Diario de León

Es una donación de la presidenta de Eutherpe, Margarita Morais, residente en León y descendiente directa del escritor

El árbol genealógico de Quevedo ve la luz por primera vez desde el año 1721

El parador de San Marcos, donde estuvo preso el autor, lo exhibirá de forma permanente

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Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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El árbol genealógico de Francisco de Quevedo y Villegas, una de las piezas más buscadas y valoradas por los estudiosos e investigadores del autor de Los sueños, se publica hoy por vez primera en este periódico desde que fuera dibujado, muy probablemente por María de la Portilla, del valle de Toranzo (Cantabria), en 1721. Esta primicia se debe a la gentileza de la presidenta de Eutherpe, Margarita Morais, una de las descendientes directas del escritor cuya genealogía entronca con Quevedo como puede verse en el segundo árbol, que, al igual que el anterior, se publica por primera vez. En próximos días el Hostal de San Marcos, donde estuvo preso Francisco Quevedo y Villegas entre 1639 y 1644, recibirá una copia del citado árbol genealógico donada por la descendiente directa del autor de El buscón. Él árbol es un pliego de 30 x 42 centímetros que da comienzo con los abuelos de Francisco de Quevedo y Villegas y concluye con María de la Portilla Quevedo y Villegas, del valle de Toranzo, dejando claro que ella es la descendiente y última heredera legítima de Francisco de Quevedo y Villegas. Es por esa fecha (1721) cuando María de la Portilla dibujó o mandó dibujar el árbol que el Diario reproduce por vez primera desde su creación. Margarita Morais, emparentada por vía paterna con el poeta madrileño, como puede verse en el segundo árbol, dibujado primorosamente por Sergio Barrios, nos habla de cómo este documento ha llegado hasta nosotros en un momento especialmente oportuno, ya que en días pasados una de las descendientes del escritor puso a la venta por 300.000 euros el valioso Legado de Quevedo que ha permanecido generación tras generación en poder de la familia en La Serna de Iguña (Cantabria) hasta llegar a los Morais Mendizábal. «Estos documentos, 180 en total, recogidos en 30 carpetas ?dice Morais?, son de un valor inestimable para seguir de cerca la vida privada de Quevedo. Son provisiones reales, testamentos, inventarios... relacionados con La Torre de Juan Abad de la que era señor don Francisco, que tenía guardados celosamente en un gran arca con herrajes y que al morir pasaron a manos de su sobrino Pedro Alderete de Quevedo y Villegas, a quien nombró en el testamento «primer sucesor en el dicho mayorazgo». Pedro Alderete es persona en quien Francisco de Quevedo confiaba de forma muy particular. Era hijo de su hermana Margarita de Quevedo y Villegas y no tuvo descendencia. Al morir Pedro Alderete, este Legado pasa de nuevo a la descendencia de su hermana. El último descendiente de Margarita fue Juan Francisco Carrillo Alderete de Quevedo y Villegas, quien «no casó». La herencia vuelve entonces a la descendencia de su tía, Isabel de Quevedo y Villegas, «hermana entera» de su padre. «Este Legado ?continúa Morais?, se ha ido transmitiendo de generación en generación en la familia durante casi cuatro siglos y ha reposado en La Serna de Iguña cerca de cien años, en casa de mis abuelos paternos: Margarita Mendizábal y Martínez de Velasco y Ramón Morais y Villarino. Allí los dejó mi bisabuela Amalia Martínez de Velasco y Bustamante al morir. La bisabuela Amalia, natural de Madrid, era la heredera legítima de dicho mayorazgo. Al morir su marido, Federico de Mendizábal, se trasladó a vivir con su hija Margarita al valle de Iguña pensando en no volver a la ciudad donde nació y vivió gran parte de su vida. Está enterrada junto a mis abuelos y padres en La Serna. Cuando fue a vivir con su hija se llevó todas su pertenencias y con ellas el baúl de los papeles o Legado de Quevedo. Una reliquia familiar que se ha guardado con cariño y respeto ya que en su mayoría son documentos inéditos que corresponden a la vida privada de Francisco de Quevedo y Villegas». La última heredera y descendiente que aparece en el primer árbol, dibujado a finales del XVII o principios del XVIII, es María de la Portilla Quevedo y Villegas, natural del valle de Toranzo y «cuarta nieta» de Pedro Gómez de Quevedo y María de Villegas, abuelos de Francisco de Quevedo y Villegas. «María