Diario de León

Historia de la marinería leonesa

José Ignacio Martín Benito rescata en un libro la memoria de aquellas intrépidas barcas que vadeaban los ríos del viejo reino.

En el Esla, el Órbigo, el Sil, el Tera, el Duero o el Tormes, las barcas de paso cumplieron desde la Edad Media una función básica en aquellas zonas donde los puentes eran escasos. Martín Benito ha recopilado datos de unas 200 de estas embarcaciones

La barca que cruzaba el Porma a la altura de Secos permaneció mucho tiempo varada. Al final de su vida servía de parque infantil.

La barca que cruzaba el Porma a la altura de Secos permaneció mucho tiempo varada. Al final de su vida servía de parque infantil.

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E. GANCEDO | LEÓN
León

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No solemos ser conscientes de lo que significa un puente. Pasamos por encima de ellos sin advertir que su construcción —y mantenimiento— eran antaño costosísimos, y la mayoría tenían soporte romano, pueblo que construía para la eternidad, algo remozados después por las gentes que los siguieron. Los pasos pétreos eran escasos y estaban situados tan sólo en ciudades y villas destacadas. De ahí que los paisanos de las comarcas leonesas, tierra caracterizada, además, por la extrema abundancia de ríos, habían de aguzar el ingenio para poder cruzar cauces en ocasiones temibles por su anchura, bravura o profundidad. Y esos ingenios tenía forma de barcaza de madera guiada por cables y capitaneada por avezados barqueros, una marinería fluvial y paisana cuya estampa guardan aún en la memoria, y con entrañable fidelidad, muchas personas.

Hasta ahora nadie había compilado y estudiado estas embarcaciones que trasladaban gentes, mercancías y hasta monturas de una orilla a otra; ha sido José Ignacio Martín Benito, portavoz de Cultura y Turismo del PSOE en las Cortes autonómicas, quien acaba de presentar el libro Barcas de paso en el Reino de León (de la Edad Media al siglo XX), un repaso por los botes que surcaron las aguas interiores de León, Zamora y Salamanca. El investigador y político nacido en la localidad salmantina de La Encina pero afincado en Benavente cuenta que el asunto se le cruzó un poco por casualidad. «En una investigación de historia local me topé con la barca de Villanázar, en el Tera, y a raíz de ahí surgió la idea de elaborar un trabajo sobre las barcas de los Valles de Benavente, que fue creciendo igual que un río. Y de la provincia de Zamora saltó a las de León y Salamanca».

El Sil ■ Unía Puente de Domingo Flórez con Quereño. 

El Porma ■ Ésta cruzaba el Porma en Vegas del Condado.

El Órbigo ■ A la altura de La Nora. La foto es de 1958.

El Esla ■ La barca de La Aldea del Puente. 

El Órbigo zamorano ■ La Ventosa, en Benavente .

La obra, presentada el pasado 6 de agosto en Benavente, consta de dos partes: un estudio y un catálogo. «En la primera abordo cuestiones generales y en la segunda presento, de forma individualizada, cada paso de barca según valles y localidades. Le sigue un apéndice documental con decenas de documentos inéditos», precisa Martín Benito, quien asegura que, por asombroso que parezca, buena parte de ellas hunden sus raíces en la Edad Media. «La de Salvatierra de Tormes aparece representada en una pizarra de época visigótica y la de Barcial del Barco (río Esla) ya era objeto de disputa en el siglo XIII», ejemplifica. En datos exactos, «y sin pretender ser totalmente exhaustivo», el autor ha rastreado 184 pasos de barca. En la provincia de León documentó un total de 58: 28 en el Esla, 2 en el Bernesga, 6 en el Porma, 11 en el Órbigo y otros 11 en el Sil y sus afluentes. En la de Zamora localizó 80 pasos —20 en el Duero, 23 en el Esla, 20 en el Tera, 9 en el Órbigo, 6 en el Tormes y 2 en el Aliste—. Y fueron 46 (22 en el Tormes, 12 en el Águeda, 9 en el Duero y 3 en el Yeltes-Huebra) en la de Salamanca. «Pero, con toda seguridad, hubo muchos más», objeta el investigador.

