Diario de León

Fútbol | Eurocopa

Laporte, un novato con galones

El central ha encajado como un guante en el esquema y el vestuario de La Roja, donde le ven sobrado de calidad y con un aplomo impropio de un recién llegado

Laporte se ha integrado de manera solvente a la dinámica de la selección española. JULIO MUÑOZ

Laporte se ha integrado de manera solvente a la dinámica de la selección española. JULIO MUÑOZ

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El fútbol de Laporte siempre ha ido por delante de su edad. La habilidad ganaba a la biología. Nacido en Agen, la tierra de rugby, ‘traicionó’ el deporte de su padre y siguió los pasos de su madre. Nada de balón oval. Redondo. Se le veía venir desde pequeño, un prodigio de la naturaleza que quemaba etapas a velocidad de vértigo, metido en todas las selecciones inferiores de Francia y reclutado por el Athletic con apenas 14 años. Los rojiblancos lo mandaron al Aviron Bayonnais, club convenido, y luego lo trajeron a Lezama, donde empezó a escribir una hermosa historia que ha derivado en la participación en una Eurocopa.

No con su país de nacimiento, sino con el de adopción, un pequeño lujo para la defensa de La Roja. Debutó oficialmente el otro día contra Suecia y dejó a todo el mundo boquiabierto: solvente, contundente, con galones, resolutivo, frío. En resumen, un líder. En el vestuario hablan maravillas de él y el mensaje es uniforme: «Hay central para rato».

Luis Enrique está encantado con Laporte. Fue uno de los grandes defensores de su nacionalización, aunque antes ya se habían dado pasos para quitarle la camiseta azul y ponerle la roja. Hace más de un década, los responsables federativos le situaron en su radar. No terminaron de localizarle, aunque los intentos se sucedían de forma periódica. El defensa, captado y moldeado en la factoría de Lezama, acudía regularmente a las convocatorias de los combinados nacionales galos en todas sus categorías inferiores. Jugó 51 partidos, 19 de ellos con la sub-21, antesala de ‘Les Bleus’, donde había un muro infranqueable llamado Deschamps. Llegó a convocarle hasta tres veces pero no le hizo debutar. El jugador expresó varias veces su «decepción» por no haber dado el salto a la absoluta, hasta que tomó la decisión de dar el sí a España.

Además de ser un futbolista excepcional, por el que el Manchester City pagó 65 millones al Athletic, Laporte también maneja el control de su vida y carrera. Nunca ha tenido un representante al uso y siempre se ha rodeado de poca gente, pero de confianza. Él es quien toma las decisiones, marca los tiempos, abre caminos y elige destinos, cómo y cuándo. Consulta y escucha, contrasta y atiende a los consejos de sus cercanos, pero tiene la última palabra y se hace lo que dice. Lo hizo incluso con el City: no quiso ir en 2016 y aceptó marcharse en enero de 2018. De hecho, había renovado y subido su cláusula de 50 a 65 millones, que luego pararon a las arcas de Ibaigane. Salió bien de Bilbao, aplaudido por la afición y se llevó cantidades industriales de cariño en las maletas. Sabe hacer las cosas y elegir el momento, la manera.

Así también optó por ponerse la camiseta de La Roja. Vio que la Federación le quería de una forma incondicional, al igual que Luis Enrique, y dio el paso. Era un deseo viejo que al final cristalizó en un apretón de manos. Laporte está feliz, como su entrenador y el vestuario. Dentro hablan maravillas del central, quien dio una pequeña muestra de su jerarquía contra Suecia. Tuvo poco trabajo, pero transmitía seguridad, liderazgo y seriedad en cada acción. Fue providencial para evitar el 0-1 de Isak y luego se midió al delantero en una peligrosa contra llevándose el balón con el cuerpo y el alma. Y eso que esta temporada no ha sido indiscutible con Guardiola.

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