Diario de León

Un pueblo que nació a la sombra de una roca

Me habían hablado de que Cefalú era, es un hermoso burgo medieval —después lo advertiré bien en la arquitectura— dicen que uno de los más bellos de Italia. Y sin duda quienes me advirtieron quizá incluso se quedaron algo cortos

La catedral sigue el modelo normando. Interior, con el reconocido mosaico del ábside.

La catedral sigue el modelo normando. Interior, con el reconocido mosaico del ábside.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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A pesar de las apariencias de una isla sumida en cierta aridez, las montañas y el verdor que las acompaña y la permanente presencia del mar contradicen esta impresión. Sicilia intensifica así el paisaje a cuyo aire suma la sensación de un realismo mágico especial que nos permite recorrer no pocos caminos de ficción. Llevo unos días en la mayor isla del Mediterráneo y estoy convencido de su carácter mítico, llena de historia, leyendas, misterios y contrastes. Lo pienso en el autobús que me lleva desde Palermo a Cefalú, apenas setenta kilómetros, bañada la costa por el mar Tirreno. Y añado a ese pensamiento que se entrelaza con el paisaje la hermosura inevitable de algunos nombres cuyas raíces bucean en su origen, tantas veces extraño y en no pocos casos simplemente mítico. Creo que aquí no podría ser de otra forma. Me habían hablado de que Cefalú era, es un hermoso burgo medieval –después lo advertiré bien en la arquitectura—, dicen que uno de los más bellos de Italia. De momento hay una palabra que no puedo evitar: kefalé, que en griego, como saben, y sin entrar en otros detalles, significa cabeza. ¿Encerrará alguna vinculación con esta pequeña ciudad –apenas 25 000 habitantes durante la mayor parte del año— a la que estoy a punto de llegar? La verdad es que no aparece, o no veo ningún indicio en el escudo de la población, vertebrado en torno a tres símbolos que marcan su tradición histórica: marinera (tres peces sobre fondo azul), económica (un pan) y religiosa (el Pantocrátor).

Llevo ya unos minutos en Cefalú, un pueblo tranquilo sin duda. Es posiblemente mi primera impresión. E inevitablemente la presencia de una roca imponente que se erige en protagonista y parece protegerlo. Dicen que tiene forma de cabeza, de ahí el nombre. La verdad es que no estoy muy convencido, aunque ya saben que de parecidos no hay nada escrito. Sí hay dos cosas ciertas: que el núcleo de población es del siglo V a. C. y que creció a la sombra de esta «cabeza de piedra» situada detrás del centro urbano. Puede añadir su propia experiencia si accede a su plataforma, a 270 m de altitud. Al margen de algunos vestigios históricos, de la amplitud de mitos y leyendas que allí se generaron y perviven, el panorama que se contempla es hermoso. La vista alcanza –nunca olvide unos prismáticos— a ver las Islas Eolias, un archipiélago de origen volcánico, entre ellas la de Stromboli, con volcán aún activo. Como en tantas ocasiones, estoy convencido ahora también de que el paisaje es el hombre. Creo que fue Azorín quien lo dijo. Hablo con un paisano que sube con frecuencia hasta esta atalaya natural. «Los griegos decían –me cuenta sobre el origen de la montaña rocosa en que nos encontramos— que el poeta Dafni, cantor de la belleza de la naturaleza, se transformó en roca en el momento de su muerte para permanecer siempre cerca de la naturaleza siciliana que tanto amó». Me contó otras, pero como podía elegir, me quedo con esta. Me pareció más original, sin razones, como todas. Mágicas.

El principal monumento de Cefalú es la catedral, Patrimonio de la Humanidad, en torno a la cual gira todo el centro histórico. Repite il duomo el modelo de las catedrales normandas, que no en vano denominan a la población «ciudadela normanda». Fue mandada construir por Ruggero II de Sicilia (1095-1154), aunque tenga las lógicas incorporaciones posteriores y restauraciones. Es el producto de una promesa hecha por el monarca durante una terrible tormenta mientras navegaba. Aunque no tanto como en otras visitadas, la decoración interior es también muy rica, sobre todo con el grandioso mosaico del ábside representando a Cristo Pantocrátor.

Desde el entorno de la catedral y alrededores es necesario caminar con la tranquilidad que el espacio demanda. Y contemplar iglesias barrocas, antiguos palacios nobles y monasterios, algunos museos de interés, sin olvidar el lavadero medieval, que se utilizó hasta mediados de la centuria pasada. Perderse, sobre todo, por el laberinto de calles estrechas y callejuelas, arcos, leyendas, tiendas, bares, restaurantes… Si es amante de las gastronomías locales y piensa hacer aquí parada y fonda, anote que la fritura mixta de pescados forma parte de su notable tradición marinera. La pasta ‘a taianu (pasta al sartén), a base de pasta y berenjenas fritas, es el plato principal y emblemático.

Aquí, claro, no se puede olvidar el mar y las muestras rocosas que a él conducen. Y caminar el gran malecón que muestra atractivas playas de arena dorada, lugar preferido para paseos y encuentros. En verano cuadriplica la población, fascinada por tantos atractivos. El turismo se ha convertido en un importante recurso que se suma a los tradicionales de la pesca y la agricultura. El pequeño puerto pesquero es otra cita, con vistas imborrables que resumen en buena medida la imagen que puede perdurar de Cefalú en nuestra memoria. Anoto, como curiosidad, unos barrotes atestados con candados del amor, esa moda universal que encierra un sentimiento universal.

Regreso a Palermo en tren. Una hora. Intento reconstruir, en la ficción por supuesto, algunas historias escondidas detrás de los candados. Estoy fascinado. La luz empieza a difuminarse.

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