Diario de León

Efectos de la pandemia

Abuelos y abuelas que dan la vida

A nietos y nietas, a pueblos y a ciudades. La pandemia ha puesto a las personas mayores en primer plano por su vulnerabilidad. También es mucho lo que aportan a la sociedad, a las familias y al sostenimiento de la vida en pueblos y ciudades.

marciano pérez

León

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Han sido el eslabón más débil de la pandemia, el más castigado por un virus cuyo final ensombrece la quinta ola. Una de cada tres personas contagiadas en León tenían más de 60 años. Las medidas sociales para combatir, como el confinamiento del primer estado de alarma, declarado ilegal por el Tribunal Constitucional, alejaron a muchos de sus familias. Han sufrido la soledad y el aislamiento.

Ayer fueron el centro de atención con motivo de la festividad de San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesucristo en la tradición litúrgica cristiana. Y su papel fue reivindicado desde diversos frentes. En León son una parte muy significativa de la población: casi 125.000 personas tienen más de 65 años en la provincia.

Muchos son el sostén de sus familias, tanto por su aportación económica como por su contribución a los cuidados, el cariño que ofrecen y su legado de experiencias y saberes. De la vitalidad y la ilusión que tienen por vivir y dar vida hablan los huertos y jardines, agendas repletas de actividades y su participación en los movimientos sociales.

Como dice la asociación Activos y Felices, dedicada a la promoción del envejecimiento activo, «nuestro presente no existiría sin lo que soñaron las personas mayores». Ser abuelo o abuela es un grado, con independencia de la edad. «No tiene por qué asociarse con viejo», comenta Raquel Balbuena Serrano, quien a sus 48 años, tiene ya un nieto de siete meses. «Yo fui mamá muy joven, con 24 años, y mi hija lo ha sido a la misma edad», comenta. Ayer no se identificaba con las miles de imágenes que vio circular felicitando a los abuelos. Ni tampoco el abuelo, Miguel Ángel Fernández, que es prejubilado de la mina, se ocupa muchas mañanas del bebé, Ángel.

Ayuda en la crianza
Raquel y Miguel Ángel, abuelos superjóvenes, que aportan cuidados y experiencia a su nieto

La abuela trabaja por las mañanas y es por las tardes cuando más se puede involucrar si hace falta. «Ángel tiene la suerte de tener bisabuelos, y alguna vez también se ha hecho cargo mi madre», comenta Raquel. Del susto del primer momento, los abuelos han pasado a convertirse en un puntal de la nueva familia formada por su hija. Fundadora y presidenta de la Liga de la Leche en León durante dos décadas, poder ayudar a su hija con la lactancia, que tuvo un inicio complicado. «La ayuda en la lactancia y la experiencia y la tranquilidad de la experiencia es lo que más aporto como abuela», añade.

Isabel tiene dos nietos de seis y tres años. Recién jubilada, acasionalmente se ocupa del cuidado de los chavales. «En vacaciones nos turnamos con los otros abuelos puntualmente, los hijos se arreglan bastante bien», señala. No es su caso, pero a su alrededor ve «a algunos abuelos demasiado sacrificados, tienen que tirar mucho de los nietos y los niños son adorables pero no se tiene la misma energía que cuando cuidas a tus hijos. Mi hija dice que no quiere que hagamos esos sacrificios».

Pila de años con vida
Ubaldo, con 96 años, cultiva el huerto en Barrio de la Puente y limpia la nieve de la puerta de casa

Más allá de los cuidados a los nietos, en los pueblos los abuelos son el pálpito de la vida durante todo el año. Ubaldo Mallo Fernández y Nélida González Mallo, de Barrio de la Puente, un pueblo del municipio de Murias en el Valle Gordo, tienen dos hijas y dos hijas y siete nietos, «cinco mujeres y dos varones». La más pequeña tiene 20 años, «ya vuela», dice el abuelo.

El matrimonio nonagenario habita una de las casas del pueblos que permanecen abiertas durante todo el año. Las personas mayores, los abuelos y abuelas en el sentido más amplio, son los habitantes que sostienen los pueblos. Ubaldo, a sus 96 años, se mantiene en plena forma con el huerto en el que crecen de desde matas de judías a lechugas, junto a las sabrosas patatas del valle.

Toda su vida la ha vivido en Barrio de la Puente. Allí fue a la escuela hasta los 14 años y allí se casó y nacieron sus hijos e hijas. La labranza y el ganado fueron su medio. Ubaldo es memoria viva de un tiempo en el que se araba con vacas, se sembraban centeno, trigo y repollos «para el consumo de casa» y patatas también para vender. «Pronto me hice con la parda alpina y quité las que tenía de la raza de aquí, las serranas», relata este hombre que es testigo privilegiado de la época anterior al cambio climático, cuando «venía el tiempo cuando era su tiempo» y Ubaldo, cuando nevaba, hacía una rueda alrededor de casa con la pala para poder hacer las tareas imprescindibles del invierno y, sobre todo, para que «no criara hielo», comenta.

No ha perdido la costumbre y no es de los que esperan a que llegue la pala municipal para limpiar la puerta de su casa. Y se queja de «ya no puedo trabajar como antes» mientras dobla el cadril y limpia el surco de las lechugas con la azada.

El vicario de la diócesis de León, Luis García, pidió el reconocimiento para «la descendencia de Joaquín y Ana» como «custodios de sabiduría, de experiencia y de valores» frente a todas las actitudes que hacen parecer que «los abuelos quedan relegados, como si no contaran y fueran una carga», a pesar de que en muchos casos son «la tabla de salvación de las familias» desde el punto de vista económico y de los cuidados.

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