Diario de León

Publicado por
Mª Jesús G. Armesto. licenciada en historia y extécnica de la obra cultural de la caja
León

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Si algo hay que destacar y ejemplificar en la trayectoria vital de Concha Casado es su empeño firme y constante para llevar a buen puerto las singladuras en las que se embarcaba: ya fuera recogiendo, para su tesis doctoral, el habla tradicional de la Cabrera, ya fuera sembrando de pequeños y próximos museos etnográficos la provincia de León, Concha Casado ponía su corazón y su cerebro en sintonía y, sin temor al fracaso, empeñaba vida y hacienda en conseguir sus propósitos.

Aquí, en León, la recuperamos cuando, una vez jubilada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid, tornó a su tierra y constató que en el mundo de la etnografía había mucho que hacer y, más que hacer, evitar que se deshicieran en la nada del olvido nuestras tradiciones y oficios ancestrales. Y, a ello se puso, sin prisa, pero sin pausa. Buena cosecha la de 1920, con personas como Concha no había nada imposible, fue alumna de grandes maestros como Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Diego Angulo, Julio Caro Baroja –que cariñosamente la llamaba Conchita— y lo más granado de la intelectualidad española del siglo XX y eso imprime carácter.

Quizás una breve anécdota sea premonitoria de su destino. Contaba Concha que una de las primeras veces que fue a visitar a don Dámaso a su casa de Chamartín, vio que los libros rebosaban las librerías y que habían ido ocupando el suelo, al ver que miraba hacia la alfombra le dijo: «Me la regaló Leopoldo Panero, el poeta astorgano y es de un tejedor de San Justo de la Vega» .

Concha fue una persona honrada a carta cabal, a la que habría que incorporar como décima hija de Zeus y Mnemosine (la memoria), Concha, la musa de la Constancia.

Sit tibi terra levis

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