Diario de León

Elecciones a la asamblea de Madrid

Ayuso barre a las tres izquierdas y no necesita ni a Vox en Madrid

El PP consigue con Isabel Díaz Ayuso más escaños que toda la izquierda junta El PSOE se desploma con

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De Madrid, al cielo. No al que pretendía asaltar Pablo Iglesias, que en algo habrá ayudado con su desembarco autonómico al resultado cosechado ayer por Isabel Díaz Ayuso, sino al firmamento de los líderes políticos que se convierten en marca propia al margen de las siglas. Porque, desde ayer, IDA (el acrónimo con el que sus detractores buscaban infravalorar su tirón) se ha ganado por derecho propio la vitola de nueva musa inspiradora de la derecha española y ha logrado ratificar por todo lo alto en las urnas el fenómeno, más warholiano, castizo y pandémico-libertario que político, que la ha encumbrado hasta los 65 escaños, bastante más del doble de los treinta que logró hace dos años.

De 37 a 65 escaños, 1.610.958 votos, 891.106 más que hace dos años, 44,72% total de las papeletas, una subida de 22,49 puntos... Ayuso le ha sacado en Madrid más de un millón de votos al PSOE de Ángel Gabilondo, que pasa de 37 diputados enla Asamblea de Madrid a 24 y además se queda en tercera fuerza política, superada por Más Madrid porque el partido de Mónica García e Íñigo Errejón ha empatado a 24 escaños (tenía 20) pero le ganan en votos a los socialistas (611.100 frente a 607.295). Ayuso ha borrado del mapa a Ciudadanos, que desparece de Madrid, de 26 diputados a cero, y además contiene n a la extrema derecha, que gana sólo un escaño y ya no es tan imprescindible para gobernar, basta con su abstención. Podemos crece de 7 a 10 diputados, pero el líder nacional, Pablo Iglesias, anunció ayer por la noche que deja la política.

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Duplicar de largo, rozando la mayoría absoluta (a cuatro escaños) y barriendo a un PSOE bajo mínimos, su propia marca en tan breve período no sólo es una proeza al alcance de pocos, sino que demuestra cómo ha cambiado el país —y el centroderecha—, desde entonces. Aunque desde la Moncloa se insista en que el ayusismo —o el ‘ayusazo’, que lo mismo da— es una extravagancia acotada a Madrid, a las cañas y a las terrazas en plena pandemia y al fervor que provoca la nueva ‘patrona’ de la hostelería, la impresionante imagen del mapa pintado enteramente de azul, salvo por una aldea de la Sierra Norte y otra pequeña localidad del sur donde ganó Gabilondo por los pelos, supone un dolor de cabeza muy serio para Pedro Sánchez.

Ni las circunstancias políticas ni las emocionales se parecen en nada a las de hace dos años. Con el sanchismo al alza, Ayuso era en 2019 una desconocida, una apuesta personal de Pablo Casado en las crónicas amables y la ‘community manager’ del perro de Esperanza Aguirre venida a más en las vitriólicas. Lo que nadie veía en ella era a una lideresa en ciernes, sino más bien a una aspirante de circunstancias tironeada desde el centro por Cs y a su derecha por Vox. Ayuso encarnaba el drama del casadismo, la fragmentación del centro derecha en tres siglas y la impotencia para dar la vuelta a esa realidad y encarnarse como alternativa creíble a Sánchez.

Pero, una pandemia y un error garrafal de PSOE y Cs en Murcia después, todo cambió ayer. Y de qué manera. De ser observada con condescendencia por llevar las redes sociales de Pecas a superar con creces el millón y medio de votos que dieron a Aguirre sus tres mayorías absolutas en otros tiempos muy diferentes, los del bipartidismo. Sus propios gestos, su desempeño vital, en las últimas jornadas, cuando ya saboreaba su contundente victoria, dan la medida de esa osadía a veces rayana en la inconsciencia —los ex a los que no te encuentras en Madrid, los mantenidos de la izquierda— que es parte ya de su leyenda política. Como cuando lejos de denegar la medalla de Madrid que acababa de entregarle a Nacho Cano y que el músico le devolvía por «valiente», se dejó agasajar sin complejos por el ex de Mecano.

Aunque Vox resiste e incluso mejora respecto a sus resultados precedentes, la estratosférica subida de Ayuso a costa de la muerte política de Cs y de un porcentaje nada desdeñable de votos de la izquierda —quizás esa «tabernidad» de hosteleros, camareros, restauradores y taxistas a la que apelaba Tezanos en plena jornada de reflexión— le permite ser investida en segunda vuelta por mayoría simple sin tener que hacer concesiones a la extrema derecha. Quizás oliendo ya sangre en el bloque contrario, ayer mismo saludó en Twitter mucho antes de cerrarse las urnas a los «tabernarios» que le dieron la victoria. Una rareza políticamente transversal a medio camino entre la rebeldía contra el virus y un nuevo fenómeno de orgullo identitario a la madrileña. Aupada a la gloria sin duda por el tira y afloja con que Moncloa la convirtió, en un error de cálculo, en contrapoder ‘de facto’ a la coalición PSOE-Podemos.

El escenario con el que soñaba Génova —el de hacer morder el polvo al sanchismo, rematado por el empuje de Más Madrid frente al PSOE—dará a Ayuso esa libertad de la que ha hecho bandera en campaña para imponer su propio estilo como presidenta y, sin duda, en el nuevo PP que emergió ayer.

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