Diario de León

Malamente

«Si no nos mata el virus nos va a matar el hambre»

Sin poder salir a los mercadillos, ni a la chatarra, y con dificultades para acceder a las ayudas, los gitanos de los dos asentamientos chabolistas que quedan en la ciudad, así como de los barrios, alertan de su situación

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León

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El último en irse de ahí fue el Buli. Antes lo habían hecho el Chulo, la Feli y el Sansón. Hace más de diez años de aquella. En este tiempo se tendrían que haber marchado ya todos. Pero los sucesivos planes de las administraciones, con plazos incumplidos de manera encadenada, el último en este mismo 2020, perpetúan los dos asentamientos chabolistas que esconde la ciudad en sus márgenes: Las Graveras, con nueve casetas y medio centenar de vecinos, la mitad niños, arracimados en la lengua de terreno que queda entre el estadio Hispánico y el río Bernesga; y los Altos del Frío, como ironizan, frente al hospital, con siete barracas y treinta y cinco habitantes. En medio de la pandemia, sin ningún positivo porque apenas se mueven, no tienen sólo miedo al covid 19 en los dos pequeños barrios. Sin posibilidad de salir a los mercadillos, ni a la chatarra con la que se ganan la vida, con unas ayudas «insuficientes», como denuncian, el miedo en estos dos emplazamientos tiene otro rostro. El mismo miedo, como advierte el patriarca, Adolfo Vargas, que ve la población gitana de Las Ventas, Armunia y Michaisa, donde se hacinan hasta tres familias en un piso de 70 metros cuadrados. «Que nos manden algo porque si no nos mata el coronavirus, nos va a matar el hambre», avisan.

La cuarentena tiene una dimensión diferente en Las Graveras. La referencia se puede tomar en los apenas 20 metros cuadrados del salón de la chabola de Victoria Jiménez. En ese espacio duerme hace dos meses junto a su hija y sus dos nietos, de 12 y 14 años, porque en el resto de la barraca acampa la humedad. «Nos comen los ratones y las cucarachas», señala, asomada al hueco de la ventana que no ocupa la chapa por la que se fuga en escorzo el tubo de la chimenea. Los cuatro subsisten con la paga de 392 euros de la matriarca. Le llegó el primer reparto de Cruz Roja, pero no ha visto más comida y la pensión, único ingreso familiar, se le acabó «hace días», después de «salir a comprar un par de veces» y pagar «el teléfono y el recibo de los muertos». «Sin dinero, a qué voy a salir», pregunta.

Sin dinero se van «echando una mano unos a otros» en Las Graveras, donde son «todos familia, menos la Frasia». Aunque están «todos igual», como reseña Aquilino León desde la puerta de la caseta de enfrente, en medio del charco que entra por debajo de la base de su chabola para mayor esparcimiento de la humedad, que le ha pudrido ya el panel de una habitación. Lleva en «el barrio 27 años». Sólo le supera el tío Nene, que acumula 51 inviernos, desde las primeras construcciones en precario que luego fueron sustituidas por las barracas actuales, traídas hace 31 años por Morano de Riaño para sacar a los gitanos de la calle Las Fuentes y que se urbanizara La Chantría. Entonces, les dijeron que era para media docena de años. «Pero aquí seguimos. Nos han abandonado», apostilla el veterano calé, tras hacer balance de las carencia del alcantarillado y la iluminación, sostenida por tan sólo un foco «al fondo». «El resto no funciona porque robaron el cable en la zona del Hípico. Fui a varias chatarrerías, lo encontré en una y le llevé los cachos a la concejala, pero no lo han vuelto a poner. Hace ocho años de eso», relata.

Con la verja entreabierta se adivinan en el patio de Aquilino tres bombonas de oxígeno. «Aquí, los que nos estamos de los bronquios tenemos diabetes», ataja Victoria. Pese a ser población de riesgo, «no ha entrado nada gracias a Dios», sobre todo porque «no se sale ni entra nadie de fuera» y porque están «acostumbrados a estar encerrados de siempre», como bromea Remedios Jiménez. Apenas han tenido otra visita en este tiempo que la de los miembros de Protección Civil que les trajeron «papel higiénico, lejía, productos para la ducha y dos pares de guantes de fregar». Son los que usan para ir a la compra. «Vivimos de los mercadillos y la chatarra. Sin poder salir, ni acceder a las ayudas esas que dicen, lo que necesitamos es comida. Que nos manden algo», ruega el gitano.

El problema crece «en un estado de alarma en el que se necesitan ayudas de emergencia, pero el Ayuntamiento va por el libro», como explica Ricardo Torres. El presidente de Garapatís y la federación de asociaciones de minorías étnicas (Asmie) cuestiona un sistema que «tiene mucha burocracia y al que no pueden acceder fácilmente las familias por todas las trabas que se ponen», como la obligación de que «no tengan deudas» o la tramitación «por internet». «Hay que pasar por los centros de acción social, por la comisión, por Intervención... A una persona que la pidió el 22 de marzo le llamaron ayer, pero ya le han dicho que hasta dentro de dos o tres semanas no le llegará», describe, a la vez que incide en que «los lotes de alimentos son insuficientes, sobre todo por los niños, a los que además no acaban de llegar las becas de comedor».

La urgencia acecha a un colectivo formado por «500 familias» que viven «de la venta ambulante, el 90% gitanos». Su propuesta pasa por que, en esta salida del confinamiento, permitan abrir «los mercadillos, que son al aire libre». «Han hablado con todas asociaciones menos con nosotros. Que nos llamen del Ayuntamiento y escuchen las propuestas que tenemos que hacer», reclama Torres, quien insiste en que, en Armunia, «las últimas viviendas se dieron hace 20 años, los jóvenes se han casado, no tienen posibilidad de independizarse y hay casas con dos y tres familias». «Todos los gitanicos que salían a la venta ambulante y a cuatro chatarras lo están pasando mal. Necesitamos una ayuda», subraya el patriarca, Adolfo Vargas, quien acaba de llamar a Aquilino para ver cómo van las cosas por Las Graveras.

El resumen lo hace Ángeles Pérez, que sale a la ventana al oír la cháchara en el camino de entrada a las chabolas, sembrado de baches y con un antiguo Peugeot 306 desmontado por completo como cartel de bienvenida.

—¿Cómo lo vamos a llevar? Malamente.

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