Diario de León

Los poblados mineros

VÍDEO | El pueblo que flota sobre un filón de hierro

Onamio y su poblado minero sobreviven a los socavones que dejó el Coto Wagner mientras la empresa Intauxma se prepara para explotar de nuevo las vetas de mineral entre Castropodame y Molinaseca

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Ponferrada

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El 1 de abril lució el sol en Onamio y en el poblado que nació para alojar a los trabajadores de su antigua mina de hierro. Así que el dron —un modelo DJI Movic Pro manejado por dos instagramers de León que publican sus fotos en la cuenta @elmundoendosmochilas , Oscar García -Olalla y Maite García Ordás— no tuvo ningún problema en levantar el vuelo y fotografiar el inmenso socavón donde asomaba la copa espléndida de un cerezo en flor. En uno de los mayores hundimientos del terreno que dejó el abandono del Coto Wagner —la explotación donde la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) extrajo no más de 13 millones de toneladas de hierro entre 1952 y 1982, según cifras del investigador Carlos Méndez Suárez— la primavera premiaba a los dos instagramers con una imagen poderosa.

Si la historia de la mina de hierro que el ingeniero vasco Julio Lazúrtegui bautizó con el nombre de su compositor favorito y la del poblado que la MSP edificó junto a la localidad de Onamio para albergar a sus trabajadores fuera un poema dramático, la del cerezo que pugna por salir del agujero para nutrirse del sol tendría que ser su primera metáfora. «Nos gusta viajar y la fotografía y como la movilidad está limitada estamos recorriendo la provincia y hace un mes nos fuimos a Onamio», cuenta por teléfono Oscar García-Olalla cuando el periodista se interesa por sus imágenes. Por paradójico que parezca, la cuenta de viajes de la pareja de informáticos @elmundoendosmochilas no ha dejado de crecer durante la pandemia y ya suma más de 25.000 seguidores. Videos tan espectaculares como el del cerezo del Coto Wagner tienen la culpa.

Marisa Lorenzo, rodeada de colmenas en el antiguo economato.  CFC

Cambiamos de estrofa. Leoncio Morán trabajó en la mina de hierro durante su primera década y a sus 87 años vive soltero en el pueblo de Onamio. En la mañana de un sábado frío y soleado le dibuja al periodista un croquis de la mina a la sombra de un árbol en la plaza-mirador, no lejos del lugar donde a mediados de los años ochenta las subsidencias del terreno se tragaron una casa. A Leoncio, que comenzó a trabajar en la descarga del hierro cuando a la mina solo entraba un caballo para tirar de los vagones y acabó como vigilante de la explotación mecanizada, le falta un dedo de la mano derecha. «Era el dedo corazón. Lo perdí en un accidente», dice. Y empieza a contar cómo su inexperiencia con una hilera de vagones le costó cara el día en que, siendo ya vigilante, se empeñó en echarles una mano a un maquinista y a su ayudante. El dedo corazón tuvieron que amputárselo en Bilbao para que su mano diestra, la misma con la que dibuja el croquis, recuperara parte de su movilidad.

El poblado de Onamio cuenta con 98 viviendas en calles numeradas.  L. DE LA MATA

Pero el accidente que más impactó a Leoncio Morán —un hombre que después de dejar la mina del hierro no dudó en viajar a América para abrir una tienda de relojes en Tegucigalpa (Honduras) y trabajar en una fábrica de molduras en Guatemala antes de regresar a Onamio a finales de los años setenta— no fue el suyo, sino el que en 1958 le costó la vida a Mesuro (no se acuerda del apellido) y a su ayudante cuando preparaban una carga de dinamita en la galería principal, la que los ingenieros de la MSP construyeron cuando dieron con el filón bueno. Leoncio se temió lo peor cuando escuchó la explosión y no vio salir a los dos hombres. «Ya pensaba que me iba a encontrar algo raro», dice. Y lo encontró. El estallido le alcanzó a Mesuro a la altura del pecho, pero todavía estaba vivo, tumbado junto a su ayudante debido a la deflagración, cuando Leoncio y otros dos trabajadores de la MSP llegaron hasta ellos. «Tenía piedras en las costillas y lo único que me dijo fue ‘sácanos de aquí’», cuenta el antiguo vigilante del Coto Wagner. «Los metimos en dos vagones y los sacamos afuera. Mesuro se murió en el botiquín», concluye.

