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PATRIMONIO

Un castillo templario asfixiado por la maleza

El ayuntamiento de Santa Colomba saca a licitación la limpieza y consolidación de la fortaleza de San Salvador del siglo IX.

Muro de mampostería contiguo a la ermita de Santa Ana, que podría pertenecer a la capilla del castillo. Derecha, restos del perímetro que rodeaba el castillo. RICARDO GARCÍA

León

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La maleza lo ha engullido. Doce siglos de historia bajo las zarzas. Apenas es posible imaginar que en Santa Colomba de Curueño hubo un gran castillo de los templarios. Esta fortaleza medieval militar daba protección a vecinos y peregrinos que circulaban por estas rutas menores de la antigua calzada romana.

Su emplazamiento le permitía, como explica el proyecto de rehabilitación diseñado por el arquitecto Ricardo García Alonso, «establecer señales de humo con el Castillo de Aviados, que, a su vez, lo hacía con el de Peña Morquera, y éste con el de Montuerto, y así sucesivamente, estableciendo todo un entramado defensivo y de vigilancia, absolutamente necesario para las estrategias militares». Es posible que todos estos castillos se erigieran ocupando antiguos castros, en la margen izquierda del río Curueño.

El Ayuntamiento de Santa Colomba de Curueño está decidido a rescatar la fortaleza de San Salvador, que se remonta al siglo IX, y la ermita de Santa Ana. Ha sacado a licitación, por 189.715 euros y un plazo de ejecución de cuatro meses, la limpieza del castillo y la consolidación de las ruinas.

Apenas se han salvado paredes de mampostería y ‘montones de piedras’ que hacen difícil intuir la magnitud de una edificación que contó con al menos seis torres. El castillo de Santa Colomba de Curueño corrió la misma suerte que el resto de los castillos medievales de la zona, abandonado y sin uso desde el siglo XIV o XV. Desde entonces los estragos del tiempo han ido liquidando una construcción defensiva documentada desde el año 951.

El archivo de la Catedral de León preserva un documento de ese año en el que Ordoño III cede el castillo a la iglesia y a su obispo don Gonzalo. El 13 de octubre del año 999, el rey Alfonso V de León y su madre Elvira donan al obispo Froilán de León el castillo de San Salvador de Curueño. Alfonso VII donará la fortificación a la iglesia de Santa María de Regla de León y a su obispo Arias.

En los siglos XII y XIII los templaron recibieron el castillo como sede de sus operaciones de vigilancia y protección de pueblos y peregrinos del Camino de Santiago.

Un manto protector

Pese al abandono secular de la fortificación, el perímetro que delimitaba el castillo «no solamente se intuye, sino que es reconocible por los restos que permanecen, aunque estos casi se hayan mimetizado con la vegetación del entorno, y estén cubiertos en muchos tramos por un manto de musgo, que también ejerce de protección de la coronación de las ruinas, y que, posiblemente, haya evitado la degradación total», asegura el redactor del proyecto de restauración de la fortaleza.

Contiguos a la ermita de Santa Ana quedan restos de una edificación precedente, que podrían corresponder a la original capilla del castillo. La ermita de Santa Ana, erigida en el siglo XVI, ‘colonizó’ parte de la estructura del castillo.

Dentro del plan de recuperación está prevista la colocación de carteles informativos. Previamente, se llevará a cabo el estudio de intervención arqueológica, que deberá pasar el ‘filtro’ de la Comisión Territorial de Patrimonio, quien en mayo aprobó el proyecto de reparación del castillo de San Salvador y la ermita de Santa Ana, con la prescripción de que las obras deben de comenzar por una fase de desbroce de vegetación arbórea selectiva, dentro del ámbito del foso y del espacio que ocupa la fortificación, para permitir la exposición de sus construcciones y, con ello, el levantamiento cartográfico más preciso posible del conjunto edificado. Además, se especifica que estos trabajos iniciales se realizarán con control arqueológico.

El castillo de San Salvador era aún visible a principios del siglo XX, tal y como relata el célebre arqueólogo e historiador Manuel Gómez Moreno, quien describe los muros hechos de mampostería, las amplias cimentaciones, así como atisbos de una torre y el foso circundante.

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