Diario de León

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LEO CASI NADA, mala cosa, pero me recreo en la lectura de «Siete moderno» que aún no enseña su ancho lomo en las librerías (título algo inquietante, pues se espera un «modernos» sustantivo y no el adjetivo singular; es el tomo doce de una colección de diarios, cuyo último título, «El fanal hialino», también se las traía). Escribe con mucha medida y una riqueza desbordante Andrés Trapiello. Domina el oficio como pocos lo consiguen y se regusta en el estilo arrimando a sus relaciones palabras que desconoces en tu inopia o palabritas resonadas y sabrosas que te mandan al diccionario de una patada, por burro, o con una cariñosa palmada, por lego. Le gusta a mi hermano sobre todo resucitar palabras agonizantes en la cuneta del desuso y vuelven en sus páginas a sonar como nuevas y recién peinadas. Cuantas más palabras se enhebran, mejor se dibuja una idea, mejor se entienden las cosas y las gentes, aunque también las palabras en tumulto o retórica pueden convertirse en redes, enredosas, confundidoras. No es el caso de Andrés; lo borda. Muestro también yo cierta tendencia a coger de la oreja o del rabo palabros vagos que desertaron o fueron fusilados para ponerlos a trabajar de nuevo en estas líneas y galeradas, aun sabiendo que casi ni las entiendo a veces y que constituyen para muchos lectores un morrillo en el camino que entorpece la lectura o invita a detener esfuerzos y mandarte a la mierda o al román paladino. Aclárate, rapaz. Disculpas pido, pero me sale de propio bailar palabras picudas como quien baila con lobos cojos. Peor es, creo yo, estos hablares de hoy que se ven reducidos a muletillas, mismos giros y un vocabulario de calderilla saldado con doscientas palabras; y bien nada son. Con cinco mudas usadas vestimos los pensamientos (todos huelen igual). No es un problema de ignorar palabras; las que son flacas son las ideas (si las hay). Cuando alguien tiene claro lo que piensa, siempre halla las palabras justas, sea analfabeto o profesor, cuya pobreza de hablar también le ronca. Hablamos en clave mísera. Ejemplo: suena el móvil; «¿qué tal?; ya ves; ¿qué te cuentas?... pues nada... y eso» (así dicho suena a puesnada, yeso; y yo digo «posnada, cal; posnada, arena»). Después llega el ¡yeeeeso! o el raroraroraro... y no hay más; idea cagada.

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