de la Portilla ?puntualiza Morais?, la pariente más cercana, descendiente legítima de los dichos padres y abuelos e inmediata sucesora del mayorazgo de Quevedo, pleitea por dicho mayorazgo contra los falsos poseedores intrusos como puede leerse en el número 23 de La Ilustración Española y Americana. Este documento, publicado el 18 de enero de 1721, contiene el resultado del juicio por dicha herencia. Está rubricado: «Paulina gratiosa, á pedimento de María de la Portilla Quevedo y por A. Archiep. Rhodes. N.B. Fjilippus Tabanelli, Pbbrs. (hay sello pontificio) R. L. Paulinas en el folio 16 año 1721». Pablo Jauralde, en su monumental biografía de Quevedo pp.172, dice equivocadamente que el pleito lo gana María de la Portilla en 1724, cuando, como se ve por la anterior, fue tres años antes. Condena de excomunión El documento en cuestión es una paulina ?edicto canónico? expedida por el nuncio de Su Santidad Alejandro Aldobrandini en 1721 con ocasión de la fundación del mayorazgo de Francisco de Quevedo y, entre otras muchas cosas, dice: «Nos, don Alejandro Aldobrandini, que con las presentes hacemos saber que ante nos pareció la parte de D.a María de la Portilla Quevedo y Villegas, natural del lugar de Alceda, valle de Toranzo, y nos hizo relación diciendo ante los señores del Real Consejo sobre la tenuta y subcesion del mayorazgo que fundó D. Francisco de Quevedo y Villegas (?) para remedio de lo cual mandamos dar y damos las presentes en virtud de Santa Obediencia y sopeña de excomunión mayor apostólica latee sentencia (?) hagáis leer y publicar, ó leáis y publiquéis las presentes en todas vuestras iglesias, monasterios y capillas los domingos y fiestas de guardar y otros días feriados y no feriados, para que los usurpadores, detentores y encubridores de lo que dicho es (...) los denunciaréis; anatematicéis y maldigáis con las maldiciones siguientes: Malditos sean los dichos excomulgados de Dios y de su bendita Madre, amén huérfanos se vean sus hijos, y sus mujeres viudas, amén el sol se les oscurezca de dia y la luna de noche, amén mendigando anden de puerta en puerta, y no hallen quien bien les haga ni socorra, amén; las plagas que envió Dios sobre el Reyno de Egipto y sobre su pueblo vengan sobre ellos, amén; la maldición de Sodoma, Gomorra, Batan y Aviron, que por sus pecados se los tragó la tierra vivos, venga sobre ellos, amén, y con las demás maldiciones del Psalmo, que dice: Deus mcam te tacucris y dichas las dichas maldiciones, tomen un acetre de aguas y calendas encendidas, y lanzándolas en el agia digan: así como estas candelas mueren en estas aguas, mueran las almas de los dichos excomulgados, y desciendan al infierno con la de Judas apóstata, amén». Como puede verse, María de la Portilla no escatimó ni medios ni fortuna para reclamar lo que de razón y ley era suyo, y mantuvo unido el Legado quevediano hasta el siglo XX, cuando uno de los últimos descendientes, Carmen Becerro, lo ha sacado a la venta, aunque, como ya puntualizó Margarita Morais en el anterior artículo del pasado 12/01/08, esa descendiente «no es la heredera, como señalaron equivocadamente algunos medios estos días. Los verdaderos herederos de los papeles de Quevedo fueron Amalia Morais Mendizábal y sus hermanos Modesto, Damiana, Federico, Carmen, Ramón y José Antonio (padre de Margarita Morais); todos ellos nacidos en La Serna de Iguña. En cuanto al padre de Carmen Becerro, era natural de La Alberca, Salamanca, fue el marido de Amalia y no es el heredero ?ni de casta ni de los documentos? de Quevedo. Los nombres arriba indicados son hijos de Margarita Mendizábal y Martínez de Velasco, nietos de Amalia Martínez de Velasco y Bustamante y bisnietos de Juana de Velasco y Quevedo. Ellos son los descendientes directos de Isabel Gómez de Quevedo y Sáez de Villegas, hermana de Pedro Gómez de Quevedo y Sáez de Villegas, padre de Francisco de Quevedo y Villegas. La descendencia de Pedro Gómez de Quevedo había desaparecido en la tercera generación y por ello todo el Legado pasó a los herederos legítimos de su hermana Isabel», concluye. Datos contradictorios Tanto el hallazgo de los restos de Quevedo hace diez meses en Villanueva de los Infantes como la venta del Legado en 300.000 euros a la Fundación Quevedo o ahora la aparición del árbol genealógico de la familia ha dado pie a una serie de artículos en diferentes medios de comunicación que han conmocionado de inmediato a la comunidad literaria y científica. Sin embargo, no