Diario de León

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Paseo por La Vega: donde Thor cede bravura

Foto: RAMIRO

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León

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Ni abrupta, ni salvaje, ni adornada con excepcionales rarezas. Heredera de las tierras de pan y leña que abastecieron durante décadas a la capital, muestra impotente las cicatrices de un pasado agrícola tan reciente como lejano. La serenidad de sus lomas evidencia un transcurrir dócil por la historia. Marcada por la división quirúrgica del río Torío y sus leyendas (¿tiene su nombre origen en el dio Thor, del trueno y la fuerza, y en Orion; o viene del celta iturri otza, fuente fría; quizá del medieval Turio?); las xanas van perdiendo refugios cauce abajo hasta irrumpir ya amansadas en las aguas que se juntan en la capital.

En ese tramo medio de vegas y valles de suaves lomas transcurre la ruta de las Tierras del Torío, accesible y fácil, apetecible en todas las épocas del año pero que en el otoño despliega una gama de colores casi mágica.

La ruta, de 16 kilómetros y sin complicaciones (más que atravesar algún pequeño tramo de carretera) comienza en la iglesia de Garrafe de Torío, desde la carretera León-Collanzo. Nada más comenzar se atraviesa un pedazo de historia, con el puente de pieza sobre el trazado del tren de vía estrecha. El Hullero, que durante décadas fue la cremallera que cosió las comunicaciones de la montaña, y parece hoy condenada al olvido y la desidia.

Del paréntesis del Feve se llega a un escenario de robles y ‘escobas’ que recorre el valle de Valdecarros. La laguna de Fontanos, que fue punto de encuentro de aves migratorias y álbum de flora y fauna de la zona, es una de las víctimas del cambio climático. De la sequía que desde hace demasiado tiempo atenaza a la zona. Hay que seguir camino hasta llegar al mirador de Fontanos, desde donde los valles están enmarcados por el imponente cerco de la cordillera Cantábrica. Las señalizaciones de Cuatro Valles identifican cada formación.

El camino transita después por las que en su día fueron tierras de labor. Restos de sebes y mojones (invisibles al ojo de quien no está acostumbrado a marcar lindes) se funden con un paisaje muy distinto al que fue. Las antiguas tierras de labor son hoy pasto de rastrojos y monte, campo yermo donde antaño reinaron los cereales que abastecían a las panaderías de la capital.

La ruta gira hacia el valle de Viceo, que desde Matueca de Torío da salida a la carretera de Asturias. Un paisaje de monte bajo y sobre todo repoblaciones de pinos que hace ya tiempo sustituye al minifundismo de supervivencia que repartía tierras y fincas aquí y allá; y también al tintinear de esquilas de los rebaños comunales de ovejas, en su ir y venir diario de los corrales familiares al monte.

La ruta gira cruzando de nuevo el ancestral puente de la vía de Feve para buscar el camino a la vega y al otro lado del río. En la zona de San Pedro el ‘puente de Icona’ abre trayecto hacia el santuario de Manzaneda a través de lo que en tiempos fueron campos de lúpulo (otra de las promesas de progreso agrario que no logró cuajar en la zona) y que hoy son geométricos trazados de productivos chopos. Aguas arriba y abajo, pescadores de hoy buscando el enorme tesoro truchero de antaño.

En el horizonte del trayecto está en santuario de Manzaneda de Torío, que acaba de inaugurar una nueva restauración. La puesta en valor de una ermita que concentra la mayor devoción de la zona y mantiene, con las estrecheces de los nuevos tiempos, una de las más hermosas tradiciones de romería. El merendero y los juegos infantiles hacen de este espacio verde un rincón ideal todo el año.

La ruta concluye con el transcurso por Ruiforco y la vuelta a Garrafe. Paisaje, tradiciones, caza y pesca. Y un recorrido sobre todo por lo que fue un entramado de valles y pequeños pueblos que han perdido su actividad y población, pero conservan la esencia de su historia.

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