Diario de León

LIBROS

«Es necesario romper el tabú del suicidio»

SERGIO GONZÁLEZ AUSINA / PERIODISTA Y ESCRITOR

El periodista Sergio González, de padre leonés y hoy afincado en Calpe (Alicante). DL

El periodista Sergio González, de padre leonés y hoy afincado en Calpe (Alicante). DL

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PACHO RODRÍGUEZ | MADRID
León

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1977. Vicente González Luelmo, 25 años, leonés del barrio de San Esteban, se tira a las vías en las cercanías de Guardo. Estudiante, futbolista del San Esteban, esquizofrénico. Se suicidó. Y, a partir de esa palabra, el silencio total. Un libro de excepción, ‘Última carta. Un suicidio en la familia’, de este periodista y escritor, con prólogo de Arcadi Espada, afronta ahora el tabú. Vicente González Luelmo era su tío.

Hay palabras tabú pero hay una que se lleva la palma: el suicidio. Es ignorado como suceso próximo o lejano, íntimo o ajeno. Sea en la versión que sea, ante un hecho tal, la respuesta es la mirada hacia otro lado y el pasemos a otro tema. Más que mal visto, da pánico. No digamos ya en el periodismo, en donde hasta fechas no muy lejanas no era noticiable, en principio para ahuyentar el efecto contagio. Si a eso se le añade que, en este oficio de contar noticias, los temas se suceden de manera vertiginosa ante el teclado del periodista, puede decirse que ni rastro del suicidio, o, en tal caso, a cuentagotas. O con noticias de relevancia circunstancial como lo fue la del suicidio de Miguel Blesa, por poner un ejemplo mediático.

Con todo, a veces pasa que un periodista se queda trabado en un tema y no puede dejar de seguirlo. Algo así le ocurrió a Sergio González Ausina. Varios artículos sobre el asunto obtuvieron el reconocimiento no sólo de los lectores sino de los especialistas en la materia. Y un buen día le llegó el sobresalto: un tío suyo se había suicidado. En León. Se lo dijo su propio padre (leonés aunque nacido en Marruecos, ambos hechos por avatares de la vida de su abuelo), que más adelante confesó que nunca se había hablado de esas historia, ni de ese retrato que viajó por las casas familiares, porque tenía miedo. Así surgió Última carta. Un suicidio en la familia (ediciones Deliberar), prologado por Arcadi Espada y que cuenta con un apoyo casi tutelar del leonés Juan José Jambrina, jefe de la Unidad de Psiquiatría de Avilés, en donde desarrolla una labor que va de lo minucioso a lo innovador, de lo científico a lo humano, por lo que cuando cayó en esta historia se volcó en ayudar a Ausina, que vive en Alicante.

También les une la peculiar editorial Deliberar, más que una fábrica de libros un lugar para el pensamiento activo y que, entre otros, comandan en diferentes niveles José Lázaro como codirector junto a Enrique Baca, y Belén Illana. También coincide que Juan José Jambrina forma parte del comité editorial. Otro leonés, Francisco Sosa Wagner, es miembro del consejo asesor. Un ente bastante variado con nombres de la talla de Antonio Muñoz Molina, el citado Arcadi Espada, Fernando Savater, Albert Boadella o Victoria Camps. Tal vez, en toda esta pluralidad se teje la oportunidad de que surja un libro que aborda una temática al límite, y que consiste en un ejercicio de investigación periodística e introspección. Un libro que atrapa con una segunda parte sorprendente a la que sólo se puede llegar a través de su lectura.

—Usted vive en Calpe, su padre vivió en León pero hace mucho que no... Esta ciudad en realidad pertenece a su memoria y a un suceso familiar. ¿Cómo ha sido ese reencuentro?