Imagen: @elmundoendosmochilas

Y el alcalde de Molinaseca, Alfonso Arias, que guía al periodista en una visita a las estructuras y el paisanaje que dejó el Coto Wagner, asiente con la cabeza. «Era muy peligroso. En la mina murieron varios vecinos».

Cuando Leoncio Morán volvió de Centroamérica ya funcionaba el horno, una instalación que la MSP construyó tarde, avanzado el filón, para quemar las impurezas, explica el alcalde, y «vender más porcentaje de hierro». El castillete que ha quedado se eleva hoy lleno de óxido y, como el cerezo del socavón, parece buscar el sol y la lluvia.

Imagen: @elmundoendosmochilas

Precisamente fue «la excusa de la mala calidad de las menas», explica Carlos Méndez Suárez en un artículo para la publicación Re Metallica , el argumento que empleó en 1982 la empresa Ensidesa, principal comprador del hierro de la MSP, para no renovar el contrato. Era el final de una mina que la Minero ya explotaba a cielo abierto y de los 150 millones de toneladas de hierro que la empresa pensaba extraer de la zona, según las cifras de Méndez Suárez, apenas había comercializado 13 millones de toneladas en treinta años. Y eso a pesar de que la construcción en el puerto de Vigo del cargadero de Rande, había agilizado las exportaciones.

En una atalaya con vistas a la llanura del Boeza y las estribaciones del Redondal, salpicado de molinos de viento, se levanta el poblado minero de la MSP, visible desde el pueblo. A diferencia de la localidad, el filón de hierro no pasa por debajo y el poblado no ha sufrido los hundimientos que afectaron a Onamio con el abandono de la mina. La empresa construyó allí 98 viviendas de una sola planta y 80 metros cuadrados, incluido un pequeño jardín. Como en todos los poblados mineros, en el del hierro también había economato, escuela, consultorio, cuatro bares. Hoy todo está cerrado.

Alfonso Arias y Leoncio Morán, ante el socavón del cerezo . L. DE LA MATA

Pero no todo está muerto. Vendidas las viviendas a sus inquilinos por la MSP, el antiguo economato acoge hoy a una pequeña empresa dedicada a la venta de miel. Las cosas no les van mal al matrimonio que forman Javier Barreiro y Delia Heredia, que con su marca El Ramayal —como el paraje donde tienen quinietas colmenas— han obtenido durante dos años consecutivos el premio a la mejor miel de España del concurso Miel Adictos y el año pasado comercializaron 15.000 kilos. Se lo cuenta al periodista la madre de Javier, Marisa Lorenzo, mientras enseña el interior del antiguo economato del poblado, donde se apilan las colmenas y los núcleos que su hijo, hábil con las herramientas, también fabrica para vender a otros apicultores. Marisa, hija de un minero del hierro del Coto Wagner, esposa de un minero del carbón que a diario conducía desde el poblado de Onamio para trabajar en la mina de Santa Cruz, en Torre del Bierzo, ha visto cómo el negocio de su hijo y de su nuera crecía hasta el punto de que el antiguo economato, también adquirido en su día a la MSP, se les quedaba pequeño. A espaldas del edificio, los ladrillos y el cemento de la reforma de una antigua vivienda donde El Ramayal instalará la maquinaria para separar la miel de la cera que llega en las alzas de las colmenas, son la mejor prueba de que la apicultura está sirviendo para que su hijo y su nuera se ganen la vida.

—¿Y no les ha atacado nunca el oso a las colmenas?- le pregunta el periodista.

Y no falla. «Hace dos años nos destrozó treinta colmenas junto al río», responde Marisa Lorenzo, en referencia al cercano arroyo Castrillo.

Leoncio Morán, uno de los primeros trabajadores del Coto Wagner, en el poblado de Onamio. L. DE LA MATA

