Diario de León
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León

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El negacionista, con relación a la vacuna anticovid, al cambio climático o a cualquier otro asunto, tiene sin duda derecho a pensar como piensa, siempre que la aplicación práctica de su creencia, si llega, no cause daños a los demás. Estamos autorizados a evitar que su negativa irracional, que tropieza de plano con el dictamen de los médicos y demás especialistas, provoque daño a terceros. Debe quedarse el negacionista aislado, avisar de su condición contagiosa y sepárese de los ciudadanos que creen en la ciencia y quieren sobrevivir al pandemia. Pero este asunto trae otro colateral que habría también que encarar: ¿qué hacer con los hijos de los negacionistas? ¿Es permisible que quien predique actitudes peligrosas o aun mortales juegue con la vida de su familia? Puede negar un padre a su hijo que se vacune? O, mejor aún, ¿debería permitirse que un niño no reciba la vacuna anticovid porque quien ostenta la patria potestad se opone? La grandeza de la libertad se mide también por sus límites, por la conciliación indispensable de la libertad propia con la libertad ajena. Y habría que legislar sobre estos vacíos que hoy causan cierta perplejidad.

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