Diario de León

ASÍ JUGABAN HACE CIEN AÑOS

El último reino de los juguetes de hojalata

Manuel Fernández rescató en 1983 decenas de objetos de la trastienda del bazar que su padre cerraba en Torre del Bierzo.  Hoy supera los 500 juguetes, como el mítico automóvil Sunbeam Silver Bullet.

Manuel Fernández Villatoro rescató en 1983 decenas de objetos de la trastienda del bazar que su padre cerraba en Torre del Bierzo. Hoy su colección, entre compras y trueques supera los 500. Desde el mítico automóvil Sunbeam<em> Silver Bullet</em> que en 1930 fracasó en su intento de batir el récord de velocidad en Daytona Beach a su selección de 28 barquilleras, soldados de infantería y caballo, tractores, aviones, lanchas, tiovivos y un payaso del Circo Price como el legendario Ramper, que anunciaba botellas de anís.

Manuel Fernández Villatoro rescató en 1983 decenas de objetos de la trastienda del bazar que su padre cerraba en Torre del Bierzo. Hoy su colección, entre compras y trueques supera los 500. Desde el mítico automóvil Sunbeam Silver Bullet que en 1930 fracasó en su intento de batir el récord de velocidad en Daytona Beach a su selección de 28 barquilleras, soldados de infantería y caballo, tractores, aviones, lanchas, tiovivos y un payaso del Circo Price como el legendario Ramper, que anunciaba botellas de anís.

Ponferrada

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El bazar de las sorpresas estaba en Torre del Bierzo. Toda una colección de valiosos juguetes de hojalata diseñados y fabricados entre los años veinte y los años cincuenta se escondía en trastienda de un negocio a punto de cerrar  y que ya solo servía de ultramarinos cuando el hijo del dueño los rescató en 1983. Desde entonces, el tesoro de hojalata de Manuel Fernández Villatoro no ha hecho más que crecer hasta superar las 500 piezas.

Y el más rápido de esos juguetes que guarda en su pequeño museo particular de Bembibre, es el Silver Bullet (o Bala de Plata) la reproducción, que la compañía valenciana Rico comercializó del famoso automóvil británico de 1929 con el que la mítica compañía Sunbeam trató de reconquistar por última vez el récord del mundo de velocidad.

Un automóvil alargado como una bala, sin duda, impulsado por dos motores de avión y con una estampa plateada impresionante que, sin embargo, no logró batir ninguna marca  y tuvo que conformarse con dejar huella en la imaginación de los niños. En Daytona Beach y con el piloto Kay Don al volante en el mes de marzo de 1930, el coche resultó difícil de controlar, los motores demostraron ser poco fiables, y el supercoche no superó los 300 kilómetros por hora cuando el reto consistía en dejar atrás los 400.

Sunbeam Silver Bullet, orgullo de la ingeniería del motor británica, no logró batir el récord de velocidad en 1930. DL

Sunbeam Silver Bullet, orgullo de la ingeniería del motor británica, no logró batir el récord de velocidad en 1930. DL

 

Versión en juguete del Sunbeam Silver Bullet fabricada por Rico en Alicante. L. DE LA MATA

Versión en juguete del Sunbeam Silver Bullet fabricada por Rico en Alicante. L. DE LA MATA

El Silver Bullet , toda una leyenda de los años gloriosos de la automoción quedó reducido a un juguete de hojalata y ahora es una de las piezas que más brilla en la casa de Manuel Fernández.

También es una pieza importante la del payaso Ramper del viejo Circo Price de Madrid a caballo, que Fernández conserva junto a una etiqueta de anís que promocionaba el popular personaje de los años treinta. O el tractor, también de los años treinta con el que jugó de niño. Soldados de otra fábrica de la ciudad alicantina de Ibi (cuna del juguete en España) como fue Payá, o la pieza la más antigua; un grupo de tres jinetes a caballo sobre una plataforma con ruedas de finales del siglo XIX o principios del XX, son otros de los objetos que ya solo sirven para ser admirados.  

—¿Has jugado alguna vez con ellos? , le pregunta el periodista al hijo adolescente de Manuel Fernández cuando aparece en el cuarto de juegos-museo para saludar. Y la respuesta es evidente. «Claro que no».

Lanchas, tractores, apisonadoras, otros coches de carrera que adaptan a escala modelos de la legendaria marca Hispano Suiza, y alguno con la particularidad de que es una mujer la que va al volante  —no era lo habitual en los juguetes de la época— aviones de hélice, soldados de infantería y de caballería, payasos, motoristas, carros, caballos, tiovivos... y barquilleras, todos forman parte de una de las mejores colecciones de juguetes del país.

¿Barquilleras?  

Sí, barquilleras. Porque Manuel está especialmente orgulloso de su colección de 28 barquilleras — «seguro que es la mayor de España», dice— que reproducen los largos cilindros donde en otro tiempo se vendían obleas de los helados de forma ambulante; recipientes usados por las marcas de galletas, de caramelos o almendras para comercializar sus dulces. La más antigua de la colección data de 1895. Pero Villatoro, que fue niño cuando el barquillero más famoso del Bierzo vendía sus obleas por las fiestas, no conoció al popular Pepé Cortés, que tiene una estatua  en la plaza del Ayuntamiento de Ponferrada.

Manuel Fernández Villatoro, junto a su padre Manuel Fernández Fernández, durante su infancia en Torre del Bierzo. DL

Manuel Fernández Villatoro, junto a su padre Manuel Fernández Fernández, durante su infancia en Torre del Bierzo. DL

Manuel Fernández Villatoro es hijo de Carmela Villatoro y Manuel Fernández Fernández, vecino de Torre del Bierzo que fue cartero acabada la guerra y abrió un bazar donde vendía de todo, hasta juguetes de hojalata y postales para los Reyes Magos. Por algo se encargaba del correo que salía de Torre. Aquella tienda en lo que hoy es la avenida Santa Bárbara, la calle principal de Torre del Bierzo, también comenzó a vender alimentos. Lo que nos importa es que durante veinte años fue uno de los pocos lugares donde comprar juguetes, un lujo que no estaba en aquellos años al alcance de todos los niños. Manuel aún guarda albaranes y listados de precios del año 1959, quizá el último en que su padre vendió juguetes. Unos patines costaban, por ejemplo, 151 pesetas.

 «Mi padre dejó de vender juguetes cuando llegó el plástico. Ya no era lo mismo. Retiró los que le quedaban. Y allí estuvieron en la trastienda durante años», le cuenta a este periódico. Y fue en 1983, a punto de cerrar la tienda, de olvidarse del bazar de las sorpresas, cuando un coleccionista avispado se acercó a Torre del Bierzo y le hizo una oferta por aquellos juguetes de hojalata olvidados. Y Manuel recuerda aquel momento con  satisfacción: «No los vendió. Le dije a mi padre que los quería yo y ahí empezó todo».

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