todo lo publicado se ajusta fielmente a la verdad y se han emitido afirmaciones que han teñido de confusionismo unos hechos que sólo con atenerse a las pruebas documentales no deberían dar lugar a error. Así, leemos en el suplemento cultural del periódico El Mundo de 3/1/2008 un artículo de Blanca Berasátegui sobre el Legado del escritor en el que pone en palabras del biógrafo Pablo Jauralde lo siguiente: «La venera de Santiago sobre la que don Francisco de Quevedo fundó su mayorazgo había sido separada del resto de los bienes, lo mismo que un crucifijo, probablemente el sudario de Santa Teresa, algún mueble?». Aunque Quevedo utilizó la venera como garantía para pagar sus deudas, sin embargo en ningún momento se deshizo de ella de forma irreversible, y la prueba la tenemos en la cláusula vigésima de su testamento: «Declaro que una volsa de cuero que tengo en casa del Ldo. Juan Gallego, tiene diez rr.s de á ocho y uno de cuatro de plata, y otra volsa cerrada con artificio tiene veinte y cinco doblones de á ocho y dos escu­dos de oro y una venera sobre una esmeralda grande y rica con una espada de rubies con cerco de diamantes, que esta pieza a de quedar por fundamento principal de mayorazgo que e de fundar en este mi testamento». Y la cláusula trigésima es aún más concluyente. En ella nombra como primer sucesor en su mayorazgo a su sobrino Pedro de Alderete, vecino de Madrid, y fija las reglas para la sucesión en caso de faltar descendientes directos, confirma la fundación del mayorazgo e im­pone a los sucesores en él la condición de que «para siempre jamás sean obligados á llamarse con el nombre y apellido de Quevedo y Villegas, y no lo haciendo desde luego se les escluye de dicho nombramiento y sub­ct.ss. como si no fueran nombrados ni llamados, y pase á el siguiente en grado y quien mejor dro. tuviere con la dicha calidad de tener los di­chos apellidos». Todo ello demuestra que la venera permanecía con él a la hora de hacer testamento. Posteriormente la pista se pierde: se supone que fue pasando de heredero en heredero hasta que en 1900 la volvemos a encontrar en La Torre de Juan Abad, como escribió Francisco Navarro Ledesma en la revista Archivos, museos y bibliotecas de ese año: (?) «Desde doña María de la Portilla continuó regularmente la sucesión del mayorazgo y la posesión de la joya (venera) hasta sus actuales poseedore». Era la décima generación. En 1979 ?y no 1978 como mal cita Jauralde en el pie de la página 858 de su Biografía?, la venera vuelve a mencionarse en un artículo del periódico Abc firmado por Juan Antonio Pérez Mateos en el que señala que el padre Florencio Marcos, archivero de la catedral de Salamanca, había visto y estudiado el Legado de Quevedo después de que una descendiente del escritor le llamara para que viera unos legajos que tenía en su poder y que habían pertenecido a Quevedo. Incluso se publica una foto de la venera enmarcada. Lo que ya no sabemos es si esa foto fue tomada anteriormente al artículo o en ese momento, pues tanto el sacerdote como el autor del reportaje, y la entrevistada, Amalia Morais, se cuidan muy mucho de desvelar su paradero. Sólo se dice de pasada que estuvo en poder de la familia, pero a juzgar por el silencio en el resto del escrito bien se puede colegir que la preciada joya debió desaparecer en el tiempo comprendido entre 1900 y 1979. Margarita Morais nos lo confirma señalando no haberla visto nunca en casa de su abuela Margarita de Mendizábal en La Serna de Iguña. «Es más, pensamos que cuando la bisabuela fue a La Serna ya no lo llevaba, o al menos nosotros no lo vimos nunca». Jauralde, en la página 858 de su biografía de Quevedo, afirma: «De la venera me consta su existencia actual (1999), incluso ha aparecido fotografiada en reportajes de prensa no muy lejanos». Como ya es característico, cada vez que el biógrafo habla de éste y de otros temas familiares la ambigüedad lo señorea todo. Aunque bien pudo haberla visto, como dice, no desde luego en manos de la familia, como nos lo han corroborado los 43 descendientes actuales del escritor. Sin embargo, lo más curioso de este controvertido asunto es que tanto el padre Florencio Marcos como Jauralde hablan en sus respectivos artículos de «la propietaria», refiriéndose a Amalia Morais, ignorando a sus otros ocho hermanos que lo eran con igual derecho, puesto que el Legado de Quevedo (venera y muebles incluidos) permanecía proindiviso de todos ellos. Tanto el sacerdote como el