Diario de León

antonia alba. expósita de san cayetano

«Iba a limpiar para don Luis Almarcha»

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«Expósita hija de padres desconocidos y se expuso y recogió del torno de este hospicio una niña recién nacida al parecer y es la expósita señalada con el número 51 de entrada en dicho establecimiento durante el corriente año». Así consta en la partida de nacimiento de Antonia Alba Márquez, como fue bautizada en el Hospicio de San Cayetano. Era el 17 de marzo de 1930 cuando la pequeña, con siete mudas de hilo sin estrenar y un medallón de oro, según oyó contar más tarde, fue recogida del torno por las Hijas de la Caridad que regentaban la institución. Por el número de ingreso a estas fechas, prácticamente no había día en el año en no recalara un bebé en el hospicio. La niña fue creciendo entre el bullicio de una institución repleta de criaturas. Allí pasó los años de la guerra y las miserias de la posguerra, hasta los 20 años de edad cuando se casa, en 1950. Recuerda que el hospicio «era una casa muy grande enfrente del parque de San Francisco» pues ocupaba lo que hoy es Correos, el Conservatorio, el aparcamiento de Santa Nonia y el Instituto Leonés de Cultura. Con algunas compañeras, como Gloria, hizo amistad duradera. En el hospicio los chicos estaban en un patio y las chicas en otro. «Hambre pasé bastante», afirma recordando los platos de lentejas y las vacas que había dentro del hospicio para ordeñar. «Había una despensa muy grande y panadería dentro del hospicio», cuenta. Se sentaban por números y en la mesa les ponían la ración. Iban a la escuela pero a ella no le gustaba mucho estudiar y le daba vergüenza suspender. Fue entregada a una familia del Bierzo cuando tenía unos 14 años, pero no le gustaba que le mandaran a cuidar el ganado y regresó. Entonces la emplearon como criada en el palacio episcopal para don Luis Almarcha. Recuerda al obispo y a su hermana María: «Limpiaba todo el palacio, el despacho del obispo, los pasillos y la iglesia. Don Luis me llamana escoba vestida por lo delgada que era», recuerda. Siendo una jovencita fue cuando se atrevió a meterse en la oficina del hospicio a mirar el libro de registros. «Una que estaba limpiando me lo dejó leer a escondidas, nos lo tenían prohibido. Luego he preguntado y nadie me ha dicho nada. Pero aún tengo esperanza», cuenta. Le gustaría encontrar a alguno de sus parientes.

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