Diario de León
Publicado por
CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO
León

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Como en la segunda página se dice que «Lo peor que hay en este mundo son las mujeres, si se exceptúa a los hombres» -cita de Jardiel Poncela, que también decía «el hombre no tiene vergüenza; la mujer, tampoco»-, ya no puede abandonarse la lectura de un incitador y exhaustivo ensayo titulado «La maldad de las mujeres». Compartí con su autor vida bachillera/colegial; y como nuestro punto de encuentro son siempre las ideas y nunca los chismes, le tengo a Manuel Esteban Sánchez en leal amistad y sincera admiración al ser filósofo-profesor en perpetuo y voraz aprendizaje (siempre le verás comprando o moviendo libros, esto es: buscando puertas a las cárceles del pensamiento en las que tan a gusto se siente el vago o el idiota).

El trabajo es un recorrido didáctico, intenso y conciso por la historia, la religión, la filosofía, la literatura, el refranero popular («Dijo la mujer al diablo: ¿te puedo ayudar en algo?»), el arte, el psiconálisis, el cine («Las mujeres buenas van al Cielo; y las malas, a todas partes», Mae West)... diosas, hadas, brujas, hechiceras, pícaras, fatales, heroínas... santas, vírgenes, ángeles, salvadoras... diríase que todas las mujeres y sus estereotipos desfilan por estas páginas... sin olvidarse de matriarcados ficticios, patriarcados nada ficticios o reinas de toda catadura. Añádase a ello el estilo ágil y conciso de una escritura clara y amena (sin olvidar la sutilísima ironía) que obliga a seguir leyendo, a la vez que rindiéndose a la monumental bibliografía que se aporta al caso, en ella están los créditos.

Es de tener envidia de los alumnos del «Padre Isla», instituto en el que imparte Manuel Esteban, un centro público que se reestrenó en 1961 con nuevo edificio y todo un lujo para provincias: cátedra de Filosofía con un discípulo de Aranguren, Lucio Ortega (¡murió tan joven!), cátedra en la que acaba de dejar su huella Emilio Geijo y en la que ya la está dejando el sagaz Miguel Ángel Castro Merino, algo más que profesores, pensadores. Y ahora ya solo me resta vencer la necia modestia de Esteban para que edite lo suyo de una puta vez.

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