biógrafo no han acudido a Cantabria, como nos consta, para comprobar la verosimilitud de las afirmaciones y en especial cómo llegó ese Legado a manos de la entrevistada, Amalia Morais, en Salamanca. Permanecerá en San Marcos En fechas próximas, el Hostal de San Marcos exhibirá en uno de sus salones principales, junto a un grabado de Quevedo, el buscado árbol genealógico donado por Margarita Morais, descendiente legítima del escritor preso en ese edificio desde 1639 hasta 1644. Según Manuel Miguélez, director del parador, «esta donación de doña Margarita realzará y enriquecerá un entorno que tanto significó en los últimos años de la vida de Francisco de Quevedo. Lo ubicaremos en uno de los salones principales y estará junto a un grabado de Brundi». En diciembre de 1639, Francisco de Quevedo es  encerrado en la prisión de San Marcos de León, donde permanecerá hasta la caída del conde-duque de Olivares. Las protestas de inocencia de Quevedo no son escuchadas. Después de tres años y siete meses de reclusión, en junio de 1643, se le pone en libertad, y un año y tres meses más tarde moriría en el convento de Santo Domingo de Villanueva de los Infantes. Sobre estos tortuosos años escribe: «Cuatro años de prisión estudiado por el odio y la venganza del poder sumo, en un aposento cerrado por defuera, dos años sin criado ni comercio humano, y un río por cabecera, en tierra donde todo el año es hibierno rigurosísimo». Los detalles de su detención los ha expuesto el padre Fidel Fita en su breve trabajo La torre y cárcel de Quevedo en San Marcos de León. Apuntes histórico descriptivos y posteriormente Pablo Jauralde en su artículo Realidad y leyenda de la prisión de Quevedo en San Marcos de León, Tierras de León, 1980. El 7 de diciembre de 1639, Francisco de Quevedo, que se alojaba en el palacio de los du­ques de Alba en Madrid, residencia entonces de los duques de Medinaceli, fue detenido con grandes medidas de seguridad y conducido al convento real de San Marcos de León: «A 7 de diciembre, víspera de la Concepción de nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin una camisa, de sesenta y un años, a este con­vento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, en tierra donde todo el año es hibierno rigurosísimo, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad me las han visto cauterizar con mis manos; tan pobre, que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos». En 1972 se demostró por una carta del conde duque de Olivares al rey Felipe IV, encontrada por su biógrafo J. H. Elliot, que la acusación que pesaba sobre Quevedo fue hecha por su amigo el duque del Infantado, en la que le acusaba de ser confidente de los franceses. Saldría en junio de 1643 y poco después, en septiembre de 1645, moriría en el convento de Santo Domingo de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). El documento descubierto La carta en cuestión dice así: «Señor. El Conde de Peñaranda ha pasado conmigo lo que me dice en su papel, y no obstan­te que de lo imprudencia y Vbre genio y maledicencia de Adam de la Parra se puede creer cualquier desacierto como el que se propone, y que ya le han tomado entre ojo tanto todos, con lo que ha apretado contra las judíos portugueses, que en cualquiera parte estará este sujeto mejor que en Madrid, y mejor donde menos mal pueda hacer, todavía parece que para tomar una resolución como recluir un hombre por toda su vida, quien avisa del de­lito y da luz dél, es justo que le califique y consulte por lo menos; y aun habrá que mi­rar pues como Vuestra Majestad sabe, para el negocio de don Francisco de Quevedo, fue necesario que el Duque del Infantado, siendo íntimo de don Francisco de Quevedo (como él lo dijo a Vuestra Majestad y a mí), fue necesario que le acusase de infiel y enemigo del gobierno y murmurador dél, y últimamente por confidente de Francia y correspondien­te de los franceses. Y no bastó todo hasta que el Presidente de Castilla y Yuseph González consultaron lo que les parecía se debía hacer con él. Por todo lo cual, me parece que Vues­tra Majestad ordene por medio mío, por el secreto mayor a don Pedro Pacheco, que diga enteramente lo que sabe desta materia, y consulte a Vuestra Majestad por mis manos lo que se le ofrece en ello. En todo hará Vuestra Majestad lo que le pareciere más acertado». La carta lleva fecha de 19 de octubre de 1642, y va apostillada por el rey: «Hágase como os parece».

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