Diario de León

Órdago al covid

Las partidas vuelven a los bares de barrio

ÓRDAGO AL COVID. Los bares de barrio empiezan a recuperar las partidas que paró la pandemia. Con la misma naturalidad que aceptaron el encierro y con la vacuna puesta, los aficionados al tute y a la brisca comparten tapete, café y chupito o café con churros desde hace pocos días en el Brezo de La Palomera o en La Puentecilla.

La vida en miniatura de un bar de antes en La Puentecilla. GAITERO

La vida en miniatura de un bar de antes en La Puentecilla. GAITERO

León

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Desde hace 22 años que vive en el barrio Manuel acudía cada tarde a jugar la partida al bar Brezo de La Palomera. Tienen 96 años y ha vuelto a la tarde de tapete y órdagos, a la espera de que se haga un hueco en una de las dos mesas donde se juegan el café o el chupito o las cartas.

«Las cartas me entretienen mucho, si juego noto la cabeza más distraída», comenta este hombre para quien la escapada por una hora y media al bar del barrio es un respiro que se puede permitir porque «tenemos una chica, si no no podría venir, que mi mujer está enferma», añade.

La pandemia cortó de raíz la distracción de Manuel y muchos hombres y también mujeres que encuentran en las cartas un momento lúdico y de expansión social. «Las hemos recuperado con trabajo, comenta el hombre.

La Puentecilla

«Va cogiendo un poco de aire», dice Elías, de casi 90 años, que desde hace treinta juega cada tarde

Aparte de distraerse, Manuel asegura con la concentración en el juego de las cartas «la memoria funciona y puedes discutir con el de la izquierda y con el derecha». Habla con conocimiento de causa. Dice también que el Brezo «es un bar de partidas» de siempre, desde que ha abierto.

El revuelo que caracteriza a los bares de partidas es ahora más silencioso, porque hay muchas menos que había.

Los dueños del bar Brezo, Ángel y Mari Carmen, señalan que era el bar tenía más de 20 partidas diarias. «Hemos estado casi un año cerrados y ahora veremos hasta dónde se recupera. Faltan algunos que aún no han vuelto del pueblo, alguno ha muerto y otros tienen miedo», comenta Mari Carmen.

Las partidas se han recuperado en La Puentecilla hace escasos días. RAMIRO

Desde hace doce años son los dueños de este bar que se fundó en 1983 y que toma su nombre de la romería de la virgen del Brezo, en Palencia, de donde procedía el fundador. Cuando lo cogieron no quisieron cambiar: «Si hubiera sido José o Juan seguro que lo habríamos cambiado, pero este nombre no y además es conocido», apostilla.

Durante casi un año han tenido cerrado al ver los bandazos que había en la hostelería. Se especializaron en comida por encargo a base de tortillas y sus tradicionales y afamadas tapas de casquería.

Brezo de Palomera

«Hemos recuperado las partidas con mucho trabajo», asegura Manuel, asiduo desde hace 20 años

En este bar, como también en La Puentecilla, del barrio de Santa Ana, un grupo de mujeres se incorporan a la tarde de tapete y café con churros a partir de las siete. Algunas son las esposas de los que han ido a primera hora de la tarde a distraerse.

«Aquí las mujeres traen sus propias cartas por precaución, los hombres no», comentan los dueños desde 1971, Luis Antonio y Teodoro González Fernández. Su padre, que era tratante de ganados cogió este bar fundado en la década de los 50 al albur de la actividad económica y la vitalidad social que se respiraba en la zona. El campo de fútbol, el mercado de ganados, el matadero, la parada del autobús a Sabero y Boñar... «Éramos la entrada de León, ahora solo queda El Corte Inglés y poco más», añaden.

Los tiempos han cambiado y la hostelería se tiene que renovar, reflexiona Luis Antonio al otro lado de la barra, mientras su hermano lee en periódico en espera de que llegue su turno.

Antes se disputaban entre 10 y 14 partidas diarias, Se cubrían todas las mesas, ahora menguadas por el covid. Hasta ahora se celebran un máximo de tres. «Falta gente por venir de los pueblos», dicen.

La vida en miniatura de un bar de antes en La Puentecilla. GAITERO

Las partidas ya no son lo que eran, pero Elías Llamazares Redondo, un empresario de la construcción jubilado natural de Valle de Mansilla, disfruta como siempre a sus cerca de 90 años. «89 y medio», aclara. Hace treinta años que frecuenta el bar para jugar a las cartas y «pasar el rato».

Es uno de los pocos que se presta a hablar. «A todo nos acostumbramos y cuando llegó el covid nos encerramos en casa, era lo que había que hacer», comenta un compañero que se ganó la vida con la distribución de bebidas. «Va cogiendo un poco de aire», apunta Elías que frecuenta las partidas desde hace tres décadas.

Llamazares, cuya última obra fue el edificio de Tráfico de Ordoño II, y que también fue taxista y binguero, señala que ahora tiene una nueva distracción: el huerto de La Candamia que le dieron en mayo después de seis años en la lista de espera.

A las cartas se juegan el café y se desfogan, como dice Manuel, discutiendo con el de al lado o el de enfrente. Nada serio, aunque se lo toman tan a pecho que algunos prefieren no hablar para no distraerse del juego. A esas horas solo una mujer está sentada a las cartas. A ratos alguno olvida que la mascarilla es obligatoria aún en los interiores. Cuidado.

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