Diario de León

Primeras vacunas

La vacuna arranca lágrimas de alegría en su debut en León

Récord de los equipos covid de la Gerencia de Atención Primaria de León, que logran poner casi 2.000 vacunas asignadas a este área en un solo día trabajando desde las siete y media de la mañana hasta las diez de la noche en una docena de residencias de la provincia

León

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Resistieron el encierro en las habitaciones, se secaron las lágrimas en soledad, les cuidaron sin descanso... Y ayer volvieron a darlo todo. Con el brazo bien pegado al cuerpo, como les indicaban las enfermeras, y mucha gratitud «a la sanidad pública y a las residencias» recibieron las primeras vacunas contra el covid-19 de la provincia de León con aplausos y los ojos empañados de emoción.

«A ver si entre todos podemos salir de esto. Creo yo que todo el mundo estará tan cansado como yo, por eso me apunto voluntario, porque estoy cansado y espero mejorar», afirmaba José Luis Moreira, de 59 años, poco antes de las diez de la mañana de ayer, en la residencia Buen Suceso de La Pola Gordón.

Concepción López Morán, de 88 años, en Orpea . MARCIANO PÉREZ

Este albañil jubilado, oriundo del pequeño pueblo berciano de Villar de Corrales, en el municipio de Trabadelo, fue el primero en recibir la ‘banderilla’ de la esperanza. Ni un ay, ni una queja. Su ilusión está puesta en poder acercarse un poco más a su tierra, que es lo que más ha añorado durante los diez meses de pandemia. «Que se la ponga todo el mundo», conminó este hombre a quien un ictus le apartó del andamio. «Si somos unos pocos y no somos todos, haríamos poca cosa. Entre todos, la cortaremos», sentenció. La gerocultora Ana Mieres fue la primera trabajadora de este centro en recibir la vacuna. Con el cansancio acumulado por el turno de noche, cuenta que el pinchazo no fue más que «una vacuna normal y corriente. Esperemos que no haya reacción y que sea una solución», comentó.

Gabriel Olías Restrepo, minero jubilado de Laciana . MARCIANO PÉREZ

Impaciente y muy contenta estaba Mirta Lucía Conrad de Juan, nacida en Argentina, aunque tiene sus raíces emocionales en Santa María del Páramo, donde con su difunto esposo regentó una librería. «Mi marido era español y cuando en Argentina se puso todo tan mal, como de costumbre, vinimos aquí. Pusimos una charcutería en Oveiedo pero no funcionó», relata.

Extraña las tierras del Páramo más que la Pampa y Buenos Aires. «No pienso volver a Argentina y no me gusta nada que están poniendo allí la vacuna rusa», añade. Es su quinto año en la residencia Buen Consejo de La Pola de Gordón. Cuenta que la eligió al salir del hospital tras una fractura de cadera por el servicio de rehabilitación. A los tres meses ya andaba. Ahora se vale otra vez de la silla de ruedas. Tienen que ponerle una prótesis en la cadera. Pero su operación quedó en el aire con la pandemia. Tenía el preoperatorio el 18 de marzo y se lo suspendieron».

Trinidad Azucena López, de 90 años, y Mª Ángeles Campo López, en la residencia San José . DL

«Estoy muy contenta, estamos en un lugar muy lindo y muy bien atendidos», dice mientras espera el pinchazo. «A los tres meses, andaba», dice con orgullo. Ahora se vale otra vez de la silla de ruedas a la espera de una prótesis. Tenía el preoperatorio el 18 de marzo. Su operación sigue en el aire.

Cogí miedo a la enfermedad

«Hemos tenido la suerte de ser los primeros en vacunarnos», comenta. Desde el principio lo ha tenido claro. «Fui la primera en decirlo a mis amigas. Con la vacuna, aunque no se corte de raíz la pandemia, sí contribuirá a que se achique», explica. Mitrta, de 72 años, es una convencida de la vacuna. «Cuando oí que la gente lo pasaba tan mal con los respiradores artificiales, que perdían un 40% de movilidad y hasta el habla ... al día siguiente hubiera dicho que sí a la vacuna».

Mirta Conrad de Juan, en La Pola. DL

Las mismas razones aporta José Luis Pellitero Herrero, de 78 años, otro residente de Buen Suceso que llegó desde Ardón. «Estaba deseando que llegara la vacuna», confiesa. Estuvo en un box de Urgencias entre dos personas con covid y «había cogido un poco de miedo a la enfermedad», apunta. Después del pinchazo viene el silencio. A ver que se siente. Los residentes esperan 15 minutos en la sala. No-pasa-nada. Solo vuelven los recuerdos de lo pasado en estos meses. Luisa Soto García, de Villablino, va a cumplir 86 años en enero. Será el primero, en 65 años, sin su marido. «Murió hace tres meses aquí. Tenía alzhéimer. Estoy pasándolo mal pero hay que seguir hacia adelante», se anima. Ella confía en la ciencia: «Hay que vacunarse y no tener miedo ninguno. Si con esto se puede evitar, se evita. Si no, pues mala suerte», comenta con decisión. Luisa, que crió un hijo y tres nietos y nietas, dos con la carrera de medicina, está deseando que «acabe esto». Está preocupada por la familia más que por sí misma. Su resistencia está probada. «Aquí hemos pasado de todo», dice mientras se agarra de la mano de una de las gerocultoras del turno de noche. «Sois las mejores», le dice. «Somos las que más tiempo tenemos para escucharos», le contesta cariñosa.

