Diario de León
paloma

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Ponferrada

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Anoche encendí tarde el televisor. Estaba demasiado cansado para leer. Y no tenía humor para escuchar otra vez esos extraños ruidos en el desván de mi casa, como si hubiera alguien encerrado allá arriba, que oigo cada vez que abro cierta novela sobre un grupo de inmigrantes irlandeses que cruza el océano Atlántico huyendo de la Gran Hambruna. Hay un maldito personaje -justo en el primer párrafo, lo conté hace unos días- que arrastra una pierna al caminar sobre la cubierta el barco. Y parece que haya saltado de la novela a mi desván.

O quizá solo a mi cabeza.

Así que me olvidé de  El crimen del Estrella del Mar,  y mira que la novela promete, y puse la televisión. Era cerca de la media noche. Acababa un nuevo día de desescalada en Ponferrada, con la ciudad inmersa en cierta sensación de normalidad a pesar de que el virus sigue al acecho. Y en La 2 emitían  Desayuno con Diamantes , la comedia romántica que Blake Edwards construyó, a modo de cuento de hadas, sobre una novela más sórdida de Truman Capote. La he visto cuatro o cinco veces y como pasa con las buenas historias cada vez descubro algo nuevo. Pero apenas quedaban unos minutos, Audrey Hepburn ya había cantando  Moon River , y cambié de canal.

En la primera cadena terminaba un nuevo capítulo de esa serie de TVE,  El Ministerio del Tiempo , que ha logrado mezclar talento narrativo, unos buenos personajes con los que identificarse y una idea emocionante y nada maniquea sobre la Historia de España. El televisor mostraba a Federico García Lorca, el poeta asesinado, el poeta de Nueva York y de Granada, el poeta perdido también, porque su cuerpo sigue sin aparecer ochenta y cuatro años después del crimen. Y me quedé hipnotizado por el ambiente evocador del  tablao  flamenco que emergía de la pantalla.

«A veces no sé qué es sueño y qué es realidad», le decía Lorca a uno de los personajes fijos de la serie, el agente Julián, mientras atravesaban juntos una puerta y los dos viajaban hasta Granada en el año 1979. Y en cuanto cruzaron el umbral, el poeta del  Romancero Gitano  escuchó unos versos suyos en la boca de un  cantaor  -y no era un  cantaor  cualquiera, era el mítico Camarón- con todo el local envuelto en la luz difusa de las lámparas de mesa y el sonido de las cuerdas de una guitarra:  El sueño va sobre el tiempo, flotando como un velero. Nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño,  cantaba Camarón.  La leyenda del tiempo.  Y el poeta, que ya sabía que lo iban a matar si volvía a Granada en 1936, se maravillaba de que España le recordara tantos años después. «Entonces no han ganado ellos. He ganado yo», le decía a Julián. «Dejemos las cosas como están».

Esta mañana leo en las  webs  de algunas cadenas de televisión que la NASA ha encontrado evidencias de la existencia de un universo paralelo al nuestro donde el tiempo corre hacia atrás. Parece uno de esos bulos que nos acechan, ¿verdad? Pero luego pienso en los versos de anoche en la boca de Camarón;  Sobre la misma columna, abrazados sueño y tiempo, cruza el gemido del niño, la lengua rota del viejo.  Y me pregunto qué habrá pasado con Lorca en ese lugar donde las horas van al revés.

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