A las puertas del poblado, y en un edificio gemelo al del economato, Juan Carlos Álvarez, concejal de Molinaseca, residente en las viviendas y con un taller mecánico en Dehesas, fumiga unos cerezos. Ha pasado un mes desde su floración y ha llegado el momento de hacerlo. Su padre compró en su día el edificio de las antiguas escuelas —donde él mismo estudió hasta quinto curso de la EGB— «por lo que hoy serían dos mil euros», afirma. El antiguo colegio, con las ventanas tapiadas, es ahora un almacén para los aperos de un poblado urbanizado por el Ayuntamiento de Molinaseca después de que dejara de ser propiedad de la MSP. «La empresa les compraba los libros, los lápices y les hacía regalos en Reyes a los hijos de los mineros», recuerdan, en una improvisada tertulia vecinal, Celia Flórez, que viene de pasear al perro, la propia Marisa y Juan Carlos. Y es Celia la que empieza a salpicar la mañana de anécdotas de la escuela; el maestro joven y guapo, cuyo nombre no recuerda, que tenía enamoradas a las niñas, el pupitre de la última fila donde colocaban a los alumnos revoltosos... Y al final vuelve a emerger otra vez la mina del hierro, la explotación donde su padre, Horacio Flórez, sufrió otro grave accidente con los vagones. Un golpe en el pecho. Horacio salió de aquella con muchas secuelas, pero murió a los 52 años.

La bocamina

Se acaba el poema. La penúltima estrofa comienza a los pies de unas ruinas. Son las antiguas oficinas de Coto Wager y las duchas de los mineros, el edificio donde estaba instalado el compresor y la senda que conduce a la bocamina del Cabezo, ya en terrenos de Castropodame. Leoncio Morán quiere enseñarle al periodista la entrada de las galerías, pero el paraje está encharcado y a los 87 años no es cuestión de que meta el pie en algún agujero. Otro día, Leoncio.

La MSP construyó un horno para quemar las impurezas del hierro que hoy se oxida en los alrededores de Onamio. DL

El conjunto de edificios, construido en piedra robusta, está vandalizado. Un carrito de bebé abandonado, ropa, zapatos, basura, ensucian la explanada creada en la ladera por el escombro del hierro. «Aquí quiere poner Intauxma las oficinas», cuenta el alcalde de Molinaseca mientras admira la buena factura de la piedra de los edificios. Y se refiere al proyecto, en trámites ambientales, de la compañía que quiere volver a explotar el hierro del Coto Wagner. En 2018, Intauxma, del empresario minero que compró la MSP para crear Uminsa Victorino Alonso, hablaba de invertir hasta 60 millones de euros para crear 200 empleos y extraer 30 millones de toneladas. Grandes cifras que podrían incluir la solución a los problemas de subsidencias, decían hace tres años. ¿Una apuesta real con Uminsa en liquidación? De momento, la empresa pretende aprovechar el hierro de dos escombreras en Calamocos (Castropodame). Y lo que en su día fue considerado material de desecho —aquí tenemos otra metáfora— vuelve a tener valor en un momento en que sube el precio del hierro en los mercados.

Leoncio Morán y Alfonso Arias, alcalde de Molinaseca, con el poblado de Onamio al fondo. L. DE LA MATA

El final está, de nuevo, en un agujero. ‘Onamio, un pueblo encima de una topera’, titulaba la periodista de Diario de León Guillermina Lozano una crónica del otoño de 1986 donde contaba que los vecinos del pueblo habían impedido a la MSP rellenar el socavón que días atrás había hundido una de las calles y le exigían a la empresa garantías para toda la localidad. Aquel fue el primer agujero. Poco después el suelo se veía abajo y se tragaba una casa —«la MSP tuvo que indemnizar a su dueño»— cuenta el Alfonso Arias—. Y en febrero de 1987 los vecinos más descontentos incluso llegaron a encadenarse para evitar que la compañía volviera a rellenar el socavón en el centro del pueblo. El último agujero apareció hace siete años y el Ayuntamiento ya lo ha cubierto en un par de ocasiones, cuenta Arias. Y a lo largo del filón, los huecos que fue abriendo la mina en el terreno, donde crecen chopos y cerezos, están hoy señalizados y vallados.

Antiguas oficinas y duchas de la mina del Coto Wagner, ya en el término de Castropodame. C. F. C.

—¿Pero cuántos socavones hay?, le pregunta el periodista a Balbina Valle, que vino de Brañuelas para casarse con el enfermero del consultorio médico del poblado y ahora vive en Onamio.

Estamos en la plaza-mirador del pueblo, al comienzo de la mañana, y Leoncio Morán bufa cuando escucha la pregunta. Balbina no sabe qué responder. «Son incontables», dice finalmente. Agujeros vallados en las colinas de Onamio para que nadie se acerque, convertidos en la huella más visible y más inquietante de la antigua mina de hierro del Coto Wagner. Mejor verlos a vista de pájaro.

Juan Carlos Álvarez, vecino del poblado de Onamio, ante el edificio de las antiguas escuelas, comprado por su padre a la MSP.  C. F. C.

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