Diario de León
JESÚS F. SALVADORES

JESÚS F. SALVADORES

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León

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Cada estación tiene su tiempo y, en Valdelugueros, ninguno es perdido. Siempre hay un afán que encontrar. Más aún en el umbral del otoño. El equinoccio da paso a un territorio en el que, con el invierno en el horizonte, el valle deshoja su paleta de colores y el municipio de la montaña central leonesa se reivindica como uno de los principales focos de atracción turística para quienes buscan el disfrute en la pausa. Sin prisa, con todo por descubrir al ritmo que los pasos cantan sobre las hojas caídas, las sendas que guían al viajero hasta estos pueblos montañeses ofrecen una ventana privilegiada para el disfrute de los valores medioambientales que caracterizan a una zona ensalzada como Reserva de la Biosfera. No corran. Conviene abandonarse al disfrute de las sendas marcadas sobre los pasos legendarios que trazaron las calzadas romanas, encontrar las fuentes en las que se desbocan los afluentes que dan de beber a la cabecera del Curueño, abismarse en el eco de la gruta abierta por la Cueva de Llamazares y disfrutar de las camperas de Vegarada en las que, a poco que se nuble y temple, empezará a nevar para tender la pista por la que los trineos se deslicen arrastrados por la fuerza de los perros de tiro. El camino tiene recompensa. Más si cabe cuando se asienta en la sobremesa de uno de los establecimientos que dan lustre a la gastronomía de la zona y descansa en los negocios de turismo rural abiertos para equilibrar el negocio con los recursos.

Valdelugueros da nombre al Ayuntamiento en el que se agrupan los pueblos de Arintero, La Braña, Cerulleda, Llamazares, Lugueros, Redilluera, Redipuertas, Tolibia de Abajo, Tolibia de Arriba, Valdeteja, Valverde de Curueño y Villaverde de la Cuerna. Más allá se abre la raya que deslinda la provincia con el Principado de Asturias. Pero a este lado, el municipio abre la puerta de entrada a la estación invernal de San Isidro por Riopinos, que esta campaña espera recuperar el pulso de la normalidad con la llegada de los esquiadores sin restricciones, y presenta un catálogo de rutas para disfrutar de la otoñada que anuncia el celo del monte proclamado por los ciervos que buscan pareja para dar continuidad a los linajes que pueblan la zona desde tiempo inmemorial. La oferta se multiplica para dar respuesta a lo que busque cada viajero. Quien quiera encontrar el hilo que une al Curueño con el Porma, todavía lejos de su confluencia, puede optar por la senda que discurre entre Arintero y Valdehuesa tras superar peña Viesca. Si se busca el frescor del agua, el caminante puede optar por el itinerario que dibujan las cascadas del río Faro: un trayecto al que se da pie desde Redipuertas, atraviesa las matas de álamos y abedules que ya comienzan a mudar su color y que se despeña con toda su fuerza en el encuentro con el arroyo de Cándamo.

Aunque cabe la alternativa se subirse al cordal del Bodón para seguir la ruta de las cumbres, con inicio en Redilluera y final en Canseco, tras coser con la mirada la distancia entre el Curueño y el Torío. El río da pretexto también para la senda que salta de arcada en arcada de los puentes romanos y medievales, por la trocha que cinceló la calzada de Vegarada, al abrigo de las hoces de Valdeteja y con destino en Redipuertas. No se acaba aquí. El otoño se muestra propicio para otra caminata aún: la que une Valdeteja con Valdorria por el antiguo camino comunal. El tiempo no se acaba en Valdelugueros.

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