Diario de León

Obituario RICARDO CANTALAPIEDRA CANTAUTOR Y PERIODISTA

El último bolero de Ricardo Cantalapiedra

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pacho rodríguez | león

Ricardo Cantalapiedra (León, 1944), fallecido ayer en Madrid, no era un periodista al uso, pero lo era. No era cantautor al uso, pero lo fue. Y entonces llegó a ser Ricky Bolero. Tal vez su gran verdad. Y era de León pero tal vez nunca lo volvió a ser. Retrató la fauna crápula como testigo cómplice del Madrid que se quitaba de encima a Franco. Y escribió durante años lo que pasaba y veía en la capital, bien como cronista de la ciudad o bien como especial crítico musical. Pero empezó como cantautor, y así consta en nóminas que lo asocian a nombres más o menos coetáneos como Luis Eduardo Aute, Javier Krahe, Joaquín Sabina, Chicho Sánchez Ferlosio... Era por todos conocido, pero su final, en una pensión de la calle Fuencarral, se antoja como una estampida de la amistad. Aunque hay excepciones que avivan el recuerdo. Había superado hace años un grave tumor cerebral.

Porque si en el guion de la vida de Ricardo Cantalapiedra aparece indefectiblemente la palabra olvido hay nombres que lo recuerdan. Y lo hacen en presente. Como las periodistas leonesas Pilar Falagán y Ana Aladro. O Sol Alonso y Javier Pérez de Albéniz. Incluso, Carmen Pérez Tortosa, Felipe Mellizo o José Miguel Contreras, ejerciendo de protectores de una vida ya desgastada en estos últimos años en una pensión de la calle Fuencarral. De hecho, este grupo, que lo consideraba maestro ya desde aquellos años en la que fue pionera Radio El País, sí tuvo tiempo hace unos dos años para celebrar una reunión de amigos que en realidad tenía como motivo volver a verlo. Y todos coincidieron en encontrarse con lo que era Cantalapiedra: culto, amable, divertido a media sonrisa, educado, y alguien que se las sabía todas de los bares.

Y en esa coincidencia, dice Felipe Mellizo: «Yo le conocí en los estertores de mi adolescencia, cuando cantaba en un bar de Hermosilla que se llamaba El avión, un lugar para comer pipas y charlar sin estridencias. Siempre le acompañaba César, el pianista eterno al que le faltaba una pierna». Habla Mellizo de un antro que lo mismo mezclaba lo progre que lo pegamoide de aquellos años. Y que retrata la faceta musical de Cantalapiedra.

En El Descodificador de Javier Pérez de Albéniz se puede leer la faceta periodística: «Ricardo era un reportero de otra época, de otro mundo, de los de máquina de escribir y Mahou cinco estrellas, capaz de utilizar las palabras perfectas para describir como nadie a esos madrileños crápulas que salen de casa como los gatos: de puntillas, cuando cae la noche».

Para Ana Aladro, además de «maestro» como para todos, «era sabio. Me descubrió un mundo alucinante que culminó en uno de los capítulos de Sacalalengua más divertidos sobre nombres y apellidos», dice en referencia a un programa de La 1 que dirigió Aladro y donde Cantalapiedra trabajaba de guionista. La periodista madrileña Sol Alonso recuerda trabajar duro junto a él «y luego cerrar los bares de Malasaña». «Escribía de maravilla y cantaba boleros como nadie», prosigue Alonso.

Todos coinciden en señalar esa brillantez y humildad como señas de identidad. Como asegura Pilar Falagán. «Todos lo adorábamos. Era amable y aprendías con él. Aunque luego en lo personal era solitario. Era más de pegar la hebra con la gente en los bares», cuenta.

Desde Barcelona, Ramón de España recuerda breves contactos pero intensos: «A mí me lo presentó Ricardo Solfa en Madrid cuando la Movida o algo después. Era un tipo muy simpático que alternaba la crítica musical con las actuaciones de su alter ego, Ricky Bolero. Conservo un recuerdo muy bueno de él».

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