Diario de León

Puerta a puerta

La rueda del reparto

Los repartidores se convierten en una opción no sólo para llevar pedidos de restaurantes sino también táper de casa a casa, la compra, medicinas, paquetes y hasta documentaciones

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

El primer rider de León se adelantó casi 60 años a la moda. Ni Glovo, ni Deliveroo, ni plataformas de San Francisco. Aquella bicicleta con la caja adelante de La Tiendina del Barrio, en República Argentina, la pasea desde 2009 José Antonio Hoyos. Sin pedales, su modelo directo, al que se han sumado decenas de comercios leoneses en estas últimas cuatro semanas, comparte espacio con las marcas nada tradicionales que han encontrado en la crisis una visibilidad aún mayor para su modelo: el uso de las nuevas tecnologías como negocio que aprovecha la fuerza de trabajo de repartidores autónomos que hacen de puente con los proveedores de mercancías. En un escenario de confinamiento, sus mochilas se han convertido en un reclamo en la calle mediante el que se transporta todo tipo de productos.

Con apenas media docena de restaurantes operativos, el catálogo de servicio se ha ampliado para estos repartidores. Los portes incluyen en esta cuarentena incluso «táper que mandan las madres a los hijos de una casa a otra», como detalla Jesús Francisco Vargas. Su caja amarilla hace cola en la acera delante de la carnicería de la calle Roa de la Vega. Tiene un pedido pendiente de este establecimiento, a los que se suman los de «los supermercados y las farmacias». Pese a todo, concede que su actividad «ha bajado más o menos un 50%».

El cálculo lo comparte David Sarmiento, que acababa de empezar «un mes antes» de que se decretara el confinamiento. Ahora hace «cuatro o cinco pedidos» para Glovo y «otros dos como mucho al día para Uber eats». A este ritmo estima que, tras pagar autónomos, gasolina y otros gastos, le queden «unos 600 euros limpios» este mes, en el que descansará «un par de días lo máximo». «Ojalá que después sea más», comenta a la espera de que abran en un establecimiento hostelero del centro de la ciudad. Su lista de portes acumula además «papeles de gestoría» y «paquetes de una casa a otra» sin que sepa precisar el contenido. «Espero que no», contesta cuando se le cita que a un repartidor en Vallecas le usaron para mover droga.

No tienen contacto con los clientes, que pagan mediante la aplicación y reciben el pedido en el felpudo. No hay contacto, como detalla Federico Povolato, uno de los más veteranos, que incide en que ni el aumento de los supermercados como Dia, que «ha hecho un convenio con Glovo», ni de las farmacias enjuga el hecho de que «el 90% de los restaurantes» a los que antes les daban asistencia están cerrados.

Uno de los que queda abiertos para dar comida a domicilio repartida por estos riders es el Sibuya. Los fogones se mantienen encendidos con apenas «tres cocineros», como reseña su dueño, Kima Fuentes, que ha tenido que solicitar el Erte para una plantilla que oscilaba entre «las doce y catorce personas». Con este personal le sobra para atender los pedidos, que han caído a «más o menos la mitad» de los que había antes a domicilio. «Hemos decidido mantener un perfil bajo sin fomentar mucho la venta», detalla el hostelero.

El condicionante se apunta como consecuencia de las críticas en las redes sociales de quienes entienden que la actividad provoca una exposición para los repartidores y suponen un peligro como posibles vectores de contagio de unos domicilios a otros. Frente a estas críticas, las empresas se reivindican como un servicio para poder dar de comer a los ciudadanos que los demandan, entre ellos «los sanitarios», como apostilla el encargado de Telepizza, Francisco Pérez. La franquicia ha fundido sus dos tiendas en tan solo una, con el consiguiente envío al Erte de la plantilla afectada. Desde el establecimiento de la avenida Reyes Leoneses se atienden «unos 80 pedidos al día», apunta el responsable de la empresa, que «a diario» sube encargos al complejo hospitalario, más allá de la donación de «50 pizzas y 10 combos» que hicieron el día 27 de marzo para sus profesionales. Pese a que el perfil de cliente no ha cambiado: «de 25 a 45 años, en gran medida familias con niños», sí que se ha modificado el patrón de demanda, en el que «ya no se diferencia tanto el fin de semana, sino que también se consume a diario». «Hemos subido un poquito», admite sin querer entrar en datos concreto sobre lo que mueven en la pizzería de Eras.

Por delante cruza uno de los repartidores con la caja amarilla, sube por Álvaro López Núñez y se desvía hacia Ramón y Cajal. En la puerta de la carnicería espera Luis Robles, quien se suma a los críticos por «la multiplicación de la experiencia de riesgo». Es nutricionista y dietista en el Centro Médico Pinilla. Desde su óptica explica que «la gente intenta mantener los hábitos, pero el confinamiento aumenta la ansiedad, que no la da la comida, ni la quita, pero sí que la gestiona». «Lo que se compra es lo que se come: si es mierda se come mierda; si es fruta se come fruta», diferencia el profesional, quien ve como «una buena señal» que «las fruterías estén bastante desbordadas», aunque observa también que «en el supermercado el estante de las galletas y de los snacks es de los más arrasados». Como consejo, anima a que «los niños ayuden a hacer la comida porque así, como todo artista, querrán disfrutar de su obra y probarán cosas que a lo mejor de primeras no querían». Dentro de esta filosofía, el experto aplaude que se aproveche para hacer «fabricaciones propias» que favorecerán a «reducir el exagerado consumo de procesados que teníamos». «Si el pan antes te duraba cuatro días, no con la excusa de hacerlo tú ahora te tiene que durar tan solo un día», avisa.

David Sarmiento, ayer. JESÚS F. SALVADORES

La advertencia no va en vano. Esta semana y la pasada tocan «la harina y las levaduras» porque «esto va por semanas», como ironiza José Antonio Hoyos, quien recuerda que los primeros días fue «el papel higiénico, luego la lejía y ahora esto». El encargo va en la caja que ha acomodado en la bicicleta de reparto que arrastra con las dos manos en el manillar. Los pedales se los hizo quitar la policía para ir por las aceras. Aun con la tracción condicionada, el vehículo de La Tiendina del Barrio sirve para atender «más de 20 encargos al día». «Puedo hablar de un 40% más y con clientes nuevos», calcula, después de resoplar dos veces y agitar con la mano varias veces arriba y abajo como respuesta a la pregunta sobre cuánto se han incrementado los pedidos desde que comenzó la cuarentena. La subida no sólo se anota en el número, sino también en la cantidad de la compra, y amplía el radio de acción para llegar incluso a «un pedido en la carretera de Carbajal» al que asisten con la furgoneta.

Estos días sobresalen más. JESÚS F. SALVADORES

A medida mañana, cuando más jarrea, el recado tienen como remite una casa de Lancia. La puerta la entorna apenas Mónica, que cuida «a una señora mayor». No sale para nada en los ocho días de su turno, al que suceden dos jornadas de descanso. La compra es «para 15 días», concede, antes de volver a cerrar, ya con la caja en las manos, ante el requerimiento de la dueña de la vivienda desde dentro. «Ahora, tienes suerte si te abren la puerta. Lo normal es que llamen antes y pregunten cuánto es. Te lo dejan en un sobre en el felpudo y tú les posas ahí el pedido», relata el repartidor, quien añade una confidencia como ventaja competitiva frente a los riders modernos: «hay gente que con la única persona que hablan a lo mejor ese día es conmigo».

tracking