Diario de León

UNA CEIBA PARA UNA CIUDAD DE 500 años

Nadie debería visitar La Habana sin la cita esencial de la Plaza de Armas. Confluyen en ella calles incluidas las que llegan desde la bahía cercana, todas bulliciosas y festivas

La histórica Plaza de Armas está presidida desde el centro por una estatua de Carlos Manuel de Céspedes.

La histórica Plaza de Armas está presidida desde el centro por una estatua de Carlos Manuel de Céspedes.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Según la tradición, no exenta, como en tantos casos, de polémica, la fundación y primera misa consagratoria de la hoy ciudad de La Habana tuvo lugar al pie de una tupida ceiba, en noviembre de este año hace cinco siglos. Un año de celebraciones. Aunque este árbol honrado por la tradición ha significado cosas diversas a lo largo de este tiempo, lo cierto es que aún hoy, cada víspera del 16 de noviembre, fecha fundacional, el lugar es testigo de cómo muchos habaneros dan tres vueltas a la ceiba, echan una moneda a sus raíces y, en silencio, formulan un deseo pidiendo bienaventuranza y fortuna.

Sabe muy bien el viajero del gusto por adornar la historia. Pero entiende también que no deja de ser maravilloso. Más en este año conmemorativo y en este lugar, verdadero corazón histórico de La Habana, donde se concentró, durante siglos, el poder religioso, político y militar. Nadie debería visitar la ciudad sin la cita esencial de la Plaza de Armas. Confluyen en ella calles desde todos los puntos cardinales, incluidas, lógicamente, las que llegan desde la bahía cercana, todas bulliciosas y festivas, elementos que tan bien definen a sus habitantes. No en vano es el primer espacio público. El entorno fue trazado sobre los planos del habanero Antonio Fernández Trevejos en el siglo XVIII. Entre los años 1834 y 1955 estuvo presidida desde su centro por una estatua del rey Fernando VII y desde esta última fecha por otra de Carlos Manuel de Céspedes, uno de los líderes independentistas cubanos más notables. La plaza fue restaurada en 1935 para recuperar el aspecto de mediados del siglo XVIII.

Esa sensación se puede tener en algún momento en este espacio de disposición rectangular lleno de verdor arbolado y de frescura, un oasis realmente frente a los calores habituales del recorrido ciudadano. Si uno puede aún soñar en aquella Habana de nuestros abuelos, es precisamente aquí. El viajero, a pesar de que el turismo bullicioso tiene cada vez más presencia, puede llegar a tener la sensación de que en este momento el tiempo se ha detenido. Eso sí, siempre el son como fondo al menos hará percibir que hay otras formas de vida. Es también característica la venta de libros. No está de más echar una ojeada puesto que aún es posible encontrar más de una delicia. Y el costumbrismo lleno de color que vocea mercancías y fotos para el recuerdo. Un conjunto, en fin, deliciosamente equilibrado entre las muestras arquitectónicas y el vivir diario lleno de vital humanidad.

Haga el viajero el recorrido. Inevitable. Servidor le apunta solo las referencias. Las más notables, a su juicio, al menos. Por si acaso. La más emblemática, el Templete, la obra neoclásica de 1828 que se erigió en el lugar donde se fundó la Villa de San Cristóbal de La Habana. La columna Cajigal, rematada con una Virgen del Pilar, patrona de los marineros españoles, se erigió en el siglo XVIII donde murió la primera ceiba, reemplazada por varias otras, hasta la actual, con apenas sesenta años de vida. En el interior del Templete, un busto de mármol de Cristóbal Colón y algunos lienzos alusivos escenificando momentos de aquel ya lejano noviembre de 1519. Un verdadero emblema histórico, en todo caso.

Frente a él, en el lado opuesto, se levanta la sobriedad barroca del Palacio de los Capitanes Generales –el patio central luce la figura de Colón—, obra significativa de la arquitectura civil del XVIII. Con diversas funciones a lo largo de su historia –entre ellas, sede del gobierno colonial español hasta 1898—, acoge en la actualidad el Museo de la Ciudad, que atesora valiosas colecciones relacionadas con la historia y la cultura de la capital a lo largo de sus cinco siglos. Posiblemente le llamen la atención, como curiosidad, el piso de madera del ala de la entrada, pensado para mitigar el ruido de los carruajes y evitar molestias a los moradores del palacio; o las campanas colocadas delante, utilizadas en los ingenios azucareros para convocar a la población. Verá también a la entrada lo que se utilizó como capilla donde está el Templete.

Si a la salida camina por la izquierda, encuentra el que fuera majestuoso Palacio del Segundo Cabo, con deliciosos arcos y patio interior. Cerquita, ya en la plaza, la estatua en mármol del rey Fernando VII. Al lado, y dando vista a la bahía, el Castillo de la Real Fuerza, de planta cuadrada, rodeada por un foso y muro perimetral. La planta alta estaba destinada a vivienda del gobernador. Sobre la torre se colocó una escultura fundida en bronce, La Giraldilla, uno de los símbolos inequívocos de la ciudad que encierra una historia de amor. Recuerda a Isabel de Bobadilla, esposa del Capitán General de Cuba, Hernando de Soto, que esperaba en lo alto del castillo el regreso de su marido durante horas y días. Nunca regresó, muerto en tierras norteamericanas a pesar de que allí había visitado la fuente de la eterna juventud. Dicen que ella, la bella Isabel murió de amor. Este es su recuerdo. Como recuerdo es hoy el Castillo convertido en museo de su propia historia y de la construcción naval en Cuba.

En el lado opuesto, además de un hotel de primorosa apariencia, la Biblioteca «Rubén Martínez Villena», restaurada con ayuda de la Junta de Castilla y León, y el Museo Nacional de Historia Natural.

Un recorrido concentrado, pero denso. No hará falta más que mirar en este ambiente festivo para localizar al lado mismo bares, restaurantes o terrazas. Tengo debilidad desde hace años por una de ellas. Aquí estoy ahora, mientras tomo algunas notas. La cerveza «Bucanero» que me acompaña sabe a gloria bendita. Brindo por usted, amigo que la visita, y por los cinco siglos de vida de esta ciudad con la que me une una especial relación difícil de definir, pero profunda. El viaje tiene estas cosas.

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