Diario de León

Más vecinos que nunca

Fornela tiene más cocinas prendidas

El miedo a la pandemia ha provocado que varios matrimonios jubilados hayan pospuesto el regreso a sus ciudades de residencia habitual y el valle ha pasado de tener 45 habitantes en invierno a rondar los 200, según el alcalde de Peranzanes

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Ponferrada

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El yerno de Olegario es madrileño pero está mirando una parcela que se vende en Peranzanes con vistas a hacer un casa. A principios de noviembre es inusual que sus suegros no hayan regresado a Madrid, pero con cerca de 80 años, en Fornela se encuentran más seguros. Él ha venido con un objetivo y volverá a la capital porque el trabajo le obliga, pero Olegario y su mujer se quedan hasta que escampe. Tienen los arcones llenos de carne y leña y carbón para la cocina, el panadero pasa todos los días y también hay servicio de frutería y congelados a domicilio. «No tenemos pega», dice Olegario. Y como él, otros muchos jubilados que han decidido no marchar este invierno o, al menos, no de momento. Tanto que el alcalde de Peranzanes, Vicente Díaz, asegura que frente a las 45 personas que suele haber en el valle un invierno normal, en este marcado por la pandemia se cuentan en torno a 200.

El médico

Es la principal pega para los vecinos y eso que desde hace dos semanas pasa una vez cada siete días

«Normalmente, vengo en Pascua quince día y el mes de agosto, pero este año ya nos vinimos el 4 de julio de Madrid y no hemos vuelto. Aquí nos quedamos hasta que la cosa empiece a estar mejor y si no mejora, pasaremos el invierno», explica Olegario. Sabe que el invierno en Peranzanes es duro y solo hay médico una vez por semana, pero la libertad y la seguridad que le da el pueblo no se la garantiza la capital.

Sonia se queda en Peranzanes al menos hasta Navidad. BARREDO

En la misma tesitura se encuentran Emilio y Mercedes. También rondan los 80 años y hace más de cinco meses que se fueron de León para no volver mientras el virus siga siendo una amenaza. «Llevamos aquí desde el 25 de mayo y de momento no pienso marchar. Aquí estoy más seguro porque tengo una nieta que estudia en la universidad y viene a casa y me puede contagiar». «Veo las cosas muy mal y la gente no toma medidas y es la gente la que las tiene que tomar», se lamenta Emilio, que asegura que estando en Peranzanes no echa nada en falta pues, a su edad, en León hacía lo mismo que puede hacer en el pueblo.

Aire y vida social

Es lo que permite el valle a quienes a estas alturas suelen estar en Madrid, Oviedo o Valladolid

Por contradictorio que pueda parecer, el coronavirus ha revitalizado Fornela. Normalmente, la población se triplica en verano, pero este año todavía ha habido más. E incluso ahora que la nieve empieza a asomar el hocico, se ven más chimeneas humeando de lo que es habitual a estas alturas. Garantiza el alcalde que no miente cuando dice que hace 25 años que no se daba algo igual. Y él esta contento. «Desde que se levantó el estado de alarma, ha regresado mucha gente al valle y mucha se va a quedar. Para nosotros es también algo alegre, porque al menos así en los pueblos hay vida y alegría, que hace falta», afirma Vicente Díaz. Su pena es que no pueda haber más oportunidades para los jóvenes. Y dice esto con cuatro solicitudes de empadronamiento sobre la mesa de su despacho. Son las cuatro últimas, pero han sido alrededor de quince desde mayo. Lo normal es, como mucho, una al año.

Algo insólito

El alcalde asegura que hace 25 años que no veía en Fornela la gente que hay este invierno

«Otro factor añadido que se ha dado en estos meses es que viene mucha gente a empadronarse. Gente joven sobre todo», afirma el regidor. «Y por qué», pregunta quien escribe estas líneas. «Por trabajo, principalmente», responde. «Son jóvenes que tienen casa familiar aquí y solicitan el empadronamiento para ver si existe la opción de que el Ayuntamiento les contrate. A través de subvenciones de la Diputación y la Junta de Castilla y León, venimos contratando entre seis y ocho personas todos los años durante unos meses. Si trabajan aquí, aquí pueden vivir con la mitad de dinero», subraya.

