Diario de León

| Reportaje | Un pintor olvidado |

El Velázquez berciano

El historiador Vicente Fernández recupera en un estudio la figura de Francisco Velázquez Vaca, contemporáneo del autor de Las Meninas y pintor del retablo de La Encina

Vicente Fernández, junto al retablo de La Encina, pintado por Velázquez

Vicente Fernández, junto al retablo de La Encina, pintado por Velázquez

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Carlos Fidalgo - ponferrada
Ponferrada

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No fue un genio de la pintura, como el autor de Las Meninas , o La rendición de Breda , pero el Bierzo tuvo su propio Velázquez en los mismos años en los que el famoso artista sevillano pasaba a la historia del arte en la Corte de los Austrias. Se llamaban Francisco Velázquez Vaca (1603-1661), nació y murió en Ponferrada, y hoy poca gente sabe que la pintura, el dorado y el estucado del retablo de la basílica de La Encina, por citar uno de sus trabajos más representativos, es obra suya. Una investigación del historiador Vicente Fernández publicada en la revista del Instituto de Estudios Bercianos recupera ahora la figura de un pintor por descubrir. Hijo y nieto de artistas en una Ponferrada que ya se había convertido en un importante centro comercial a comienzos del siglo XVII, Velázquez Vaca vivió holgadamente de la pintura, y además de la huella que ha dejado en una docena de retablos en distintas iglesias del Bierzo, destaca por ser uno de los autores más representativos de un género pictórico genuino del Barroco, que tuvo en Valdés Leal y en Pereda a sus grandes figuras; el de las Vanitas o Vanidades, cuadros moralizantes a modo de las naturalezas muertas, donde no faltaban símbolos como la calavera, los huesos humanos o la vela apagada para reflexionar sobre la futilidad de las cosas materiales ante la llegada de la muerte. Sus dos vanitas de mayor calidad se encuentran en el convento de San Quince de Valladolid - Ángel admonitorio y Morirás bela Isabela - pero no hace falta salir del Bierzo para conocer la obra de un artista que llegó a pintar 150 cuadros, 11 retablos, cuatro custodias y una docena de imágenes, según la recopilación de Vicente Fernández. La pintura del retablo de La Encina es la más fácil de contemplar para quien esté interesado en Velázquez Vaca. Fue uno de los primeros retablos en los que trabajó y la obra que le llevó a dejar Valladolid y establecerse en su ciudad natal a partir de 1641. Realizada junto a Camargo, Velázquez Vaca recibió la cantidad de 2.200 ducados, pagados a plazos debido a las penurias económicas que soportaba entonces el Rectorado de La Encina. El artista también se ocupó de policromar retablos en iglesias de Cacabelos, Albares de La Ribera, Campo, Bembibre, Cubillos, Salas de los Barrios y Castropodame, además de la Virgen del Rosario de la Colegiata de Villafranca y, fuera del Bierzo, de la iglesia del Salvador de La Bañeza. Dejó su trazo, entre otras, en las pechinas de la capilla de Nuestra Señora de Los Ángeles de la iglesia de San Andrés, en Valladolid, donde pintó Los cuatro doctores de la Iglesia Latina , y se sabe que se comprometió a realizar una talla de San Blas «de una vara de alto» para los vecinos del Barrio del Río de Noceda. El artista realizó además encargos en Santiago de Compostela y Monforte de Lemos que Vicente Fernández no ha podido concretar en su estudio. Que la obra de Vázquez Vaca sea sobre todo de temática religiosa -aunque aborde otros temas como la mitología, el retrato y el paisaje, según el inventario de sus bienes realizado tras su muerte - no debe extrañar en un siglo dominado por los postulados del Concilio de Trento. Velázquez Vaca era además «un hombre profundamente religioso» -cuenta Vicente Fernández- que dejó instrucciones en su testamento para pagar 300 misas por la salvación de su alma y para que fuera armotajado con el hábito de San Francisco. El artista también fue un hombre culto, con una espléndida biblioteca para la época de 150 libros donde no faltaban obras de Quevedo, Gracián, Ovidio o Dante. Se casó dos veces, con damas de la pequeña nobleza local, sin tener descendencia y llegó a tener tres casas en Ponferrada; la que heredó de sus padres -el pintor Francisco Antonio Fernández Velázquez y Antonia de Mondravilla Vaca, hija de pintor- detrás de la iglesia de La Encina, la del Jardín, que compró con torre, galería, bodega y panera, y la casa en la que vivió y falleció junto a la puerta del Paraisín, heredada de su primera esposa, doña Isabel de Valcárcel y Tapia, de la que enviudó dos años antes de su muerte. Analizado el conjunto de su obra y su tiempo «no nos queda otro remedio que considerarlo como un pintor mediocre», reconoce Fernández de Velázquez, que se formó como pintor en Granada, aunque se desconocen sus maestros. Al menos el historiador ha tratado con su estudio empiece a ser un artista más popular en la tierra donde pintó.

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