Diario de León
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León

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Por lo general, en alguna de las etapas de nuestras vidas, todos almacenamos su sensación. En condiciones normales, cuando el silencio supera al ruido por ‘goleada’, empezamos a entender de su agradable compañía. En las ciudades, el ruido cohabita con nosotros, al igual que lo hacen: el aire, las nubes, los rayos del sol, los edificios, los árboles... Para aquellas personas donde este supere las alarmas de lo admisible, la desesperación comienza a invadir la zona roja de su paciencia; así, la intranquilidad, el desasosiego, el malhumor, el insomnio... pasan a formar parte de la mala gestión municipal en este apartado, ya que, su principal labor es disgregarlo y no concentrarlo. Nuestro protagonista se ríe de todas aquellas medidas ideadas para su contención, y bien abrazado a todos sus amigos (aire, agua, madera, hormigón, acero, aluminio, etcétera) es capaz de colarse por cualquier rendija olvidada y hacerse patente. Administrar los ruidos, no es una materia que goce de buenos gestores en las administraciones locales, pues el número de quejas no cesa. Aunque las arcas municipales recauden buenas sumas por estos conceptos, el ruido no entiende de tributaciones y se escapará por donde crea conveniente, y no es que lo haga sin avisar. Diseñar las ciudades, sin tener en cuenta las concentraciones de ruido, ha sido otro fallo más que hay que remediar.

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