Como pisar la luna

Alrededor de la mesa instalada en el salón las sanitarias de la residencia, el equipo covid Cuenca de Bernesga y la coordinadora de enfermería del centro de salud de La Pola hacen piña en la rueda de la vacuna. Sacan los viales de la bolsa térmica, los agitan y preparan cinco jeringuillas para repartir las dosis mezcladas con el suero fisiológica. Las cinco a la vez para no confudirse, como ocurrió en Alemania, donde le pusieron un vial entero a cinco personas. «Estamos muy nerviosas, es una enorme responsabilidad muy grande; y muy contentas por formar parte de esta nueva vacunación. Lo importante es conseguir la inmunidad de rebaño», afirma la enfermera Jésica Díez Gordón.

Esperanza

«Ni el pinchazo lo sentí. A ver si tenemos suerte y no nos entra esta enfermedad»

«Esto es como pisar la Luna», dice Camino Alonso Sánchez. «Es un gran paso para el próximo año. Para una vida un poco más relajada y tranquila», añade. Sofía Santos Sánchez destaca la unión en la misión: «Nadie se ha echado para atrás. Todos por el mismo fin: para que vuelva la convivencia en sociedad». Esta enfermera recalca «la importancia de la sanidad pública».

La médica de La Pola, María Jesús Alonso Álvarez, da ánimos a los ancianos a medida que van pasando. «Pégate el brazo al cuerpo», les dice para que adopten la posición más adecuada para el pinchazo. A sus 69 años, la pandemia le ha hecho rendirse, aunque, hoy, llora de emoción. No quiere hablar. «Ha sido muy importante el trabajo de colaboración con Primaria», comenta el médico de la residencia Buen Consejo, Jorge Estefan, donde el virus ha estado a raya. «Hemos tenido muy buenos resultados porque hemos llevado unas medidas muy eficaces», señala.

21 DÍAS PARA LA SEGUNDA DOSIS

La suerte también les ha acompañado. Ayer vivían el momento histórico con una alegría contenida. Desde las 10 de la mañana hasta las dos de la tarde no dejaron de vacunar. Casi 200 personas entre residentes y personal. Trabajadoras que habían sido reticentes se decidieron en el último momento. Sólo dos residentes rechazaron vacunarse.

El equipo se desplazó para vacunar a las personas encamadas en sus habitaciones antes de despedirse para ponerse a meter todos los datos en el programa Medora. Hay que llevar un registro porque en 21 días volverán a poner la segunda dosis. A los ocho días, en el plazo de un mes, se prevé que las personas vacunadas tendrán inmunidad. ¿Por cuánto tiempo? Todavía no hay información segura sobre esta vacuna de Pfizer-BioNTech.

Cada persona vacunada tiene su cartilla de vacunación. Los equipos covid de la vacuna no pararon de vacunar en todo el día. Las casi dos mil vacunas asignadas al área de salud de León se distribuyeron en una docena de residencias. A las ocho y media de la tarde salía un equipo de Villaornate a otra residencia de la comarca de los Oteros para finalizar la faena.

La Junta tomó la residencia San José de León como emblema del inicio de la vacunación en León. Trinidad Azucena Díez García, de 90 años, fue la primera persona vacunada en la capital junto con la cocinera del centro de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, María Ángeles Campo López.

«Casi lloro de alegría», decía María Blanco Quiroga, directora de la residencia de Villaornate y Castro. Sonia Sierra García, de la residencia Orpea de León, apenas pudo dormir. Gabriel Olías Restrepo, de Caboalles de Abajo, que fue minero y maquinista en el pozo María durante 40 años, madrugó para ducharse y estar listo para vacunarse. A las 8.15 ya estaba esperando. «Es una gran alegría. A ver si es la luz al final del túnel», señaló este hombre curado en espantos en la mina.

«Esta epidemia nos trajo malas consecuencias porque estuvimos confinados, sin libertad, sin poder salir. Así que la vacuna es más que una lotería», añade.

«A ver si tenemos suerte para que no nos dé esa enfermedad», afirma Concepción Fernández Morán, de Poladura de la Tercia, y con 88 años tirando del andador. «Ni el pinchazo lo sentí», comenta. Su marido también trabajó en la mina, en Santa Lucía. Murió en marzo y «quedé sola en la habitación» justo al comienzo de la pandemia. Fue muy triste para ella no poder despedirse a su manera, «con las misas y los entierros como estamos acostumbrados».

Gabriel quiere que se ponga negro sobre blanco lo siguiente: «Gracias a la sanidad y a la atención en las residencias. Que los políticos se acuerden que sin sanidad y cultura no tenemos país». s. Así que menos maletines, y más sanidad y cultura», sentenció. Escrito queda, Gabriel.

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