Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Las dos orillas es el poema que sirve de pórtico a Tiempo de amor y mar, de Francisco Álvarez Velasco, leonés de Cimanes del Tejar cuya vida ha transcurrido en buen parte en Gijón. Son las dos orillas que sellan el amor y el mar del título: un mar contaminado por los desechos humanos y la orilla que remite a la niñez y sus paisajes de álamos y agua clara bajo los puentes que serán en otro poema los puentes todos de la vida. Esta orilla es, además, el título de una de las partes del poemario, la de la infancia, la del territorio de origen, que motiva poemas de tono juanramoniano por su límpida visión del campo, sus estampas y sencillas escenas, sin que deje de poetizarse el amor o El ultraje del tiempo y La violencia de las horas, como se titulan sendos poemas.

Pero son los versos que tratan del tiempo natural, las estaciones y la naturaleza, con un ritmo de canción, a la manera también del poeta onubense, las que ofrecen una fusión atractiva de claridad y belleza, acudiendo en algún caso a la imagen tradicional que suscita coplas tan hermosas como esta: «Por aquel camino viene / la dama blanca del alba, / muy más que la nieve fría / una señora tan blanca».

En otra sección traza Álvarez Velasco el Jardín de infancia, poesía para niños que ha cultivado en libros como La Luna tiene una liebre (2009), El libro de las vocales (2013) y Tres tristes tigres por un trigal (2018). El poeta maneja con soltura todos los recursos de este tipo de poesía: ritmo acusado, paralelismos, formas de copla y de romance, chispazos en forma de haiku, nanas como la que comienza: «La luna blanca, mi niño, / era de plata y es verde, / era verde y se hizo negra. / ¡Ay, duerme, mi niño, duerme!». En la sección última volveremos a encontrar canciones a la manera de Juan Ramón o de Lorca, seguidillas y coplas como esta: «Se me ha perdido la llave / a lo largo del camino / y nadie me abre la puerta /de la casa del olvido». Por otra parte, el poeta aborda asuntos habituales en su poesía: el amor, la memoria, la naturaleza, fuente también de imágenes («Ahora pasa una joven / hermosa como un chopo / brotando en primavera»), el tiempo en «Edades», que contrasta la niñez lejana («Vivíamos entonces el asombro») con una «vejez ya sin regreso» en la que «nada nos asombra», y la muerte; la de la madre promueve este delicado apunte de Hoja de otoño: «De oro y lenta / y silenciosa / cae. / Dos de noviembre. / En la tierra, perdida. / En la memoria, viva».

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