—Bueno, realmente no se puede hablar de reencuentro, porque yo no he vivido nunca en León. Mi padre y mis tíos sí, porque trasladaron a mi abuelo a León y allí vivieron. Pero yo, hasta que no descubro esta historia tenía con León una relación nula. De hecho, para mí, los viajes a León para investigar para el libro fueron mi toma de contacto con la ciudad. Es más, mi padre nació en Marruecos, vivieron en Asturias y finalmente en León. Por eso fueron mi padre y mis tíos los que tuvieron ese contacto vital con León.

—Entonces este libro arregla en parte también esa carencia. ¿Creía que iba a combinar con tanto acierto la crónica periodística, la primera persona, casi un ajuste de cuentas familiar, abordar la enfermedad mental...? ¿Partía de una idea tan ambiciosa?

—Yo había escrito sobre el suicidio. Era uno de mis temas, en los que había desarrollado mucha labor de investigación. Y seguía en ello. Pero un día, una noche de esas de navidades, hablando con mi padre, poco dado a confesiones, me preguntó que en qué temas andaba y se lo dije. Y él entonces me dijo que mi tío Vicente se había suicidado. Aquella foto que siempre andaba por casa y en la que estaba mi tío resultaba que encerraba esa historia y yo no tenía ni idea.

—Se dio cuenta de que tenía en casa su propio tema... Le facilitaba las cosas, ¿no?

—No, porque era un tema del que no se podía hablar. Yo intenté durante esos días posteriores, quedar más con mi padre y sacarle algunas cosas, pero no fluía el tema. Entonces le dije que si yo tenía un tío que se había suicidado y no indagaba sobre la historia, con qué cara me iba a presentar en casa de Pepita Pérez para preguntarle, si yo no había roto todavía mi propio tabú.

—¿Y entonces qué pasó?

—Seguí yendo a casa de mi padre. Le iba soltando preguntas. Otro día le dije que además quería escribir un libro sobre la historia de Vicente. Intentó disuadirme: «Vicente era un chico normal. Tenía esquizofrenia pero era normal. No hace falta hablar más de él», me dijo. Yo le insistí y me dijo: «Es que tengo miedo».

—¿Qué fue descubriendo?

—La gente me fue ayudando. Juan José Jambrina, como leonés y psiquiatra, es pieza fundamental para la elaboración del libro. Contacté con la Universidad de León, fui atando cabos, como que jugaba a fútbol en el San Esteban. En el momento en el que ocurre su suicidio, su hermana vivía en Guardo y mi padre ya estaba en Alicante. Y él solo con su esquizofrenia en León, un poco abandonado y desamparado.

—¿A partir de ese caldo de cultivo fue cuando se desencadenaron los hechos?

—Sí. Un enfermo de esquizofrenia se monta en la cabeza sus propias conspiraciones. Fue a Guardo pero no a casa de mi tía. Se metió en una pensión en la que, al parecer, no durmió en toda la noche. Estuvo rondando por el pasillo, según me contaron. Pagó, se fue, y pilló el tren que va de Bilbao a León. Se tiró del tren a las vías, y el propio tren lo escupió y se volvió a meter... Una cosa muy trágica. Encima era en una zona deshabitada, y lo llevaron a Valcuende. Estuvieron velándolo dos días en la iglesia esperando a la familia.

—Y cuando empezó a investigar, ¿pensaba que iba a dar con tanta información?

—El tema es que en mi familia se creó tal tabú que empecé a investigar desde cero y un poco a tientas. Pero vi pronto que se conocía el caso, que la gente mayor lo recordaba, que incluso en el barrio se acordaban de la familia como de otras que habían vivido en León en aquellos años, cuando todo era más pequeño.

—¿Qué conclusiones personales ha sacado?

—Tengo cada vez más claro que hay que romper el tabú del suicidio en los periódicos y en las escuelas. Para abordar su problemática. Merece la pena por abordarlo de frente y, en casos pasados, porque es una carga que se lleva en las familias sin hablarlo y sin que muchos lo lleguen a saber.

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