Gurka’ barre hojas en su restaurante de Guímara. BARREDO

De momento, que el Ayuntamiento de Peranzanes les contrate es la única opción laboral ajena al autoempleo en un valle en el que se cuentan tres establecimientos de hotelería y hay un ganadero que se dedica a ello profesionalmente. Hubo un tiempo en el que alguien planeó abrir una fábrica de cerveza en Guímara, pero quedó en un plan por problemas de tensión eléctrica, según cuentan los vecinos. Precisamente, la escasez de servicios que afecta a esa España que llaman vaciada y, en el caso concreto de Fornela, los problemas con la cobertura de telefonía móvil e Internet frenan cualquier expectativa de crecimiento, incluso ahora que el teletrabajo parece haber llegado para quedarse.

Hay suministro

El pan llega cada día, la fruta y los congelados, una vez por semana, y los arcones están llenos

El hijo de Sonia tiene 22 años y se ha quedado en Valladolid porque está haciendo un curso de formación online y no puede acceder en condiciones óptimas desde Peranzanes. Sus padres, con más de 70 años, llegaron al pueblo ya en primavera y se irán en estos días porque tienen consultas médicas. Por contra, ella y su marido se quedan como mínimo hasta Navidad. Sonia tiene 45 años y baja drásticamente la media de edad de quienes han decidido no regresar a sus ciudades de residencia habitual como sí lo hicieron otros años. En su caso, lo tiene más fácil porque su marido está trabajando en el valle. Otras parejas de su edad quisieran hacer lo mismo pero no pueden. «Me dicen que soy una privilegiada por tener una casa aquí», relata orgullosa de ser de Fornela. «Pero no todo el mundo vale para vivir aquí», añade.

El pueblo tiene sus ventajas, sobre todo ahora, pero también importantes inconvenientes, sobre todo en invierno. El médico es uno de ellos y eso que hace dos semanas que recuperaron al suyo. De momento solo viene una vez cada siete días cuando antes lo hacía tres, pero el alcalde asegura que le han garantizado que si hace falta un refuerzo, se hará. El consultorio de Peranzanes llevaba cerrado desde el 13 de marzo y es el único que hay en el valle para atender a una población envejecida. Si los que han decidido quedarse en Fornela son mayores, necesitarán atención sanitaria.

Manuela vive en Madrid y Sita, en Valladolid. ANA F. BARREDO

«La base principal es el médico», insiste Manuela. Ella se fue a Madrid con 20 años y ahora tiene 71. A diferencia de algunos de sus vecinos, ella tiene que volver a la ciudad por cuestiones médicas. Ahora bien, quedarse o no es algo que no tiene decidido. Si por ella fuera, volvería al valle. El invierno aquí no le asusta. «A mí no me importaría quedarme aquí. De hecho, una vez que pase consulta, veremos a ver lo que hacemos», asegura mirando de reojo a su marido, que conversa con otro vecino al final de la calle.

Para Manuela, el regreso a Madrid es sinónimo de encierro. «Voy a tener que estar encerrada en mi casa. Aquí salgo, puedo salir a andar si me apetece, respiro aire puro y puedo tener más vida social. Allí hasta la compra me la hace mi hija», relata. Más o menos como Sita. Ella es la madre de Sonia, la que tiene que volver a Valladolid por obligaciones médicas de su marido. Allí se quedará con él y su nieto, pero es consciente de que la vida no será igual que la que ha llevado los últimos meses.

No todos los pueblos del valle de Fornela han crecido en la misma medida. Sita dice que se nota más en Chano y Trascastro. También en Guímara hay más movimiento, aunque ya de por sí este último es el pueblo que más vecinos conserva, incluida Martina, la única niña que vive en el municipio de Peranzanes.

Que Martina deje de ser la única esperanza de Fornela depende de muchas cosas. Por eso, Vicente Díaz insiste en la necesidad de dotar a los pueblos de lo que hace falta para que no solo sean jubilados los que puedan quedarse en el valle. «Yo creo que lo que ha pasado ha cambiado la mentalidad de muchas personas y considero que ahora tenemos una oportunidad en los pueblos

En el municipio de Peranzanes, cada pueblo tiene la mitad de las casas vacías. Arregladas el noventa por ciento, sí, pero vacías.

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