Diario de León

Carta Póstuma a Agustín Montero Profesor Marista San José

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Te has ido sin que podamos aún creérnoslo. Después de tu extraña desaparición, todos teníamos la esperanza de poder verte de nuevo. Siempre dijiste que el día más feliz de tu vida sería el de tu muerte porque entonces estarías al lado de quién tanto has amado, aquí en la tierra. Y lo hiciste cuando terminaste un acto en el que también estuviste haciendo, seguramente, una de las cosas que más quisiste como fue una eucaristía con hermanos de tu congregación. Pero nos parece demasiado pronto. Demasiado rápido por todos los proyectos que tenías en tu mente siempre por cumplir, por esa curiosidad tuya infinita de conocerlo todo para poder explicarlo después. Demasiado improvisto de las despedidas de los tuyos y en la soledad del suceso que te apartó de nosotros. Solamente había estado contigo una vez, en primera reunión del curso de 2ºB de bachiller del que eras tutor y yo madre de una alumna. Pero fue suficiente para enamorarme de tus palabras, de la fuerza con la que nos animabas a todos a comprender a los adolescentes, de la confianza que ponías en ellos y de ese sentido común interno que veías por encima de sus aparentes rebeldías y contradicciones. Lo que más me gustó de ti fue el agradecimiento infinito que demostrabas a la vida. La canción que fue tu estandarte: “Gracias a la vida” de Violeta Parra, nos hizo sintonizar con tu mensaje a todos los padres que allí estuvimos. Eras, sin duda, un hombre increíble lleno de sencillez y de altruismo a fondo perdido. Hoy te lloran tus alumnos, tus compañeros, tus amigos y como no, tus familiares. Hoy te lloro yo por esa chispa que dejaste en mí de tranquilidad y sosiego al saber que mi hija, como el resto de compañeros, estaba en tan buenas manos. Y te lloro porque cuando se conoce a un docente tan entregado y entusiasta, uno lo hace parte de la familia, parte de la mesa de cada día, de los comentarios a la hora de dormir, de los proyectos del día siguiente y de las despedidas como la que ahora nos toca. La vida sigue siempre. Nos creemos el centro del mundo y solamente somos el centro del nuestro. Sin embargo, todo lo que pasa sucede para nosotros y los nuestros solamente, porque la vida sigue su rumbo continuo sin atender al dolor de cada uno, a las alegrías o a las penas de cada cual. Uno se da cuenta, en estos casos, que la vida siempre pende de un finísimo hilo que nunca sabes cuándo se puede cortar. Deberíamos estar preparados siempre para decir adiós. Dispuestos para la partida y alertas ante cualquier imprevisto. No me imagino lo que uno debe sentir cuando sabes, en un instante tal vez, que es el final de tu vida. Cómo se deseará entonces tener a los tuyos al lado para poder decirles todo lo que les amas, aunque sea por última vez. Por eso, nunca debemos perder el tiempo y se pierde cuando uno calla los sentimientos, cuando dejamos de hacer lo que nos entusiasma, lo que nos emociona, aquello que esponja el alma y lo que impulsa nuestros días. Y tú, todo ello, lo conseguiste sobradamente. Que esta no sea una despedida, sino un hasta luego en la esperanza de volver a vernos y sobre todo una sintonía más de esa canción, que tanto te gustaba, en la creencia absoluta de que estarás gozando de la felicidad que se merecen los seres agradecidos a la vida. ¡Descansa en paz! Mª Dolores Rojo López Madre de una alumna de 2ºB de bachiller

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