Diario de León

60 AÑOS DE UN SÍMBOLO

La esquina más alta de la Ciudad del Dólar

El Edificio Uría, icono de Ponferrada, cumple 60 años

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Ponferrada

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Vacío durante décadas, a los pies de sus nueve plantas un camión causó en 1971 un accidente dantesco. La alarma de la presa de Bárcena está en su azotea  

El dependiente de los Almacenes Santana, en el centro de la nueva Ponferrada, escuchó «un golpe terrible» en la calle. Faltaban unos minutos para la una de la tarde y cuando descorrió las cortinas de la tienda de ropa situada en el arranque de la calle Capitán Losada —así se llamaba entonces la avenida de España— descubrió el horror; un hombre muerto en la acera, partido en dos.  

«El camión lo había cortado por la cintura, me quedé mudo cuando lo vi», rememoraba hace unos días, reacio a que aparezca su nombre en el periódico y cuarenta y ocho años después de uno de los accidentes más escalofriantes ocurridos en Ponferrada. Era el 23 de julio de 1971 y un camión sin frenos acababa de cruzar la ciudad cargado azúcar, igual que un caballo desbocado. Sin frenos tras descender la pendiente del Montearenas y entrar en la cuesta empinada de la calle General Vives «sorteando vehículos y peatones», informaba el diario Proa, por toda la calle José Antonio (hoy avenida de La Puebla) y la plaza de Julio Lazúrtegui, hasta arrollar a una treintena de personas que esperaban en la parada del autobús a los pies de los Almacenes Santana en uno de los bajos del Edificio Uría, casi un rascacielos de nueve plantas en la esquina más alta, y también la más estrecha, de la ciudad.  

El accidente dejó un muerto en la acera, Edelmiro Sánchez, vecino de Cortiguera de 29 años, y diez heridos; cinco de ellos graves y uno más, moribundo, que fallecería poco después y que tardó en ser identificado, pero con las iniciales A.R. grabadas en su ropa interior, según la información de Proa. «Era mi abuelo Antonio Rodríguez de las Heras, de 69 años», afirma Carlos Rodríguez, propietario del Bar la Destilería. «Mi padre fue quien lo identificó y aquello lo dejó muy marcado. Nunca contó nada».  

No fue para menos. Según publicaba Proa, «los atropellados fueron lanzados hacia la pared inmediata y los escaparates de Almacenes Santana, mientras que el vehículo, sin detenerse, continuó unos setecientos metros su carrera hasta la avenida de Portugal, atravesando la calle Capitán Losada, sembrando el pánico entre el público». Como si fuera el diablo sobre ruedas del telefilme de un joven Steven Spielberg que la cadena ABC emitiría por primera vez en noviembre de aquel mismo año, el Barreiros matriculado en La Coruña con el número 45871, cargado de azúcar en Bembibre y conducido por el chófer Manuel Martínez Naya (su nombre apareció el mismo día del accidente en la edición de tarde de Diario de León y al día siguiente también en Proa) junto al ayudante Francisco Grela Villarino, había atravesado toda la ciudad sin frenos. «Gracias a la habilidd del chófer no hubo más muertos», rememora el discreto dependiente de los Almacenes Santana que accede a hablar con este periódico a condición de que no publiquemos su nombre.  

Una imagen inédita del Edificio Uría. POSTAL DE JUISA - CORTESÍA DE JESÚS A. COUREL

Y todo había ocurrido a la sombra del moderno edificio Uría, un inmueble construido la década anterior que este verano ha cumplido sesenta años desde que el Ayuntamiento aprobó el proyecto; un icono de la Ponferrada del desarrollismo, a la que todavía llamaban la Ciudad del Dólar por todo el dinero que movían la minería del carbón y la empresa eléctrica Endesa; un edificio alto y estrecho, que recordaba al famoso Flatiron de Nueva York, obra del arquitecto cántabro José Martínez Mirones, que marcó toda una época en el urbanismo de la capital berciana, pero vacío en sus plantas superiores.

