser llamado desde Astorga para ocupar su obispado.

Decenas de kilómetros para hacer rutas por unas montañas que también saben del terrible daño del fuego, del que poco a poco se van recuperando. Y con sus castaños centenarios e incluso algún viñedo, plantado buscando el sol, ofrece parajes como el de la cascada que presentan esa duda sobre cómo debe desarrollarse un turismo que no mate de éxito la Tebaida.

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