Diario de León

Las horas decisivas para acorralar 20 años después al asesino de Juana Canal

«Tendrá su castigo de una manera o de otra», dice Ana María Canal, dos décadas después del crimen

Jesús P.H. baja del furgón de la Guardia Civil que lo condujo a declarar ante la jueza. RAÚL SANCHIDRIÁN

Jesús P.H. baja del furgón de la Guardia Civil que lo condujo a declarar ante la jueza. RAÚL SANCHIDRIÁN

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Ana María Canal recuerda perfectamente la angustia de su sobrino Sergio cuando la llamó aquella mañana. El joven, que entonces tenía 18 años, acababa de llegar a casa y se la había encontrado revuelta. El piso de la calle Boldano estaba desordenado y hablaba a las claras de que allí había sucedido algo malo. La única respuesta al vacío y el silencio la encontró el hijo de Juana en una nota redactada por la pareja de su madre en un pedazo de papel. «Sergio, hemos vuelto a discutir y tu madre (ha llamado a la Policía y todo) se ha tomado un montón de pastillas y se ha ido. Ha habido un momento en que se ha quedado muy ‘grogi’ (sic). Me ha amenazado con beber. Me voy a buscarla», decía el manuscrito.

Juana Canal se esfumó sin dejar rastro y su pareja, Jesús P. H., se encargó de adornar la hipótesis de una desaparición voluntaria. Mientras él seguía adelante con su vida, la familia de Juana se quedó encallada en el 23 de febrero de 2003 y en aquel piso de la calle Boldano. Con el hallazgo de restos óseos de Juana en 2019 en un paraje de Navalacruz, y sobre todo con la reciente confesión de quien fue su pareja, al menos podrán seguir adelante. «Es una satisfacción, la verdad, porque hay tantas familias con casos similares que aún no saben nada», expresó Ana María el mismo día que la jueza enviaba a prisión a Jesús.

Ana María y Óscar, el hijo menor de Juana, figuran personados en la causa que se instruye en los juzgados, donde el caso, a punto de cumplir 20 años, parecía abocado a la prescripción, pese a los esfuerzos de su abogado, Juan Manuel Medina, que colabora con SOS Desaparecidos. El hijo mayor, Sergio, que fue quien denunció la desaparición el 24 de febrero de 2003, murió hace años sin encontrar las respuestas. «Creo que nunca superó la pérdida de su madre», se lamenta su tía, que lo acogió en su casa una temporada para tratar de rescatarlo cuando tocó fondo.

Juana era la cuarta de cinco hermanos. Se llevaba dos años y medio con Ana María, que era la pequeña, a la que siempre estuvo muy unida. Siendo aún una adolescente, Juana Canal conoció al que sería el padre sus dos hijos. Ana María asegura que tuvo «un poquito de mala suerte» y acabó separándose de él cuando Sergio tenía cuatro años y Óscar, sólo dos. Los tres se fueron a vivir con la abuela, que se convirtió en una madre para los críos. Ella se encargaba de cuidarlos mientras Juana iba a trabajar como auxiliar administrativo.

En aquella época, reconoce su hermana, Juana perdió pie y empezó a beber y a tomar pastillas, «aunque nunca la vimos tan mal como se ha dicho, no era una alcohólica empedernida, sino que más bien conoció gente...», apunta Ana María, que insiste en que nunca vieron una señal clara de alerta. Y en esas, Juana se cruzó con Jesús por una de esas malditas casualidades que a veces tiene el destino. Ella se dejó la cartera en el taxi en el que él trabajaba. Jesús la llamó para devolvérsela y así se conocieron. «Estuvieron muy poco tiempo, yo creo que sólo unos meses».

La detención de quien fue pareja de su hermana no la cogió por sorpresa porque, dice Ana María, siempre sospechó de él, aunque reconoce que fue un impacto muy grande. «El estómago se me encogió, en parte de alegría y en parte de nervios. Mi primer pálpito fue el mismo que me ha acompañado todos estos años: algo le ha hecho a mi hermana. Tenía muchos motivos para pensarlo: la fuerte discusión que tuvieron, que Sergio encontró la casa patas arriba y que Juani se dejó absolutamente todo. Hasta el tabaco».

Con los años, cuando se reactivó la investigación a raíz del hallazgo de unos restos óseos en el campo en 2019, Ana María se enteró de que su hermana llegó incluso a llamar a la policía el día de autos. Una patrulla acudió al piso de la calle Boldano y dejó a Jesús sacando sus pertenencias de casa. Aún no se había producido el desenlace. Juana seguía viva.

Lo que sucedió después sigue siendo un secreto tras casi 20 años. La única versión es la que ha dado Jesús ante la policía y ante la jueza que instruye el caso. Según ha reconocido, aquel día tuvieron una discusión y Juana tiró por el inodoro la recaudación del taxi. Él ha admitido que le dio un golpe con el brazo, aunque asegura que fue al intentar apartarla, y que no la socorrió cuando cayó al suelo y quedó inconsciente. Cuando comprobó que estaba muerta, la descuartizó en la bañera y trasladó su cuerpo a un paraje de Navalacruz, donde cavó dos agujeros y repartió sus restos entre ambos.

Jesús dejó allí a Juana y enterró con ella cualquier atisbo de remordimiento, a juzgar por sus actos. Seis meses después se casó y siguió adelante. Dejó el taxi, se metió a feriante y tiene tres hijos. No se cuidó de llenar su Facebook de fotos de Navalacruz, el pueblo de sus padres, y tampoco pareció inmutarse —a tenor de las intervenciones telefónicas— cuando una pareja encontró en 2019 un fragmento de fémur que resultó ser de Juana.

«¿Qué le diría? No lo sé», concluye Ana María. «Que tendrá su castigo de una manera o de otra. Y que su familia ya no lo va a mirar igual nunca más». La de Juana Canal ahora, al menos, puede descansar.

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