Diario de León

Arte

Amancio: el arte que llegó de dentro afuera

El leonés Amancio González, artista de largo de recorrido cuya obra escultórica alcanza importantes cotas de prestigio, se encuentra ahora embarcado en un gran proyecto en el que recrea imágenes pictóricas de grandes clásicos.

León

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Hace arte de dentro afuera. Quita para que quede lo que siente. Lo que crea el leonés Amancio González es fruto de inspiración innegociable. Y en la búsqueda lleva lo suyo. Luego, sus esculturas están ahí y tienen pegada de celebrity, porque La Negrilla , ahí sola en Santo Domingo, hasta acepta este término ligero sin perder profundidad convertida ya en símbolo. Y sí que rebusca porque en estos momentos desarrolla un proyecto para la Galería Ármaga que es como un rayo creativo desde sus inicios hasta hoy. En hierro, esculturas sobre cuadros históricos: «Detrás de muchos cuadros barrocos, o renacentistas, se esconden figuras que son esculturas encubiertas. Es algo así como corroborar lo sabido: Los clásicos siempre tienen algo que decir. Y si dentro de veinte años los vuelves a revisar, encuentras algo diferente, respuestas o preguntas», reflexiona sobre esta colección en marcha con la galería leonesa dirigida por Marga Carnero.

En la práctica, el artista utiliza hierro en la creación de estas obras y en ello anda desde su estudio taller de trabajo en Lorenzana. Y ahí es donde, «como un ermitaño encerrado», definición que ni pintada estos días, se debate entre conceptos técnicos, la creación del volumen, la naturaleza no orgánica del hierro, la óptica que surge como indagación sobre estos cuadros... En definitiva, el proceso creativo práctico que aquí encuentra hasta un capítulo fascinante que cuenta él mismo como descubrimiento que surge al instante: «Partir de esos cuadros clásicos, de una imagen plana, y trabajar sobre ellos te da la sensación de ver el otro lado del cuadro. Como girar esas imágenes. La verdad es que es una sensación un poco mágica», relata.

Obra sobre ‘La creación de Adán’ del leonés Amancio González. ARMANDO CASADO

Así se encuentra Amancio en una pelea amable con obras maestras, y en donde a partir de la genialidad de los autores él descubre esa vuelta de tuerca para imaginar y pasar a una realidad en tres dimensiones figuras que pertenecen al arte universal. «Trabajar sobre Las Tres Gracias de Rubens, El Juicio Final de Miguel Ángel, y obras así, la verdad es que tiene su encanto», asegura disfrutando de la propia experiencia de su realización.

De todas formas se intuye el disfrute general en la actividad de Amancio González, aunque no esconda las exigentes servidumbres de una creación en donde se combina mucho esfuerzo, mucha planificación y muchas horas en soledad como corredor de fondo que tiene que hacer coincidir el fruto del trabajo con la inspiración. Pero, al menos, aparenta armonía. «Trabajas mucho en soledad, sabes que tienes que reservar mucho tiempo para trabajar. Pero, a cambio, te permite abstraerte en el trabajo», reflexiona, quien estos días, precisamente por eso mismo, casi lamenta la situación actual más por el resto de la gente que por él mismo.

Pero este creador, con obra en diferentes partes del mundo, no ha perdido carácter sociable pese a su trabajo en soledad. Y, de hecho, puede resultar un excelente comunicador cuando de manera indirecta aconseja buscar lo que hace feliz, pero en todos los frentes, no solo el artístico. «Cuando nos enseñan que lo que hay que conseguir es la estabilidad o la seguridad, y la felicidad aparece como un tabú, es que algo va mal», afirma. Porque él resume su llegada a la escultura como un camino: «Yo llego a la escultura por la pasión por el arte. Como una búsqueda que no sabía dónde me llevaba»,dice. Y tanto que en el 2000 dejó su trabajo en Renfe para dedicarse de lleno a lo artístico. Lo llevaba dentro y su mente le pedía que lo sacara fuera. Y como instante, con su antes (Alejandro Vargas, pieza clave en sus comienzos) y su después, cuando un día en Villahibiera de Rueda intentó lograr algo con un tronco de peral, descubrió que era escultor.

Y así, tal vez, si no llega, se acerca al máximo al sentido de la vida. Si no es que está.

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