El Edificio Uría en los años 60, desde la calle del Cristo. ENRIQUE RODRÍGUEZ - CORTESÍA DE FOTOS ANTIGUAS DE PONFERRADA EN FACEBOOK

Nacido en Santander en 1908, Mirones se encargó además de darle el visto bueno en el Ayuntamiento a su propio proyecto, porque entre 1943 y 1975 fue el arquitecto municipal. Los planos del inmueble edificado por el constructor de Camponaraya José Fernández Pérez y los sucesivos expedientes con los que el Ayuntamiento autorizó, entre 1959 y 1961, primero una altura de cinco plantas, después de siete, luego de ocho y finalmente de nueve, se conservan en el Archivo Histórico Municipal.

«Tengo el honor de informarle de que no hay inconveniente», se puede leer en la documentación consultada por este periódico. Mirones informaba así de su resolución como técnico municipal a quien no dejaba de ser cliente de su despacho profesional; el empresario berciano Antonio Uría Juárez, para el que desde el primer momento había diseñado un edificio de nueve plantas, bajo y entreplanta y dos sótanos, con estructura de hormigón y hierro forjado y «cimientos y zapatas para pilares de hormigón ciclópeo de 200 kilos de cemento por metro cúbico», se lee en el proyecto.

Cada una de las nueve plantas residenciales del inmueble que había roto la línea del horizonte en la plaza de Lazúrtegui tenía 195 metros cuadrados útiles y debía contar con cinco dormitorios, salón de estar, comedor, despacho con balcón y dos armarios empotrados. Y el coste exacto de la obra era de dos millones, seiscientas noventa y un mil doscientas noventa y dos pesetas, con ciento sesenta y tres céntimos (2.691.292, 163). Una cifra que hoy equivaldría a unos 16.000 euros, pero que entonces suponía una fuerte inversión.

Los planos del Edificio Uría. 

Antonio Uría Juárez había hecho fortuna con negocios tan variados como una panadería, una zapatería o el bar Greco, y no tuvo que pedir ningún crédito para financiar la construcción. Propietario de otros inmuebles en la avenida de José Antonio o en la calle Gómez Núñez, donde tenía su domicilio, el empresario había comprado el edificio de planta baja que ocupaba la esquina de las calles Capitán Losada con la avenida de Calvo Sotelo (hoy calle Camino de Santiago), lleno de locales comerciales a los que indemnizó y popularmente conocido con el macabro sobrenombre de ‘El Ataúd’ por la extraña forma de su planta. La idea de Uría era levantar el que por entonces iba a ser el edificio más alto de Ponferrada, con un parecido evidente con el Fuller Building de Manhattan, al que los neoyorkinos comenzaron a llamar Flatiron por su forma de plancha.

Una grúa instaló en abril en la azotea la sirena de alarma de la presa de Bárcena. C. FIDALGO

El edificio estaba aparentemente terminado en 1963, pero en realidad, más allá de los locales comerciales del bajo y la entreplanta, donde el propio Uría regentaba los Almacenes Santana, era una fachada vacía. Hubo que esperar a 1989 para que la familia Uría, que nunca tuvo ninguna prisa por alquilar la parte residencial el inmueble, acondicionara las viviendas que hoy siguen ocupando los descendientes del promotor —tuvo seis hijos— en las seis plantas superiores. Los tres primeros pisos también sirvieron para acoger distintos negocios en los años noventa, desde una inmobiliaria o despachos de abogados, a una empresa de diseño, y todavía hoy son espacios comerciales. En la actualidad, y después de que Antonio Uría hijo mantuviera allí una zapatería y una entidad bancaria lo alquilara como sucursal, el bajo y la entreplanta vuelven a estar vacíos.  

Que el edificio estuviera sin tabicar al otro lado de la fachada durante treinta años dio pie a una suerte de leyenda negra sobre su supuesta fragilidad. La familia Uría lo desmiente. El Ayuntamiento nunca lo hubiera permitido.  

Otra cosa es que el sobrenombre del edificio sobre el que se levantó, o el accidente dantesco de 1971 hayan recalentado la imaginación de muchos ponferradinos. Porque la familia también niega, a pesar de lo que afirmaban esta primavera desde el Ayuntamiento y la Confederación Hidrográfica del Miño Sil, que haya mantenido un litigio para evitar la expropiación de la azotea donde está instalada desde el mes de abril una de las alarmas que deben avisar de la rotura de la presa de Bárcena. El que fue icono de una ciudad que ya no existe se ha convertido así en el guardián que, desde lo alto de sus nueve plantas, vela para que la Ponferrada del siglo XXI no desaparezca.

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