Diario de León

Los hombres que saquearon León

Párrocos, anticuarios, coleccionistas y ladrones vendieron durante décadas tesoros de esta provincia.

León

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Párrocos, anticuarios, coleccionistas y ladrones han esquilmado el patrimonio de León durante décadas. El botín es incalculable. Vendido legalmente o robado, hoy se encuentra en museos, colecciones privadas o, lo que es peor, en paradero desconocido. Algunos de los personajes que esquilmaron los monumentos leoneses durante décadas fueron considerados en su día mecenas y salvadores del patrimonio. En principio, atesoraron objetos de arte para evitar que fueran vendidos al extranjero. Sin embargo, «la línea entre patriotas y expoliadores es muy delgada y, casi siempre, se rompe con los herederos, que son los que venden las colecciones», afirma el historiador y archivero Alejandro Valderas, que lleva años siguiéndoles la pista.

Magnates estadounidenses como William Randolph Hearst y Archer Huntington, anticuarios como Ignacio Martínez y Raimundo Ruiz, coleccionistas como el canónigo Manuel López Cepero y el arquitecto Juan Crisóstomo Torbado, ‘marchantes’ como Arthur Byne y el gran ladrón Erik el Belga figuran entre los principales saqueadores del patrimonio leonés durante el siglo XX, aunque la ‘rapiña’ comenzó antes, con la desamortización de Mendizábal. «El primer expolio generalizado tuvo lugar con el cierre de los monasterios. Sus dueños -frailes y monjes- fueron los primeros que robaron a gran escala. Escondían todos los objetos de valor que podían para venderlos, con la excusa de que tenían que sobrevivir», asegura Valderas.

Después, la pobreza y la incultura de los encargados de velar por los tesoros artísticos facilitaron el trabajo de traficantes y coleccionistas, que sí sabían el valor de lo que compraban y, en muchos casos, cierran la venta de forma ‘legal’ y con recibo.

Desde finales del siglo XVIII, la labor del Estado por catalogar los ‘tesoros’ españoles fue utilizado por los ladrones y coleccionistas como «una auténtica lista de la compra», para desesperación del historiador y arqueólogo Manuel Gómez Moreno, que logra frustrar varias operaciones de tráfico de arte, una de ellas con el ‘marchante’ Arhur Byne —célebre estos días por su papel en la venta del claustro de Palamós—. Gómez Moreno no puede impedir que salgan de León con destino a Estados Unidos unas esculturas de Pompeyo Leoni propiedad de la familia Torbado.

El canónigo gaditano Manuel López Cepero, miembro de la academia de Bellas Artes y de la RAE, reúne la primera colección de pintura religiosa española. En ella hay varias obras de Nicolás Francés, procedentes de León, que actualmente están en el Museo de Dublín. Otro canónigo, Juan López Castrillón, invierte también su dinero en comprar arte en la provincia de León y en promover excavaciones arqueológicas. «Los herederos venden su fabulosa colección en Londres», explica Valderas.

El gobierno de la República hace un gran esfuerzo para detener el expolio y 50 edificios históricos de León son declarados Monumento Nacional. Este intento por proteger el patrimonio resultará infructuoso frente a los ávidos anticuarios, que llegan desde Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Londres y Lisboa, principalmente, para ‘peinar’ la provincia en busca de tesoros. «No son ladrones, pagan por lo que compran y tienen la factura que lo acredita», aclara Valderas, uno de los historiadores que junto con la también leonesa Ángela Franco, conservadora del Museo Arqueológico Nacional, más han investigado sobre el expolio del patrimonio leonés.

Arthur Byne logra enviar obras a Hearst en 1935, cuando la legislación en materia de tesoro artístico de la II República había establecido importantes trabas a la venta y exportación de obras de arte. Evidentemente, salieron de España de forma clandestina.

Expolio ‘en equipo’

En la ‘rapiña’ hay todo un escalafón. En el nivel más bajo se encuentran los anticuarios de provincias, que recorren pueblos en busca de obras y ‘chollos’. En el vértice de la pirámide, los destinatarios y grandes coleccionistas, como Hearst o Huntington. Los más peligrosos son los expertos, arquitectos e historiadores, que pagan a rastreadores locales, pero son ellos los que seleccionan las piezas y tienen contacto directo con los coleccionistas; es el caso de Arthur Byne y Raimundo Ruiz. El papel desempeñado por ambos en el desvalijamiento artístico del país en aquellas décadas resulta «bochornoso», según explica la historiadora María José Martínez en su trabajo Modernas mansiones con pretensiones cortesanas. Y aclara: «Byne, por ser un reputado estudioso e hispanista reconocido como tal en España durante ese tiempo; Ruiz, porque contribuyó con obras de ‘su colección’ a algunos de los grandes eventos que actuaron como escaparate internacional de la historia del arte español, como la Exposición Universal de Barcelona de 1929, si bien paralelamente actuó como uno de los principales artífices del intenso y abundante tráfico de obras de arte con destino a Estados Unidos».

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