Diario de León
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Ponferrada

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El otro día encontré tiempo para conectarme, después de la cena, a una  webinar  de una red de periodistas que tenía programada una conferencia sobre bulos, el otro mal de nuestro tiempo después del coronavirus. Quería escuchar a Ramón Salaverría, profesor de la Universidad de Navarra y uno de los profesionales que investigan estos días el fenómeno de la infodemia, o de los coronabulos; con estos dos neologismos llaman hoy a la eclosión de noticias falsas en torno al Covid-19. Desde las parodias y los memes que en principio no buscan hacer daño, pero lo hacen, a las exageraciones interesadas, las noticias sacadas de contexto y los engaños, Salaverría y quienes trabajan en su ámbito han verificado 292 bulos distintos en estas semanas. Y que WhatsApp y Facebook, primeros beneficiados del enorme tráfico que generan estos contenidos falsos, hagan realmente algo efectivo para frenar la pandemia está por ver. Sería necesaria, opina muy bien Salaverría, plantear una alfabetización digital para que los usuarios de las redes puedan detectar todas estas mentiras, que crecen como los virus, y evitar su propagación.

Aunque parezca un fenómeno nuevo, los bulos son tan antiguos como las epidemias. Tengo en mi mesa, junto al ordenador desde donde les escribo, un libro de María Correas y Enda Kenneally que habla de los bulos que han cambiado el curso de la historia. Marco Antonio, la reina María Antonieta, Jack el Destripador y el oficial judío Alfred Dreyfus, el que defendió Zola con su celebre artículo ‘Yo acuso’, se mueven con soltura por esas páginas. Y entre todas esas historias, algunas muy conocidas, otras más escondidas, hay una que me llama la atención y que ya he citado en algún curso: la llamada Operación ‘Infektion’, un elaborado intento de la propaganda soviética para acusar a los Estados Unidos de haber creado el virus del Sida en un laboratorio. ¿A qué les suena?

A mí me recuerda a otro bulo tremendo -aunque no esté incluido en el libro de Correas y Kenneally, que por fuerza han tenido que elegir entre un abanico muy grande de mentiras- del que también les he hablado en este diario de confinamiento; el que provocó una matanza de frailes durante la epidemia de cólera que sufrió Madrid en la primavera de 1834.

La enfermedad se había declarado en la India en 1817 y tardó años en llegar a Europa, donde se propagó con el movimiento de tropas. En España entró por el puerto de Vigo, seguramente después del amarre de algunos barcos ingleses, y en 1834 estalló en Madrid, donde el gobierno de Martínez Barrio lo negó todo al principio, pero corrió a refugiarse junto a la familia real al Palacio de la Granja, lo que encendió los ánimos de la población. Y los jesuitas, que habían achacado la epidemia a «un castigo divino contra los descreídos», fueron el chivo expiatorio de la ignorancia y el miedo. Corrió el rumor de que «mendigos y mujerzuelas» a su servicio habían envenenado las fuentes de la ciudad y el 17 de julio, lo cuenta Galdós, una turba asaltó conventos y colegios, también de franciscanos y dominicos. La matanza, claro, no detuvo la epidemia.

Por lo demás, no quería acabar estas líneas sin recordarles que las mejoras en la higiene y la salud pública frenaron el cólera. Que el Sida ya casi tiene cura. Pero a los bulos, como al coronavirus, solo los paramos entre todos.

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