Una de las preguntas es obligada: ¿Por qué, siendo estas embarcaciones tan importantes para la vida de los pueblos, han desaparecido por completo? ¿No podrían haberse respetado algunas como atractivo turístico? «Eran importantes como recurso para pasar los ríos ante la ausencia de puentes —reflexiona el autor—. Y precisamente su desaparición arranca cuando empiezan a establecerse pasos fijos, mucho más seguros y, por tanto, menos peligrosos que el flotante. En cuanto a lo del atractivo turístico, alguna vez se ha planteado... Hace 15 años una empresa barajó reponer las 6 barcas históricas de la nobleza y de la Iglesia en el bajo Esla. Por otro lado, en Villaflor, Zamora, los vecinos recuperaron la barca hundida en el embalse y la instalaron en ‘El mirador de la barca’, como recuerdo de la vieja actividad. También en Villafer, León, una réplica instalada en la pradera junto al río recuerda la importante barcaza que cruzaba el Esla en ese punto».

¿Y cómo eran estos vehículos? «Las barcas eran de dimensiones muy diversas», repasa Martín Benito, señalando que el tamaño dependía de sus funciones y capacidad. «Las del concejo benaventano de finales del siglo XVII medían 5,4 metros por 8 de largo y podían trasportar un carro. Otras sólo eran aptas para personas y ganado, como la de Galisancho sobre el río Tormes que, en el año 1939, medía 5 metros x 3».

Personaje íntimamente unido a estos botes era el barquero, un paisano de oficio tenaz. «Si consideramos que la mayor parte de los barqueros trabajaban de sol a sol, evidentemente eran profesionales... pero hay que considerar que la mayor parte de las barcas cesaban su actividad en verano, cuando el río era vadeable y disminuía mucho el trabajo —recuerda José Ignacio Martín—. Por eso los barqueros lo solían alternar con otros oficios relacionados con el río. Muchos eran pescadores y labradores».

El libro muestra cómo en algunas poblaciones los vecinos pagaban menos que los forasteros o, incluso, llegaron a estar exentos del pasaje, sobre todo si la barca era del concejo. Si era de particulares, los vecinos solían estar ‘avenidos’ con el barquero y le pagaban una cantidad fija al año, en dinero o en especie, con independencia del número de veces que usaran el servicio.

Por su actividad y dimensiones, al autor le ha llamado especialmente la atención la que navegaba el Esla en Villafer, a la altura de 1860. «Cuando fue vendida, tras la Desamortización, tenía unas dimensiones de 14,50 metros de largo y 6 de ancho, con capacidad para 3 carros y 16 caballerías», apunta.

Y es que las barcas más importantes eran las que estaban ubicadas en los grandes caminos reales. «La de Manzanal (Zamora) en el Esla y en el camino hacia Galicia, era una de las más rentables. Lo mismo sucedía con la de Villanueva de Azoague, en esa misma provincia, cuando el puente de Castrogonzalo estaba inservible —detalla—. Por supuesto también la de Villafer, indispensable para la comunicación de las tierras de Valderas con las de La Bañeza. Otra barca muy destacada fue la de Villarroañe para Villanueva de las Manzanas, ‘único paso de Valderas y demás pueblos de Campos, para León’, como señalaba S. Miñano en 1/media/diariodeleon/images/2015/08/12/828.jpg».

Martín Benito ha incluido algunas anécdotas relacionadas con esta singular ‘armada’ leonesa. «Las más llamativas son las de naufragios. La fuerza de las aguas y el mal estado de algunas embarcaciones provocaban accidentes que, en ocasiones, terminaron en tragedia».

El libro ha sido editado gracias a la colaboración entre siete institutos de estudios de las tres provincias leonesas.

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