Diario de León

Letras en el paisaje

Viaje al mundo de las novelas

Dice Juan Pedro Aparicio que todos somos hijos de la protoespaña que es León. Él recreó la memoria de su infancia en novelas como ‘‘Retratos de Ambigú’ o ‘El año del francés’, en el que convierte la Catedral de León en una de sus protagonistas. Los paisajes leoneses dan para proyectar decenas de rutas alrededor de la provincia. Estas son sólo algunas, pero hay más

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León

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Petavonium, Celama, Maqueda, Lot, el Reino Secreto de Merino... La provincia es, por derecho propio, uno de esos lugares míticos de la literatura, una pecualiaridad que comparte con otros paisajes que, como Barcelona, Madrid o Soria han unido su existencia a la de los autores que las eligieron como hogar de sus personajes. León tiene además una peculiaridad. Y es el hecho de que en pocos lugares se dan tantos enfoques literarios distintos. Hay tantos paisajes como escritores, pero la pregunta que hay que hacerse es cómo puede definirse ese territorio, cuál es el denominador común que puede servir de hilo conductor para ordenar los escenarios que van de Gil y Carrasco a Luis Mateo Díez, de José María Merino a Concha Espina.

Para los estudiosos, la atmósfera que lo envuelve todo es la presencia del frío, de la soledad, de la muerte, del empleo metafórico de un paisaje agreste o una sensación de pérdida por un ambiente de la infancia y una cultura rural hoy desaparecidas. La provincia de León es una de las zonas de España con mayor riqueza literaria, un patrimonio que va de la mano con el natural y el artístico para crear un motor económico que, de momento, no ha sido explotado por las instituciones.

La montaña, el páramo, la propia ciudad de León, las cuencas mineras, Laciana y, por supuesto, el Bierzo, la gran comarca del romanticismo, son algunas de las fuentes más importantes de la cultura leonesa.

Y es que la literatura ha convertido en leyenda muchos paisajes. Ríos, lagos, montañas, ciudades que han pasado a ser lugares míticos gracias a la pluma de escritores que hicieron de sus escenarios sentimentales el lugar en el que sus lectores se han resguardado. Ocurre lo mismo en la literatura universal. Ahí están La Mancha, convertida en la tierra universal del humanismo cervantino, de Paris, inmortalizado gracias a autores como Cortázar , de Macondo, la tierra donde el tiempo incontable de la eternidad no se acaba nunca, de Yoknapatawpha, el santuario duro y fronterizo ideado por William Faulkner en una noche de fiebre existencial, o de Comala, el hogar de Pedro Páramo.

León es también y, por derecho propio, uno de esos lugares míticos de la literatura, una pecualiaridad que comparte con otros paisajes que, como Barcelona, Madrid o Soria han unido su existencia a la de los autores que las eligieron como hogar de sus personajes. La provincia esconde uno de los territorios que con más fuerza puebla el inconsciente colectivo de los españoles: Babia, un lugar a cuyos habitantes Luis Mateo Díez dio voz para preservar la tradición de los filandones y que se asume como territorio onírico, como la comarca donde los dioses ceden al ensueño. León tiene además una peculiaridad. Y es el hecho de que en pocos lugares se dan tantos enfoques literarios distintos. Dice Antonio Colinas que la clave que une a los escritores leoneses es la memoria de la infancia, en la que «siempre juega un papel importante lo mítico, lo legendario o los relatos orales que escuchaste de niño». Y añade que la pecualiaridad de los literatos de León reside en el hecho de que su apego a la tierra no tiene carácter cerrado ni costumbrista, sino abierto y universal. Hay una anécdota que abre El espíritu del páramo y es el ara de Diana, cuya leyenda resguarda la primera palabra en latín referida a León: «De los ciervos los altos cuernos dedica a Diana Tulio, a los que venció en el Páramo». Ahí se inicia el territorio legendario de León.

José María Merino, destaca que una de las características de los escritores leoneses es su gusto por lo mítico, y precisa que tanto Luis Mateo Díez como Juan Pedro Aparicio tienen una tendencia especial a reconstruir un espacio mítico que suele hacer referencia al mundo real. Añade el autor de El heredero que por lo general existe una relación fuerte con el entorno que no pasa por los parámetros reales.

En este sentido, Luis Mateo Díez ha señalado en más de una ocasión que ha ido reciclando en su obra los primeros miedos, las primeras leyendas que oyó en Laciana. «Lo legendario es siempre lo inolvidable». En parecidos términos se refiere Aparicio a la creación de sus escenarios literarios: «Podemos elegir nuestras lecturas, pero no nuestro nacimiento. Todos somos hijos de la ‘protoespaña’ que es León».

La metáfora como escenario.

El frío y la desolación

Pero ¿cómo puede definirse ese territorio? Hay un denominador común: la presencia del frío, de la soledad, de la muerte, del empleo metafórico de un paisaje agreste o una sensación de pérdida por un ambiente de la infancia y una cultura rural hoy desaparecidas. Así ocurre con la Maqueda de Victoriano Crémer: «Las ciudades se acaban con el tiempo, con el paso de los hombres, con la agresión de los vientos garduños», o con Celama, ese reino de la nada, que se inicia con El espíritu del páramo: «Los geólogos dicen que Celama está constituida por terrenos modernos que van del Neógeno al Cuaternario. Antes de que el agua del pantano produjera la transformación, cuando la tierra mantenía la identidad de su pobreza más antigua, el relato de los geólogos resultaba más evidente y explícito en la aspereza del paisaje (...) Siempre existió el sentimiento de que la muerte habitaba el subsuelo y no en vano los muertos bajaban a ella, a recogerse en sus brazos una vez que los hacía suyos. Esa idea del espíritu fantasmal alimentaba el miedo de las noches de Celama». Según destaca Ricardo Senabre, el tema es la vida como degradación y ruina, la vida destinada a la degradación y al olvido.

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